Páginas

miércoles, 5 de agosto de 2015

MICRORRELATO: "MOTOS, CHICAS Y GARITOS".


      Más que una costumbre se convirtió en una necesidad. Descubrí hace tiempo que cuando me siento atormentado y los negros nubarrones se ciernen sobre mi pajarera no existe mejor bálsamo que coger la moto y devorar kilómetros. Se lo recomendé a Tony “el Águila”, apodado así no por su astucia sino por su prominente arco nasal, y nadie le vio regresar. Aquella agónica tarde, el crepúsculo apagaba el día con una suciedad inhabitual, como si la sangre de una herida abisal cegara poco a poco la visión de una naturaleza mortecina, como si llovieran cenizas sobre un paisaje en extinción, poblado por seres  extraños que se debaten entre un pasado falsamente idealizado y una huida hacia delante sin saber qué camino tomar. Mientras me acoplaba el casco y enfundaba los guantes recordé las palabras de John Lennon: “vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día”. Reflexión que podríamos prolongar hasta el infinito: “Donde se quiere tanto a los pobres que los creamos por millones. Donde pintar un graffiti es un delito y matar un toro es un arte. Donde la forma de vestir se valora más que la forma de pensar. Donde la pizza llega antes que la policía. Donde el país que vela por la paz es el que más armas vende. Donde los animales son mejores amigos que las personas, y donde no se intentan solucionar los problemas sino convivir con ellos”.
                                                    
                                    
        El olor a gasolina y la imagen sensual de la curvilínea carretera que se abría ante mis ojos, me hizo salivar. Metí la primera y salí zumbando acompañado por la portentosa voz de Joel Ekelöf, vocalista de los melancólicos y magistrales Soen, cuyos dos álbumes había seleccionado para poner la banda sonora a una ruta sin un destino marcado. Como siempre, se apoderó de mí una soledad placentera, una libertad excitante, tan efímera como las volutas de felicidad, como el paso trashumante de unas nubes en frenética estampida. Unos chicles de nicotina me evitan el mono durante horas hasta que encuentro un motivo para detenerme, que casi siempre suele ser la escasez de combustible. Sin embargo, aquel día iba a ser distinto, una experiencia insólita. No sé en qué momento salí del extasiante trance y me di cuenta de que el paisaje me era totalmente desconocido. Un bar captó mi atención cuando la moto se había convertido en una solitaria y veloz luciérnaga cruzando la noche, un tubo de neón que ponía en alerta a miles de alimañas.


      
      En el parking del bar, iluminado por un gigantesco letrero en el que se leía Light & Shadow, había aparcadas una docena de motos y un Chevrolet Mercury del 56 pintado de rojo y blanco, me invadió la sensación de que había traspasado una línea temporal. Supe que no era así cuando al poner los pies en la tierra observé a mi lado a una linda chica de suaves y tentadoras curvas, recostada en una Royal Enfield que trasteaba un extraño aparato electronico mientras daba pequeños sorbos a una botella de cerveza. De la fachada forrada de madera, como incrustadas en ella, sobresalían una Indian Chief Vintage y una Harley Davidson Heritage Softail. Encendí un cigarrillo y me dispuse a subir los escalones hasta la puerta de entrada del exclusivo garito, dentro sonaban con fuerza los Grand Funk Railroad.

- Hey, forastero ¿no me invitas?

     Le ofrecí la cajetilla y acercó sus manos a la llama del Zippo. Morena, con fuego en la mirada, vestida con un escasísimo top blanco que no dejaba nada a la imaginación y a punto de ser traspasado por unos pezones empitonados, unos shorts vaqueros igualmente exiguos y unas botas militares, me fijé en sus manos de largos dedos y en sus uñas ovaladas pintadas con laca negra y coronadas por una simpática calavera blanca. En las falanges de su mano derecha tenía tatuada la palabra “Good” y en las de su mano derecha “Evil”. Me dio las gracias y se presentó con una sonrisa chispeante. 

-Hola, soy Indi.
- ¿De India? ¿De Indiana? ¿De Indianápolis?
-De Indiferente. Es broma –explotó en carcajadas dejando ver una dentadura blanca y perfectamente simétrica-, Indi de Indira. Si tienes algo que ofrecerme puedes gozar de mi compañía, si no mis brillantes ojos se apagarán y la noche será aún más negra.
-¿Algo como qué? ¿Un billete de un color poco usual? ¿Cómo unos gramos de jaco? Lo siento, darling, soy inmortal porque no tengo dónde caerme muerto.


      
       Sintiéndose molesta hizo un mohín con los labios y un chasquido con la lengua. Del bolsillo de una pequeña mochila de cuero sacó un fajo de billetes de cien euros sujetos con una pinza dorada con el símbolo de la hoz y el martillo. Interesante paradoja –pensé-. Calculé unos tres mil euros y esperé la pregunta retórica.

-¿Crees que me importa el dinero? Esa mierda hace tiempo que dejó de preocuparme, estoy cubierta de por vida. Tal vez a ti sí te interese. Mi desgracia es que tengo debilidad por los muertos de hambre, por la periferia humana, por el garrafón. Lo que busco en ti son sensaciones que ya no pertenecen a este mundo.
-Vaya, gracias. Si no me marcho, tu sutil sagacidad acabará convirtiéndome en víctima de alguna situación explosiva, de una dolorosa ilusión. Por qué no entramos y vemos como está el ambiente.
-Dentro no hay nadie, la casa es un falso bar de mi propiedad, como las motos y el Chevy. Me gusta la magia, la ficción, la fantasía.
-Ya, y tu pasatiempo favorito es esperar aquí fuera al primero que se detenga. deja que adivine ¿eres tal vez el goloso reclamo que me abre la puerta del matadero? ¿Llevas en las botas alguna navaja trapera? ¿Una jeringuilla con cloruro potásico? Dime ¿dónde está el truco?
-Nada es casual. He sido yo quien te ha guiado hasta aquí. Sólo soy la musa elegida para tu sueño, creada a imagen y semejanza de tu capricho. Si entras conmigo por esa puerta, el sueño nunca se evaporará. Es tu premio por no haber vendido tu alma a los mercaderes de sombras, por no haber traicionado a nadie a cambio de haciendas y fortuna, ni siquiera por un ideal. Te mereces la luz eterna.
      
      El paisaje parecía ahora suspendido en un limbo radiante. Vi claro mi destino. Entrecruzamos las manos, observé sus glúteos desbordando los minúsculos shorts, la tensión de la carne en sus piernas y al atravesar la puerta se me hizo imposible contener la erección. Como Tony “el Águila”, no regresé jamás.


2 comentarios:

  1. Muy buen relato. Claro que las chicas y las motos son muy inspiradoras.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Bueno, son ejercicios que realizo en un taller literario, yo me encargo de la crítica de cine y otros de los relatos y la poesía. Como tengo una colección, iré subiendo uno cada mes. El verano es buena época para la lectura y las ínfulas literarias. Humildemente, claro. Estoy de acuerdo, sin chicas no hay inspiración, y como soy motero y un gran aficionado, las motos también ayudan.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar