LA NARANJA MECÁNICA
(A CLOCKWORK ORANGE)
Fantástico - USA, 1971 - 137
Minutos - Color.
DIRECTOR: STANLEY KUBRICK.
INTÉRPRETES: MALCOLM McDOWELL, PATRICK MAGEE, ADRIENNE CORRI,
MIRIAM KARLIN.
Tenía fama Stanley Kubrick de ser un
realizador muy exigente, puntilloso y obsesivo -coletilla que repetimos
continuamente-, poco o nada impulsivo y reacio a la espontaneidad, algunos de
estos rasgos quedan confirmados por la tranquilidad con que asumía sus proyectos
cinematográficos, trabajos sumamente elaborados sobre los que ejercía, desde la
primera idea, un control férreo y exhaustivo. Con Kubrick podían pasar muchos
años -incluso diez- de intervalo entre película y película... pero ¿a qué
dedicaba todo ese tiempo sin producir nada? Pues, por lo visto, a seleccionar
material para su próximo film, algo que viniendo de una personalidad tan
detallista y escrupulosa como la de este cineasta no debe resultar tan extraño,
ya que todo el material susceptible de ser adaptado que caía en sus manos pasaba
por un proceso analítico para barajar los pros y los contras, analizando de
forma meticulosa las posibilidades e inconvenientes con que se podía encontrar
si decidía en último termino llevarlo a la pantalla. De cualquier manera no es
el caso de La naranja mecánica, ya que la novela es un regalo que le
hacen en el año 1968 y dos años después ya ha comenzado el rodaje, sólo han
pasado tres años desde el estreno de 2001 Odisea del espacio, si bien es
cierto que los referidos intervalos van a ir progresivamente aumentando en el
futuro; Barry Lindon (1975), El resplandor (1980), La chaqueta
metálica (1987) y Eyes Wide Shut (1999).
Me apetece extenderme con la sinopsis del
film: Alex (Malcolm McDowell) y sus tres drugos (amigos en su jerga) deciden
llevar a cabo una de sus particulares sesiones nocturnas de ultra-violencia,
que esta vez incluye el apaleamiento de un mendigo, una pelea con otra banda y
la violación de la mujer de un escritor. Los padres de Alex, descontentos con
la vida de su hijo, le intentan convencer para que asista a clase, pero el
prefiere pasar el tiempo zascandileando con sus drugos y no inventando cosa
buena, practicando el mete y saca y escuchando con excitación suprema a
Beethoven, su ídolo. Su jefatura dentro de la banda es un día cuestionada por
sus tres drugos, Alex se encarga por su cuenta de poner las cosas en su sitio.
Una noche la banda asalta la casa de una mujer que vive acompañada de docenas
de gatos y rodeada de todo tipo de fetiches y objetos eróticos, Alex la mata
con un gran pene de porcelana, pero sus drugos le golpean en la cabeza y
después es detenido por la policía. Tras un juicio, es condenado a catorce años
de cárcel, allí pone interés en ser elegido para seguir el nuevo tratamiento
psicológico Ludovico, que está todavía en fase de experimentación, una terapia
creada con el fin de anular la violencia y guiar a los presos por el buen
camino... y de paso ponerle en un santiamén en libertad. De vuelta a casa,
completamente reformado, se encuentra con la sorpresa de que sus padres han
alquilado la habitación suya a un joven, al que además han cogido cariño. De
patitas en la calle se encuentra con el mendigo al que en tiempos golpeó y que
le ha reconocido, obligándole a ir con él debajo de un puente, y una vez allí,
con la ayuda de otros indigentes le
propinan una soberana paliza de la que es rescatado por dos policías, que no
son otros que dos de sus antiguos drugos, estos le llevan a un campo donde casi
le ahogan introduciéndole violentamente la cabeza en una pila de agua. Bajo la
lluvia, tiritando y herido, deambula hasta encontrar una casa que resulta ser
la del escritor al que atacó y a cuya esposa violó, el escritor acaba
reconociéndole también y le tortura, le mantiene encerrado en una habitación
donde se escucha a gran volumen la terrible sinfonía de Beethoven, por lo que
no le queda más remedio que saltar con la intención de quitarse la vida.
Sobrevive y es ingresado en un hospital, los periódicos acusan al gobierno de
una cura inhumana, de haber inducido al joven Alex al suicidio, en el hospital
es visitado por sus padres que se sienten culpables y le piden que vuelva a
casa. Una enfermera le pasa unas diapositivas, a través de sus respuestas
violentas le confirma su recuperación, Alex imagina escenas eróticas, comprende
que está totalmente recuperado.
A clockwork orange esta basada en la
novela homónima del escritor británico Anthony Burgess, relato que es una
horripilante visión de un mundo futuro, aunque cercano, donde la realidad es un
universo caótico de sexo y violencia. Como la novela, el brutal film de Kubrick
pone de relieve situaciones menos ficticias de lo que aparentemente podemos
deducir, porque si algo queda claro es la intención del cineasta por hacer una
reflexión sobre los mecanismos represivos -alguien puede entender defensivos- de
los sistemas autoritarios y la juventud como engranaje intransigente e
inconformista dentro de esa maquinaria de control. Que el realizador decidiese,
casi inmediatamente, llevar a cabo el proyecto, pude ser debido a lo
tremendamente sugerente que le resultó su esencia temática, que contiene todos
y cada uno de los elementos que componen las constantes que para el autor son
más atractivas y recurrentes: el sexo, la violencia, la muerte, el humor
corrosivo, una visión nada optimista sobre el futuro y la oportunidad de poder
desarrollar su acusado e impactante sentido del espectáculo. El bar Lácteo
Korova, en donde por lo general se consume leche, es el lugar preferido del
nadsat-adolescente, es allí donde Alex y sus drugos planifican sus fechorías,
esa dosis de insustituible violencia que les sirve para quedar agotados y les
ayuda a dormir como angelitos toda la noche de un tirón. Rechazan la religión,
las normas y las leyes, crean estimulos vitales mediante la destrucción,
promulgan para la mujer una condición de objeto para uso y consumo fisiológico
y detentan un nuevo orden a través de la primacía de los instintos más salvajes
y primitivos. Por todo esto Kubrick fue acusado neciamente de fascista por
ciertos pseudointelectuales que creyeron, ignorantes ellos, que el protagonista
del film era el alter ego del director de la película.
Stanley Kubrick era un francotirador que
quería acertar siempre en el blanco, no siempre lo logró, pero a fe que cuando
lo hizo su obra trascendió de lo normal para convertirse en todo un fenómeno
sociológico. Es lo que sucedió con La naranja mecánica, una película
superpolémica a la que se culpó de incitar a un imitador a cometer un
asesinato, por lo que fue retirada por el director, quien en vida se negó a que
fuera exhibida en el Reino Unido. El film, rodado en exteriores, salvo algunos
decorados -el bar, la cárcel, la casa del escritor- impresiona por su diseño (vestuario,
ambientación, etc.) la escenografía, la música y la estupenda fotografía de
John Alcott. Kubrick, con su afinada puntería, acertó una vez más en la diana y
convirtió la obra de Burgess en un clásico dentro del Séptimo Arte, demostrando
de nuevo su habilidad para vampirizar literatura y ensamblarla dentro de un
universo propio, rebosante de poderosa energía visual y un lenguaje fílmico
conciso, no exento de cierta ironía, consecuencia tal vez de su mirada corrosiva y su
postura agnóstica ante la vida.
Por último, contaré una anécdota que sirve para ilustrar el irritante perfeccionismo y la preocupación obsesiva por controlar hasta el más mínimo detalle de que hacía gala este singular cineasta: días antes del estreno en Nueva York de La naranja mecánica, Kubrick se enteró de que el interior de uno de los cines estaba pintado con una laca blanca brillante que producía reflejos inaceptables, mandó a pintar de nuevo el cine. El director de la sala le objetó que sólo faltaban unos días para la proyección y que no encontraría a nadie que se comprometiese a levantar los andamios y pintar la sala a tiempo. Kubrick, sin moverse de Inglaterra, buscó personalmente a un decorador y consiguió que se hiciese el trabajo, utilizaron una pintura luminosa que producía el mismo problema. Kubrick insistió en que lo volvieran a pintar, esta vez en un tono mate.
Como tú, creo que a Kubrick le interesó esta adaptación porque le permitía desarrollar su sentido del espectáculo. Y, por supuesto, por lo irónico y pesimista de su argumento. Un abrazo.
ResponderEliminarY lo cierto es que, a pesar del tiempo transcurrido, el film sigue manteniendo su frescura y magnetismo. Kubrick, que era un genio, supo adivinar que la sociedad distópica que refleja la función no era otra paja mental de algún onanista de la literatura de anticipación, sino la visión decadente y salvaje de un futuro cercano que aún hoy produce escalofríos.
ResponderEliminarUn abrazo