SECUESTRADOS êêêê
DIRECTOR: MIGUEL
ÁNGEL VIVAS.
INTÉRPRETES:
FERNANDO CAYO, MANUELA VELLÉS, ANA WAGENER, GUILLERMO BARRIENTOS, DRITAN BIBA,
MATIJIN KUIPER.
GÉNERO: TERROR /
ESPAÑA / 2010 DURACIÓN: 85 MINUTOS.
Aunque se trate
de una perogrullada, voy a insistir sobre una cuestión que seguro resulta más
preocupante para todos aquellos que viven en una tranquila y lujosa zona
residencial rodeados de las más sofisticadas medidas de seguridad: créanme, a
la hora de la verdad todas esas costosas medidas resultan dolorosamente inútiles,
pregunten a José Luís Moreno. Es duro reconocerlo, pero el hogar, el lugar más
sagrado que como individuos tenemos para expresar íntimamente nuestra libertad
individual/emocional, puede ser en cualquier momento profanado sin que podamos
hacer nada para evitarlo. Esa verdad está ahí afuera, y SECUESTRADOS demuestra
que la simple rotura de un cristal basta para que se desate la peor de las
pesadillas de una forma automática y brutal. El sevillano Miguel Ángel Vivas (Reflejos, 2003), se sirve de algo
tan de moda como el temible secuestro exprés (que consiste en retener a los
inquilinos en su propiedad y amenazarlos hasta conseguir el máximo dinero
posible en pocas horas), para componer toda una sinfonía hiperrealista del
horror con tan sólo doce planos-secuencia.
La trama de este
magnífico film se desarrolla más o menos así: El acomodado matrimonio formado
por Jaime (Fernando Cayo) y Marta (Ana Wagener), se traslada con su
hija Isabel, (Manuela Vellés), a una
lujosa urbanización a las afueras de Madrid. La mudanza ha sido agotadora y
celebran el traslado con una cena familiar y descorchando una botella de
champán. Es entonces cuando, de repente, irrumpen en el nuevo hogar tres
encapuchados albaneses que, desarrollando una violencia bestial, retienen a los
miembros de la familia. Mientras el líder de los asaltantes sale con el padre y
con todas las tarjetas de crédito y las claves de las del resto de la familia
en busca de un cajero automático, las dos mujeres quedan secuestradas en su
misma casa por los otros dos encapuchados. La tensión irá in crescendo hasta
estallar en una explosión de violencia atroz.
Miguel Ángel
Vivas nos regala una obra de culto instantánea, de una violencia extasiante,
seca, extrema y sin florituras, y como siempre habrá quien le acuse de
desplegar una violencia gratuita, yo me seguiré preguntando ¿qué tipo de
violencia no lo es? Lo importante es
que derrocha verosimilitud reflejando una realidad tristemente cotidiana en
nuestro país, a la cabeza de Europa en cuanto a número de asaltos violentos, y
donde más allá de la incapacidad de nuestra sociedad para procesar esa tragedia
mayestática tan reconocible (el escenario se convierte en un tablero infernal
en el que seres racionales utilizan la palabra en un intento inútil para ganar
la partida a otros seres que sólo se mueven por instintos), el film encuentra su mayor virtud en su feroz naturalismo, en los
efluvios orgánicos, la fisicidad y cercanía del drama. Esa casa que actúa como
un personaje más y en donde la tensión se puede cortar con un cuchillo,
salpicándonos de lágrimas, sudor y sangre, electrizando nuestros tímpanos con
gritos desgarradores, respirando el hálito de la desesperación y el sadismo en
un hogar convertido ya en una brutal coreografía del pánico no apta para un
público sensible. Lo logra gracias a las impecables actuaciones de un elenco en
estado de gracia ante el complicado reto de unas secuencias extraordinariamente
dilatadas.
Precedida de
referencias tan significativas como De repente (Lewis Allen, 1954), 37
horas
desesperadas (Michael Cimino, 1990), La habitación del pánico
(David Fincher, 2002), Los Extraños (Bryan Bertino, 2008),
y sobre todo Funny Games (Michael Haneke, 1997), una propuesta, en todo
caso, más intelectual y mucho menos visceral que esta orgía arrebatadora en que
se convierte SECUESTRADOS, el cineasta andaluz otorga coherencia a la trama
con un contundente prólogo sobre un hecho real que sitúa la acción en el
alarmante contexto histórico en que nos encontramos. No escatima en recursos técnicos con esa cámara que a modo de ojo de
cíclope no pierde detalle y sigue la acción de forma obsesiva, o esa pantalla
dividida que nos muestra dos situaciones diferentes que tienen lugar al mismo
tiempo y que se desarrollan en el mismo lugar. En fin, una dirección enérgica,
un espléndido guión, un poderoso empaque visual, excelentes interpretaciones,
una historia estremecedora narrada sin concesiones ni metáforas ni análisis
sociales ni piedad con una platea que intenta combatir íntimamente el miedo
repitiendo: “es sólo una película, es sólo una película, es sólo una película… ”
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