jueves, 7 de noviembre de 2013

CRÍTICA DE: "SÉPTIMO"


¿Quién ha sido? ¿Por qué y cómo?
SÉPTIMO êêê
DIRECTOR: PATXI AMEZCUA.
INTÉRPRETES: RICARDO DARÍN, BELÉN RUEDA, LUIS ZIEMBROWSKI, OSVALDO SANTORO, GUILLERMO ARENGO.
GÉNERO: THRILLER / ESPAÑA / 2013  DURACIÓN: 88 MINUTOS.   

Me convenció la ópera prima del cineasta y autor teatral navarro Patxi Amezcua titulada 25 kilates (2009), un sólido thriller que no sólo te engancha por la interesante trama, también por unos personajes muy bien dibujados que hacen creíble cualquier situación. Un debut que incomprensiblemente pasó inadvertido para el gran público a pesar de contar con un elenco muy competente y conseguir los premios más importantes en festivales como el de Málaga y Huelva. Esperemos que con su nueva apuesta (inesperado éxito en Argentina, país donde está rodada) tenga más suerte, ya que las películas de género siempre resulta una bendición para el cine español.


      SÉPTIMO sigue a Sebastián (Ricardo Darín), un abogado de éxito que se acaba de separar de su esposa aunque no quiere firmar los papeles del divorcio. Todos los días recoge a sus dos hijos en el piso de su ex mujer, Delia (Belén Rueda), que vive en la séptima planta de un imponente edificio, y juega con ellos a “a ver quién llega antes”: ellos bajan por la escalera, y él en el ascensor para llevarlos al colegio. La relación del matrimonio está afectada por la decisión de Delia de irse a vivir a España llevándose a sus dos hijos, algo que choca frontalmente con los deseos del padre. Un día, cuando Sebastián llega al piso de abajo, los niños han desaparecido dentro del edificio. Sebastián pide ayuda al portero del inmueble e incluso a un veterano policía que vive en el edificio. En su desesperación por encontrarlos, vivirá momentos de extrema tensión y desconfianza de todo lo que le rodea. El verdadero miedo aparecerá cuando, a través de una llamada telefónica, un secuestrador pone precio a la liberación de sus hijos. 


        Aunque la premisa se nos puede antojar ya muy manida (aún se mantiene en muchas carteleras la magnífica Prisioneros), lo primero que llama la atención en una película en donde actúa Ricardo Darín es, por supuesto, Ricardo Darín. Su inmanente presencia hace que la cámara se enamore de él y le acose con unos exultantes primeros planos. Las secuencias preliminares sitúan al espectador en la rutina de Sebastián, al que vemos en el inicio de una jornada laboral manejar su teléfono móvil para hablar con su jefe o con su hermana, una jornada que siempre comienza recogiendo a sus hijos para llevarlos al colegio. Patxi Amezcua logra que el espectador sintonice con el ajetreo de ese prestigioso abogado; antes de subir al piso de su ex, despacha varios asuntos mientras conduce, entre ellos uno muy peliagudo en el que están involucradas personas muy poderosas.


        La verdad es que uno queda abrumado por la manera que tiene el actor argentino de cargar con cualquier desafío sobre sus espaldas, cómo modula la voz, el gesto y se rodea de un amplio campo magnético en donde tienen cabida todos los registros interpretativos. Luego está la trama y sus anomalías (con ciertos aires hitchcockianos y polanskianos), un suceso imprevisible y un padre exasperado que no logra entender cómo sus hijos han podido desaparecer en el trayecto que va desde el séptimo piso hasta la planta baja, y sobre todo el ¿por qué?


        SÉPTIMO se nos presenta como una laberíntica película que podemos englobar dentro de la fórmula whodunit (en la jerga literaria y cinematográfica un enigma o rompecabezas en el que las preguntas esenciales son ¿quién ha sido, por qué y cómo?) está rodada con una intachable factura técnica, y Amezcua sabe aprovechar los escenarios y los elementos con gran pericia: los planos aéreos de un Buenos Aires que se nos aparece como una urbe superpoblada y deshumanizada que vive de espaldas a cualquier pequeña tragedia cotidiana; el vetusto y elegante edificio convertido en una especie de castillo lleno de mazmorras; el teléfono como instrumento clave que agiliza la narración e incrementar el frenesí y desasosiego del relato.


        El ritmo, el suspense y la tensión do decaen en ningún momento debido a lo ajustado de su metraje, y a medida que la situación se hace más kafkiana al espectador no le queda más remedio que empatizar con su protagonista, al que vemos luchar contrarreloj envuelto en una pesadilla claustrofóbica en la que Belén Rueda juega un rol de madre muy secundario, sin apenas diálogos y con un perenne rictus de preocupación o aflicción, aunque jamás consigue transmitir la angustia necesaria. Como apuntaba, y siguiendo el patrón del whodunit, Amezcua va dejando un reguero de señales con el único objetivo de que el espectador elucubre sobre lo que pueden ser débiles indicios, falsas pistas y evidencias que pronto se desvanecen, dentro de un juego mental que te obliga a mantener la concentración como si de una partida de ajedrez se tratara. A lo que contribuye el personaje de Darín, que tiene múltiples batallas abiertas: está al cargo de un caso de malversación de fondos que tiene a un tribunal esperándole y a su jefe presionándole, su hermana le pide ayuda ante las amenazas de su ex, su mujer exigiéndole que firme los papeles del divorcio y, además, no es un tipo muy popular entre sus vecinos.


      Concluiremos que el guión resulta algo tramposo o cuando menos caprichoso (el género manda), en su intento de dar un plus de truculencia a la acción en detrimento del puro realismo. Lo peor que puede pasar es que el espectador ponga unas expectativas altas en la resolución del caso, pues es fácil advertir que eso sólo es la guinda en un pastel bien elaborado.

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