La misma burra vieja llena de forúnculos
ASALTO AL PODER (WHITE HOUSE DOWN) ê
DIRECTOR: ROLAND
EMMERICH.
INTÉRPRETES: CHANNING TATUM, JAMIE FOXX, MAGGIE GILLENHAAL,
HAMES WOODS, RICHARD JENKINS, JASON CLARKE.
GÉNERO: ACCIÓN / EE.
UU. / 2013 DURACIÓN: 131 MINUTOS.
Al parecer la
nostalgia está logrando que el inefable Roland Emmerich encuentre una legión de
incondicionales con los que ni siquiera contaba en su época de esplendor en la
hierba. No me encuentro entre ellos. Hay quien dice que “La nostalgia es el reproche del olvido, el perfume de las cosas que has
querido y ya se han ido”, también que “La
nostalgia es un espejo que duplica lo vivido rescatando nuestro tiempo del
olvido”. Están bien esos adagios poéticos, pero en mi la nostalgia siempre
tiene un carácter corrosivo y rescatar del olvido pestiños como Luna
44 (1990), Soldado Universal (1992), Stargate (1994), Independence
Day (1996), Godzilla (1998), El día de mañana (2004), 10.000
(2008) o 2012 (2009), sólo serviría para hacer más visibles las
tinieblas de mi alma y espesa la niebla de la mirada. En último extremo, de
su filmografía sólo salvo El Patriota (2000), con el gran Mel
Gibson, y Anonymous (2011) que ponía el dedo en la llaga de la muy
creíble teoría de que no fue Shakespeare quien escribió aquellas imperecederas
obras teatrales que le han dado el prestigio y la inmortalidad.
El veterano
director alemán, obsesionado con destruir la Casa Blanca en sus artefactos, nos
presenta ahora ASALTO AL PODER, relato en el que seguimos al policía del
Capitolio John Cale (Channing Tatum)
que acaba de ser rechazado por la encargada de hacerle una entrevista, Carol Finnerty (Maggie Gyllenhaal) como
aspirante a un trabajo que él considera ideal: pertenecer al Servicio Secreto
que protege al Presidente James Sawyer
(Jamie Foxx).
Como no quiere decepcionar
a su hija de 11 años, lleva a la pequeña a realizar un tour dentro de la Casa
Blanca. Durante la visita y mientras la niña se encuentra en el lavabo, un
comando de mercenarios liderado por un antiguo Delta Force, Emil Stenz (Jason Clarke), asalta el
edificio con la complicidad del jefe del Servicio Secreto Martin Walker (James Woods). A contrarreloj
y con el gobierno de la nación inmerso en el caos, Cale está dispuesto a salvar
al Presidente, a su hija y a la nación.
Tras el estreno
este mismo año de Objetivo: La Casa Blanca (Antoine Fuqua, 2013), no sé si el
aficionado a este tipo de estruendosos blockbusters se habrá quedado con muchas
ganas de ver otra película que comparte la misma premisa y los mismos
escenarios. Es más, dentro de unos meses y como ninguna de las dos recrea nada
reseñable, lo más probable es que yo mismo las confunda. Emmerich, a diferencia
de otro cineasta destroyer como
Michael Bay, que me ha sorprendido gratamente con la ácida y estimable Dolor
y dinero (2013), sigue haciendo méritos para ser investido cum laude
en artilugios destructivos saturados de explosiones, pirotecnia y expeditivos
tiroteos, todo aliñado con artificiosos efectos especiales.
ASALTO
AL PODER, que nos sirve el mismo menú repetido hasta el empacho, no
existe para reinventar un género tan maltratado como la action movie, tampoco
como un ejercicio mimético aunque burlón de la citada película de Fuqua, ni
siquiera para hacer caja porque este tipo de productos resultan carísimos y se
publicitan con tráilers e imágenes que lo cuentan todo, la única razón de su existencia es
que Emmerich está empeñado en demostrar –con sus propios ejemplos- que la imaginación y la creatividad en
Hollywood es un bien tan escaso como olvidado.
Este cronista no se podía creer lo que
estaba viendo: una especie de Jungla de Cristal en la Casa Blanca que surca de
manera obscena el territorio quemado ya por la película de Antoine Fuqua hasta
tal punto que a uno le parecía estar viviendo el Día de la Marmota. Nos encontramos
con las dos películas más similares que he visto en vida sin que una sea, al
menos declaradamente, un remake de la otra. Mi cabreo fue tal que tuve la
tentación de hacer una crítica remitiendo a mis lectores a la crónica que
realicé a mediados de mayo de Objetivo:
La Casa Blanca.
150 millones
de dólares invertidos en un armatoste que nos presenta a unos personajes
planísimos: pasen y vean a esa burda caricatura de un Obama chistoso perfilado
como héroe de acción y con el rostro de Django desencadenado, a un Channing
Tatum dibujando el retrato estereotipado del héroe y su insufrible carga
existencial (conflictos familiares, soledad, sueños rotos). Partiendo de un
horroroso libreto de James Vanderbilt, nos adentramos en una Casa Blanca -eso
sí- espléndidamente recreada, para
asistir de nuevo a su toma por parte de unos terroristas con la ayuda de
traiciones internas… Y entones el caos, la destrucción, el infierno en forma de
lluvia de cascotes.
Y sí, mis mandíbulas no daban más juego cuando
los helicópteros Black Hawks hacen acto de presencia y se adueñan de la acción.
Giros narrativos inverosímiles, patriotismo sulfúreo e incandescente (esa niña corriendo
entre explosiones con la bandera presidencial), previsibles
escaramuzas y un Channing Tatum con su sucia camiseta de tirantes como guiño grosero
al inolvidable John McClane de La Jungla. Lo peor de todo: la cara de
tonto de un espectador que desea ser invisible cuando constata que le han
vendido otra vez la misma burra vieja llena de forúnculos.
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