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sábado, 14 de septiembre de 2013

CRÍTICA DE "ASALTO AL PODER"


La misma burra vieja llena de forúnculos
ASALTO AL PODER (WHITE HOUSE DOWN) ê
DIRECTOR: ROLAND EMMERICH.
INTÉRPRETES: CHANNING TATUM, JAMIE FOXX, MAGGIE GILLENHAAL, HAMES WOODS, RICHARD JENKINS, JASON CLARKE.
GÉNERO: ACCIÓN / EE. UU. / 2013  DURACIÓN: 131 MINUTOS.   


    Al parecer la nostalgia está logrando que el inefable Roland Emmerich encuentre una legión de incondicionales con los que ni siquiera contaba en su época de esplendor en la hierba. No me encuentro entre ellos. Hay quien dice que “La nostalgia es el reproche del olvido, el perfume de las cosas que has querido y ya se han ido”, también que “La nostalgia es un espejo que duplica lo vivido rescatando nuestro tiempo del olvido”. Están bien esos adagios poéticos, pero en mi la nostalgia siempre tiene un carácter corrosivo y rescatar del olvido pestiños como Luna 44 (1990), Soldado Universal (1992), Stargate (1994), Independence Day (1996), Godzilla (1998), El día de mañana (2004), 10.000 (2008) o 2012 (2009), sólo serviría para hacer más visibles las tinieblas de mi alma y  espesa la niebla de la mirada. En último extremo, de su filmografía sólo salvo El Patriota (2000), con el gran Mel Gibson, y Anonymous (2011) que ponía el dedo en la llaga de la muy creíble teoría de que no fue Shakespeare quien escribió aquellas imperecederas obras teatrales que le han dado el prestigio y la inmortalidad.  


      El veterano director alemán, obsesionado con destruir la Casa Blanca en sus artefactos, nos presenta ahora ASALTO AL PODER, relato en el que seguimos al policía del Capitolio John Cale (Channing Tatum) que acaba de ser rechazado por la encargada de hacerle una entrevista, Carol Finnerty (Maggie Gyllenhaal) como aspirante a un trabajo que él considera ideal: pertenecer al Servicio Secreto que protege al Presidente James Sawyer (Jamie Foxx).


       Como no quiere decepcionar a su hija de 11 años, lleva a la pequeña a realizar un tour dentro de la Casa Blanca. Durante la visita y mientras la niña se encuentra en el lavabo, un comando de mercenarios liderado por un antiguo Delta Force, Emil Stenz (Jason Clarke), asalta el edificio con la complicidad del jefe del Servicio Secreto Martin Walker (James Woods). A contrarreloj y con el gobierno de la nación inmerso en el caos, Cale está dispuesto a salvar al Presidente, a su hija y a la nación.  


       Tras el estreno este mismo año de Objetivo: La Casa Blanca (Antoine Fuqua, 2013), no sé si el aficionado a este tipo de estruendosos blockbusters se habrá quedado con muchas ganas de ver otra película que comparte la misma premisa y los mismos escenarios. Es más, dentro de unos meses y como ninguna de las dos recrea nada reseñable, lo más probable es que yo mismo las confunda. Emmerich, a diferencia de otro cineasta destroyer como Michael Bay, que me ha sorprendido gratamente con la ácida y estimable Dolor y dinero (2013), sigue haciendo méritos para ser investido cum laude en artilugios destructivos saturados de explosiones, pirotecnia y expeditivos tiroteos, todo aliñado con artificiosos efectos especiales.


      ASALTO AL PODER, que nos sirve el mismo menú repetido hasta el empacho, no existe para reinventar un género tan maltratado como la action movie, tampoco como un ejercicio mimético aunque burlón de la citada película de Fuqua, ni siquiera para hacer caja porque este tipo de productos resultan carísimos y se publicitan con tráilers  e imágenes que lo cuentan todo, la única razón de su existencia es que Emmerich está empeñado en demostrar –con sus propios ejemplos-  que la imaginación y la creatividad en Hollywood es un bien tan escaso como olvidado.


     Este cronista no se podía creer lo que estaba viendo: una especie de Jungla de Cristal en la Casa Blanca que surca de manera obscena el territorio quemado ya por la película de Antoine Fuqua hasta tal punto que a uno le parecía estar viviendo el Día de la Marmota. Nos encontramos con las dos películas más similares que he visto en vida sin que una sea, al menos declaradamente, un remake de la otra. Mi cabreo fue tal que tuve la tentación de hacer una crítica remitiendo a mis lectores a la crónica que realicé a mediados de mayo de Objetivo: La Casa Blanca.


        150 millones de dólares invertidos en un armatoste que nos presenta a unos personajes planísimos: pasen y vean a esa burda caricatura de un Obama chistoso perfilado como héroe de acción y con el rostro de Django desencadenado, a un Channing Tatum dibujando el retrato estereotipado del héroe y su insufrible carga existencial (conflictos familiares, soledad, sueños rotos). Partiendo de un horroroso libreto de James Vanderbilt, nos adentramos en una Casa Blanca -eso sí-  espléndidamente recreada, para asistir de nuevo a su toma por parte de unos terroristas con la ayuda de traiciones internas… Y entones el caos, la destrucción, el infierno en forma de lluvia de cascotes.


      Y sí, mis mandíbulas no daban más juego cuando los helicópteros Black Hawks hacen acto de presencia y se adueñan de la acción. Giros narrativos inverosímiles, patriotismo sulfúreo e incandescente (esa niña corriendo entre explosiones con la bandera presidencial), previsibles escaramuzas y un Channing Tatum con su sucia camiseta de tirantes como guiño grosero al inolvidable John McClane de La Jungla. Lo peor de todo: la cara de tonto de un espectador que desea ser invisible cuando constata que le han vendido otra vez la misma burra vieja llena de forúnculos.

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