Reflexionando sobre el revuelo levantado por esa chorrada
pseudoliteraria titulada Cincuenta sombras de Grey, primera
entrega de la trilogía erótica firmada por la novelista británica E. L. James, que como mis lectores
sabrán narra la relación que entablan una universitaria recién graduada con un
joven magnate de los negocios, el tal Grey, y que les lleva a la práctica
sexual del bondage, la dominación/sumisión y el sadomasoquismo (BDSM), he
llegado a la conclusión de que haría mal recomendando a los millones de
lectores de esos mediocres best-sellers las obras del padre fundador de todas
esas transgresiones sexuales: El Marqués de Sade, que como escribiera Gore
Vidal se convirtió en el pornógrafo genial de un tiempo y un lugar, la Francia
prerrevolucionaria, y que con obras como “Justine
o los infortunios de la virtud”, “Los
120 días de Sodoma” o “Juliette o las prosperidades del vicio”, se elevó
como el Anticristo de la época, un autor, radical, infame y aberrante que
traspasó durante su vida, como reflejo de su obra, todos los límites de la
perversión. Apollinaire dijo de Sade que “fue el espíritu más libre que jamás
ha existido”. Sus obras, rebosantes de sexo extremo, violencia, parafilias y en
donde prima el vicio sobre la virtud, le reportó más de media vida de reclusión
en fortalezas y manicomios.
No, Sade es sólo
para minorías selectas. Pero tal vez a los lectores de Grey les interese leer Historia
de O, la novela de Anne Desclos publicada en 1954 que firmaba con el
pseudónimo de Pauline Réage, un texto en el que se basó la película homónima de
Just Jaeckin de 1975: O (Corinne Clery) es una hermosa
fotógrafa que es llevada por su amante René
(Udo Kier) al castillo de Roissy, donde tendrá lugar su entrenamiento como esclava sexual. Ella acepta por el amor
ultraterrenal que siente hacia él, y tras varias semanas abandona el castillo y
conoce al hermanastro de René, Sir Stephen (Anthony Steel) con el que comienza
una relación de dominación/sumisión a petición de René. Con Sir Stephen se
inicia en las relaciones lésbicas hasta que, finalmente, queda marcada como
esclava en propiedad de Sir Stephen.
Una de las cumbres del soft-core, Historia
de O es un film de ritmo pausado, trivial, esteticista y francesísima
puesta en escena (léase empalagosamente refinada) para la que el inerme Jaeckin
utiliza los mismos recursos golosos que tan buenos resultados le dieron con Emmanuelle,
sin forzar nunca la tuerca de las vejaciones extremas y derivando en sofismas
jocosos: algunos tibios azotes, morbosidad relamida, humillaciones atenuadas,
tormentoso barroquismo que trata de equilibrar el placer y el dolor, simbólicos
collares y cadenas de diseño… Y que enmarca el amor real bajo un axioma
zarrapastroso: “Si de verdad me quieres serás mi puta y mi esclava y me alzo
sobre ti con el poder de ofrecerte”. Si en la elegante prosa de Desclos
apreciamos una sugerencia lasciva y hasta enfermiza, en la película todo se
resuelve con un formalismo kitch que
ni siquiera profundiza en la obsesión sadomasoquista, sin capturar nunca la
esencia de la perdición y la dependencia autodestructiva.
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