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miércoles, 25 de julio de 2012

LA FOTO HIPNÓTICA: SHARON STONE


      Alguien a través de la red que conoce bien mi gran afición por el cine me recomendó la compra de un Blu-Ray, aparato eficaz al máximo en la optimización de imágenes siempre que el visionado se realice en una pantalla LCD con resolución Full HD 1080. Si bien ya había verificado su calidad visual, decidí comprobar de manera algo más sugerente para qué sirve esto de la alta definición y las enormes prestaciones del invento. De modo que me fui a dar un paseo en moto con la intención de hacer una parada en una tienda donde había visto en ese formato la película Instinto Básico (Paul Verhoeven, 1992). Ya en casa, entrada bien la noche, con la familia roncando (el éxtasis de la felicidad), compruebo la calidad de imagen llegando velozmente al único paisaje (El-Monte-de-Venus) que en esos momentos me interesa: pauso el Blu-Ray en la famosa escena del cruce de piernas que se produce durante el interrogatorio en la comisaría y avanzo fotograma a fotograma, fotograma a fotograma y… ¡Sorpresa! En un instante glorioso cae uno de mis últimos mitos: ¡¡¡El vello púbico de color miel y los genitales de Sharon Stone se aprecian al límite de detalles posible!!! ¡Qué gran gozo! ¡Qué útil es esto del Blu-Ray y la HD!

      Por cierto, aunque se alzó dos veces con el Golden Raspberry a la Peor Actriz por Entre dos mujeres y El especialista en 1994, y por Instinto Básico 2 en 2006, Sharon Stone se merecía más que nadie el Oscar por su interpretación de la femme fatal desquiciada y drogata Ginger en Casino (Martin Scorsese, 1995), papel por el que estuvo nominada y ganó el Globo de Oro a la Mejor Actriz. Yo no lo he olvidado, como tampoco olvidaré el cruce de piernas de la perversa Catherine Tramell y su terrorífico picahielo, que pasó a formar parte de forma instantánea de la historia del cine. Y como me siento feliz, eufórico, animoso, salgo a la calle a gritar y me tropiezo con unos niños que juegan al gua mientras se comen los mocos y con una legión de parados que me miran atónitos rascándose los huevos –creerán que es una apuesta o una de esas bromas televisivas, o peor, tendrán la confirmación de cómo las partículas radiactivas de la mina de El Lobo pueden convertir a un tipo supuestamente cabal en un gilipollas-, me trae sin cuidado, no me corto y grito: ¡Oh Sharon, Dios bendiga las tierras de Meadville que te vieron nacer! ¡Dios bendiga tus 54 años cumplidos y tus 150 de cociente  intelectual! ¡Dios bendiga los mundos perdidos que escondes en tu pubis! Porque hoy, Día Mundial de la Celulitis Incrustada, ya sólo creo en ti y en mi Blu-Ray.

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