Páginas

martes, 22 de febrero de 2022

CRÍTICA: "LICORICE PIZZA" (Paul Thomas Anderson, 2021)

 

La infancia sigue siendo la patria

“LICORICE PIZZA” êêê

DIRECTOR: Paul Thomas Anderson.

INTÉRPRETES: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Bradley Cooper, Tom Waits, Ben Safdie, Nate Mann, Joseph Cross, Skyler Gisondo.

GÉNERO: Comedia romántica / DURACIÓN: 133 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2021

     Paul Thomas Anderson me dejó de interesar tras dirigir la excelente Pozos de ambición (2007). Su filmografía posterior me resultó bastante decepcionante a pesar de que esperaba como agua de mayo el estreno de cada película suya. Tras su muy aseado debut con Sydney (1996) un elegante thriller con un gran reparto y el mundo de los casinos como trasfondo. A partir de entonces, el director angelino puso el listón muy alto con películas como Boogie Nights (1997) refrescante relato sobre el mundillo del porno que sigue a un director con ínfulas de artista y aun joven muy dotado para el cine de adultos. En 1999 estrena una de sus más aclamadas películas, Magnolia, una película sobre historias cruzadas que guardan una extraña conexión entre sí. Progresivamente el director fue perdiendo su excelsa inspiración y, ni The Master (2012), ni Puro vicio (2014), ni El hilo invisible (2017) estuvieron a la altura de sus primeras y celebradas obras ni han dejado poso alguno en mi saturada memoria cinéfila.

     Vuelve a encontrar el tono con su última criatura, Licorice Pizza, que nos sitúa en el Valle de San Fernando en 1973. Alana (Alana Haim) y Gary (Cooper Hoffman) conforman una extraña pareja que se conocen en el instituto de San Fernando Valley, el sueña con conquistar el corazón de ella, que es diez años mayor que él. Todo cambiará cuando Gary comience a tener cierta fama como actor. Su vida parece fácil, pero tendrá que centrarse en equilibrar su popularidad con la vida normal de un adolescente.

     Parece que sí, amigos lectores, la nostalgia se ha apoderado de la pantalla grande, una melancolía que suele aparecer cuando nos vamos haciendo mayores. Así nos encontramos con títulos como Érase una vez en… Hollywood, y más recientemente Belfast, West Side Story, Fue la mano de Dios, además de secuelas de títulos clásicos como Matrix, Cazafantasmas y Scream. Paul Thomas Anderson nos presenta su mejor película en años narrando el romance y los desencuentros de un adolescente de 15 años y una joven de 25 en el Valle de San Fernando de Los Ángeles durante los años 70. Una relación emocional y nada sexual pero con altibajos debido siempre a las ambiciones materiales del emprendedor chico actor y a las diferentes aspiraciones de ella, pero la atracción que mutuamente sienten acaba siempre uniéndolos de nuevo.

     Por supuesto, el interés de Licorice Pizza recae en la soberbia química de la pareja, en la chispa y veracidad que desprende su relación gracias a las magníficas interpretaciones de Alana Haim (guitarrista de la banda Haim) y Cooper Hoffman (hijo del malogrado Philip Seymour Hoffman), que sirven de cauce al director para realizar un ejercicio de regresión a su infancia, viajando al lugar por donde corría cuando era un tierno infante en los años 70, el distrito de Studio City del Valle de San Fernando, un escenario éste que ya ha utilizado para algunas de sus mejores películas como Boogie Nights o Magnolia. Licorice Pizza no es una película de gran intensidad narrativa, pero se ve con simpatía debido al colorido y vitalidad que proyecta, al reflejo dinámico y chispeante de un tiempo y un microcosmos que ya sólo existe en la memoria de los que estuvieron allí y se impregnaron de sus esencias.

    Nos cuentan que el guión firmado por el propio director se basa en las vivencias del productor Gary Goetzman, que comenzó siendo un niño actor para después ser un emprendedor en negocios como la venta de camas de agua y salones recreativos con máquinas de pinball. En cualquier caso, y como apuntaba, no es lo más notable de una película tan alegre y luminosa como el soleado paisaje californiano, y que nos regala escenas hilarantes como la cena con la familia judía de Alana. Porque lo más destacable es, de principio a fin, la especial conexión que mantienen Alana y Gary en un entorno idealizado, vivo y cambiante que actúa como punto de encuentro y despedida de la infancia perdida del director. La relación entre ellos resultada tan accidentada como la vida misma, alternando momentos de placer con frustraciones, aunque no puede existir nada más placentero que la feliz reconciliación. No me resultan nada sugerentes las escenas en las que aparecen Sean Penn encarnando a un veterano William Holden haciendo virguerías con la moto, ni la brusca irrupción de Bradley Cooper dando oxígeno al productor Jon Peters que fue novio de Barbra Streisand. También es cierto que aún con la torpeza con la que están construidas esas secuencias, Licorice Pizza es una película recomendable por su tono mágico y su jovialidad, una celebración a la mística de los recuerdos o la imperiosa necesidad de la memoria para combatir la inanidad y mediocridad que hoy día nos asiste.

2 comentarios:

  1. Muy buena. Paul Thomas Anderson viste impecablemente una sencilla y tierna historia de amor adolescente.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues sí, amigo, nada mejor que desconectar viendo una película romántica y colorista en tiempos de guerra.

      Un abrazo.

      Eliminar