El legado de Cronenberg
“TITANE” êêê
DIRECTOR: Julia Ducournau.
INTÉRPRETES: Agathe Rousselle,
Vincent Lindon, Garance Marillier, Myriem Akeddiou, Dominic Frot, Nathalie
Boyer, Théo Hellermann.
GÉNERO: Fantástico / DURACIÓN: 108 minutos / PAÍS: Francia / AÑO: 2021
Queda claro que Julia Ducournau ha estado siempre muy mediatizada por el descubrimiento del cine de David Cronenberg y la hipnosis conceptual de la corriente de La Nueva Carne, que le ha servido para encauzar unas expresiones artísticas que amenazaban con desbordar sus perturbadoras fantasías. Lo demostró en su ópera prima Crudo (2016), un relato sin cocinar sobre una joven vegana que tras sufrir una novatada tras su ingreso en la escuela de veterinaria se convierte en una voraz caníbal, dando rienda suelta así a un desconocido y profundo apetito sexual que le proporciona placeres infinitos.
La película, aunque curiosa, no me convenció totalmente, pero sirvió de lanzadera para una cineasta que transita un camino, el de los enigmas y estímulos perversos del cuerpo, que ya habían recorrido directores como Cronenberg, Clive Barker, David Lynch y novelistas como J.G. Ballard entre otros. Titane comienza con el accidente que sufre una niña, Alexia, cuando viaja en coche con su padre. En el hospital le implantan una placa de titanio en la cabeza. Seguidamente nos encontramos con Alexia ya adulta (Aghate Rousselle) que se gana la vida contoneándose sensualmente sobre un coche tuneado en una exposición de automóviles. Pronto descubriremos que Alexia se ve impelida por una incontrolable rabia asesina, lo que la obliga a cambiar de identidad. En el aeropuerto, decide transformarse en Adrien Legrand, un niño desaparecido hace 10 años y cuya aparición supondrá el final de una pesadilla para su padre, Vincent (Vincent Lindon), un capitán de bomberos que le lleva a la estación con él y le cuida. Pero en el vientre de Alexia hay algo que no para de crecer y no sabe cuánto tiempo podrá disimularlo.
Con un libreto firmado por la misma directora, No perderé mucho tiempo en señalar la exuberante y enfermiza imaginación de Julia Ducournau ni su innato virtuosismo para dotar a sus criaturas de un sugerente look visual, eso sí, con exceso de filtros y neones (tal vez herencia de Nicolas Winding Refn, Gaspar Noé y la tradición del cine asiático), pero no acaba de convencerme su manera de filmar, tan formularia como ecléctica, sin asumir riesgos, sin un estilo definido en la planificación y los encuadres, carente de una nota original donde poner el énfasis. Con la infinita libertad que le otorga el género fantástico, la directora francesa bucea por las recónditas mutaciones del cuerpo y las difusas líneas de las identidades para dar forma a una delirante fábula cuyo andamiaje está construido por algunas escenas de exacerbada violencia y bruscos virajes argumentales que mantienen en alerta al espectador, obligándonos a entrecerrar los ojos en ciertos momentos.
Sin embargo, la mayor transgresión no está en los brutales asesinatos ni en algunas escabrosas situaciones, sino en el mensaje nada subliminal sobre la inútil reivindicación de la pertenencia a un género, que se presume un signo de esclavitud y debilidad, de ahí que la andrógina y furiosa protagonista se eleve como un símbolo de los nuevos tiempos, la luz de una nueva era. Un nuevo horizonte donde la feminidad y la masculinidad han perdido toda su efervescencia en favor de la fusión con las máquinas y su poderosa e indestructible descendencia.
Alexia mantiene una comunión especial con su coche desde que siendo niña tuvo un accidente de tráfico cuando viajaba con su padre, el siniestro la dejó como regalo una placa de titanio incrustada en la cabeza. Han pasado los años y ahora se encuentra cómoda bailando de forma erótica sobre el capó de su coche para el disfrute de un público masculino. Tras unos sucesos sangrientos, Alexia se ve forzada a cambiar de identidad y se transforma en Adrien, el hijo desaparecido de un veterano bombero que está deseando de estrecharle entre sus brazos y que se inyecta esteroides en los glúteos pero que no puede evitar la pérdida de vigor como consecuencia de la vejez. Nos encontramos con una nueva y tal vez la única y verdadera lectura: dos almas solitarias necesitadas de amor.
Siendo
mínimamente exhaustivo, Titane se impone como un film inclasificable que sólo puede
definirse por sus múltiples ecos referenciales y que juega burlonamente con las
temáticas de los vientos que soplan en estos sórdidos y absurdos tiempos, para
desembocar en un drama familiar que ilumina un encuentro balsámico que cerrará
heridas abiertas. Dos vidas que se abrazan, se sostienen y se necesitan para
hacer más llevadera su inabarcable desolación, una sensación de refugio que
aporta calor a una narrativa fría, tan trágica como humanista. El deseo de ser
amados sin reglas ni fronteras.
Otra que tengo ganas de ver.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ya la verás. También yo tengo pelis retrasadas, pero con el trabajo y la rémora que supone la pandemia, dispongo de un tiempo limitado, precioso, pero escaso.
ResponderEliminarUn abrazo.