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martes, 9 de octubre de 2018

CRÍTICA: "VENOM" (Ruben Fleischer, 2018)


Tom Hardy cómo único aliciente
 VENOM  êê
(Ruben Fleischer, 2018)
    

   El director Ruben Fleischer debutó en el año 2009 con Bienvenidos a Zombieland, resultona comedia sobre un mundo plagado de zombis que ganó el Premio del Público en el Festival de Sitges. Antes de esta gamberrada convertida en un placer culpable, había dirigido un par de cortos y realizado alguna incursión en la televisión. Su siguiente película, 30 minutos o menos (2011) contaba con el mismo protagonista, Jesse Eisenberg, pero el resultado quedó muy por debajo de su ópera prima. Decente podemos considerar su incursión en el thriller con Gángster Squad: Brigada de élite (2013), película con un gran reparto coral encabezado Por Josh Brolin, Sean Penn y Ryan Gosling que nos traslada a Los Ángeles de 1949 para seguir a una brigada especial de la policía de Los Ángeles en su lucha por destruir el imperio creado por el mafioso Mickey Cohen.


  Venom nos presenta al periodista Eddie Brock (Tom Hardy) que lleva tiempo intentando desenmascarar al científico al frente de la Fundación Vida, Carlton Drake (Riz Amed). Esa obsesión ha hecho que pierda su trabajo y su relación con su novia Ann (Michelle Williams). Un día, en los laboratorios de Drake, el ente alienígena Venom se fusiona con el cuerpo de Eddie, y el periodista adquiere unos increíbles superpoderes que le permite hacer cualquier cosa que se le antoje. Empujado por la cólera, Venom obliga a Eddie a luchar por controlar sus habilidades al mismo tiempo que le hace sentirse poderoso, siendo conscientes de que necesitan mutuamente para conseguir lo que quieren.


     Venom es poca cosa, tan poca cosa que si no fuera por el magnetismo que desprende siempre el actor británico Tom Hardy, se quedaría en nada. Con secuencias de acción pésimamente rodadas, unos efectos digitales pobres y una cutre labor de maquillaje, la primera película protagonizada por esta especie de némesis de Spider-Man creada por el historietista David Michelinie y el artista canadiense Todd McFarlane en 1984, decepciona tanto en su torpe guión como en su desafortunado diseño de producción, cuestión que para una producción sobre un personaje Marvel siempre suele ser un lastre importante. Y es que sus responsables, con Ruben Fleischer a la cabeza, en ningún momento se toman el invento en serio (lo cual no tiene que ser malo necesariamente), y sin embargo, tratan de crear una metáfora hilarante sobre la lucha interior de dos personalidades antitéticas; la más cerebral y temerosa del reportero y la visceral y expeditiva del parásito con resultados paupérrimos. El simbionte, que siempre tiene hambre, está creado con varios trazos gruesos digitales, un penoso CGI hace que incluso en algunos momentos vislumbremos el croma. Así, la función nunca encuentra el tono cómico que pretende en muchos momentos ni resulta espectacular en las atropelladas secuencias de acción. El buen actor Riz Ahmed está muy desdibujado como villano, Michelle Williams tiene un papel insustancial y las escenas poscréditos nos llevan a pensar que será imposible que la secuela sea peor que este film seminal.


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