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lunes, 4 de junio de 2018

CRÍTICA: "AMANTE POR UN DÍA" (Philippe Garrel, 2017)


Del amor y otras soledades
AMANTE POR UN DÍAêêêê
DIRECTOR: PHILIPPE GARREL.
INTÉRPRETES: GILLES CARAVACA, LOUISE CHEVILLOTTE, ESTHER GARREL, ARLETTE LANGMANN.
GÉNERO: DRAMA / FRANCIA / 2017 / DURACIÓN: 76 MINUTOS.

  
   "L`amant d`un jour
  

   Queda muy lejos ya el debut del veterano director francés Philippe Garrel con el largometraje Marie pour Mémoire (1967), aunque mi película favorita de este director lleva por título J´entends la guitare (1999), un film sobre la crisis de los cuarenta, la nostalgia del mayo del 68 y las desilusiones de la juventud perdida. Una película que estaba dedicada a Nico, cantante, modelo, actriz alemana que murió en Ibiza con sólo 49 años y fue musa de artistas como Andy Warhol, y mantuvo una relación sentimental con Garrel participando en siete de las veintitrés películas del director inicialmente underground, incluida la que tal vez sea la obra más celebrada del autor, La cicatriz interior (1972).

  
   Amante por un día sigue a Jeanne (Esther Garrel) una joven de 23 años que vuelve a la casa de su padre (Gilles Caravaca) tras sufrir una dolorosa ruptura sentimental. Cuando llega conoce a la pareja de su padre, una chica de su misma edad. Su padre, un profesor maduro de filosofía, se ha enamorado de Arianne (Louise Chevillotte) una sus alumnas. Contra todo pronóstico, las dos jóvenes se hacen amigas apoyándose mutuamente ante las nuevas situaciones de sus vidas.


     Segunda película de Philippe Garrel -uno de los directores más marginales post Nouvelle Vague- estrenada en las salas españolas, Amante por un día cierra la trilogía sobre las infidelidades y los celos iniciada con La jalousie (2013) y continuada con La sombra de las mujeres (2015), un broche magnífico en donde su autor despliega una narrativa más accesible y cercana. Con un guión de Jean-Claude Carrière, una exultante fotografía de Renato Berta y filmada en un imponente blanco y negro, la última criatura de Garrel, un realizador que huele a queso podrido para la taquilla, tiene una textura anacrónica, como si perteneciera a otra época (los años 60), no sólo por su tono visual añejo, pintoresco y nostálgico, también por un argumento que, ahora más que nunca, se detiene en sondear la herida del amor y otras soledades. El amor como meta y anhelo, como abismo ciego y final de trayecto, como adicción y desvelo. Un amor que sufre y goza, se acerca y se aleja, como sombras alargadas en la noche de los boulevares parisinos.


     Y es que el amor adictivo, las infidelidades, los celos y los desengaños siempre han sido elementos recurrentes del cine de Garrel, que cree que en ellos están las claves de la felicidad y la angustia existencial. Amante por un día es una breve y melancólica sinfonía con tres protagonistas y sus circunstancias: un profesor que mantiene una relación sentimental con una alumna (superlativa Louise Chevillotte) que tiene la misma edad que su hija, intentando así recuperar las sensaciones y el aroma de un tiempo varado en los meandros de la memoria; Arianne es su pócima mágica que hace menos lacerante la herida del tiempo y el insatisfactorio tránsito por una vida gris y sin metas que alcanzar. La realidad, sin embargo, es más amarga, porque a Arianne, que goza de una voluble sexualidad, no le gustan las cadenas, ni parece hipnotizada por una vida al lado del veterano profesor.

   
   La pareja tiene ahora que compartir el hogar con la hija de Gilles, Jeanne (Esther Garrel, hija del director) a quien su novio ha puesto de patitas en la calle después de una traumática ruptura. La complicidad entre Arianne y Esther es evidente y comparten confidencias y anhelos. Amante por un día gira en torno a este trío mostrando sus inseguridades, sus dilemas vitales, sus conflictos sentimentales y, sobre todo, el relato actúa como un faro que ilumina la figura magnética y pecosa de Arianne y su deseo irrefrenable. Una fémina que sabe explotar su atractivo, su lozana juventud. Ella es el regalo y la condena, el éxtasis y el veneno, simplemente… el amor.

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