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domingo, 3 de septiembre de 2017

CRÍTICA: "BARRY SEAL: EL TRAFICANTE" (Doug Liman, 2017)



"BARRY SEAL: EL TRAFICANTEêêê
   
   
   No vamos a descubrir ahora a Doug Liman, un director que debutó allá por la primera mitad de la década de los 90 con la comedia estudiantil Getting In (1994), y que un par de años más tarde nos regaló otra más que aceptable comedia sobre el amor y la amistad titulada Swingers (1996). Tras dirigir la inclasificable Viendo sin límites (1998) le llegó la oportunidad de dirigir algo grande con El caso Bourne (2002) primera entrega (y para muchos la mejor) de la saga protagonizada por el agente proscrito y clandestino Jason Bourne creado por el novelista Robert Ludlum. No me gustó nada Sr. y Sra. Smith (2005) comedia de acción a raíz de cual la pareja conocida por Brangelina unieron sus vidas. Mucho menos Jumper (2005) un thriller futurista absolutamente demencial. Volvió a dejar constancia de su buen pulso con Caza a la espía (2010) un thriller de espionaje e inquietante trasfondo político, y levantó de nuevo el vuelo con Al filo del mañana (2014) conseguido Sci-fi que trata sobre una invasión alienígena a la Tierra.

   
   Barry Seal. El traficante está basada en la vida real de Barry Seal (Tom Cruise) un expiloto comercial de la TWA que se convirtió en un importante narcotraficante del Cartel de Medellín y que acabó siendo reclutado por la CIA y el departamento de inteligencia de la DEA.

    
   El itinerario vital del tal Barry Seal es verdaderamente alucinante, tanto que a uno le cuesta creer que fuera real. Pero dicen que lo fue, y este biopic que Doug Liman nos propone, con todas sus licencias de espectáculo cinematográfico, resulta igual de apasionante como consecuencia de su vertiginoso ritmo y la impecable interpretación de un Tom Cruise que sigue estando en forma. Demoledora sátira sobre la terrorífica política internacional de los Estados Unidos, que a finales de los 70 se eleva como la patria liberadora en la lucha contra el comunismo comandada por un Sheriff vejestorio llamado Ronald Reagan, y cuyos cerebros de la CIA y la DEA no dudaron en utilizar al piloto de la TWA para armar la Contra Nicaragüense en su lucha contra los sandinistas.


  Seal tenía una vida cómoda como piloto comercial, pero ya saben que a los norteamericanos les gusta la aventura, y qué mejor cosa para huir del sedentarismo que traficar con drogas para el Cartel de Medellín, la buscada adrenalina para escapar de la rutina  familiar y de paso convertirse en informante de la DEA ganando tanto dinero que no tengas espacio en casa ni el jardín para guardar tanto dinero en metálico. Barry Seal: El traficante es un entretenido artefacto que, en la senda de otros films como El lobo de Wall Street, tiene su mayor acierto en la dinamismo narrativo, los cambios constantes de escenario y una frenética labor de montaje, de tal forma que la función apenas ofrece un momento de respiro sin que en la pantalla suceda algo interesante o hilarante (el momento en que Seal, tras estrellarse con su avioneta, huye en bici rebozado de coca).


     La presencia inmanente de Cruise impregna toda la función otorgando pocos minutos a Sarah Wright, que encarna a la sorprendida esposa de Barry, y que ve cómo su vida familiar se convierte en una montaña rusa en consonancia con el endiablado ritmo de vida de su marido,  y cómo su fortuna aumenta exponencialmente aunque tiene la sensación de que la cosa no puede acabar bien. Mientras tanto, a vivir que son dos días. Por la película desfilan personajes como Oliver North, exteniente coronel de los marines al servicio de Reagan que se vio implicado en el escándalo Irán-Contra o Irángate, por el que conocimos que se vendieron de forma ilícita armas a Irán para financiar a los Contra-revolucionarios de Nicaragua; aparecen también los hermanos Ochoa, Carlos Lehder y Pablo Escobar, capos del Cartel de Medellín; el dictador panameño Noriega, que colaboró con la CIA con el objetivo de armar a los contrainsurgentes; se oye el eco de Bill Clinton, entonces gobernador de Arkansas, y la omnipresente figura de Reagan como adalid contra el comunismo en Centroamérica y Sudamérica.

     
    El inmenso ego de Tom Cruise, eso sí, firmando una actuación magnética, evita que la película raye a un nivel superior y el perfil de los demás personajes se difuminan o aparecen como simples esbozos a pesar de que nos resultan muy interesantes. Encantado de conocerse a sí mismo, el famoso actor tiene un excesivo protagonismo que deja una molesta sensación que impide disfrutar con plenitud de un relato rocambolesco que ilumina a un personaje finalmente sentenciado y con múltiples aristas. 

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