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domingo, 13 de agosto de 2017

“REY ARTURO: LA LEYENDA DE EXCALIBUR” (Guy Ritchie, 2017)


KING ARTHUR: LEGEND OF THE SWORD ê

    
   Decir que Guy Ritchie nunca ha vuelto a rayar a la altura que logró con sus dos primeros largometrajes, Lock & Stock (1998) y Snatch. Cerdos y diamantes (2000) es algo con lo que estará de acuerdo todo el mundo,  incluidos sus millones de fans. Así, en su filmografía encontramos enormes cagarros como Barridos por la marea (2002) un ladrillo ideado como vehículo para el lucimiento de Madonna, que entonces era su mujer, pero también es posible hallar una cinta muy inspirada, RocknRolla (2008) con la que recuperó parte de sus mejores esencias y supuso un regreso a sus orígenes.


   Tras la aceptable Operación U.N.C.L.E. (2015) estrena esta excéntrica versión de la leyenda artúrica para narrarnos cómo el joven e intrépido Arturo (Charlie Hunnam) lidera a su pandilla por los sucios callejones de Londinium. Tras lograr sacar de la piedra la espada de Excalibur, se verá obligado a tomar algunas duras decisiones. Junto con una joven maga (Astrid Bergès-Frisbey) deberá aprender a manejar la poderosa espada, vencer a sus demonios y unir al pueblo para destronar al tirano Vortigern (Jude Law) quien robó la corona que le pertenecía y asesinó a sus padres cuando era un niño.

   
    Con ínfulas de primera piedra de una nueva franquicia, Rey Arturo: La leyenda de Excalibur despliega una puesta en escena extravagante y pedestre en la que se adivina el sello del director y que se ve aderezada con una inyección de testosterona digital; la secuencia inicial con esos gigantescos elefantes que lo aplastan todo a su paso deja muy claro cuáles son las intenciones del director. Lo mejor, aunque nada novedoso, lo encontramos en esos pactos faustianos que el villano Vortigern hace con unas criaturas acuáticas de aire lovecraftiano en el lago de un sótano gótico.


    La función hace ruido al romper las cáscaras pero ofrece pocas nueces, ni los diálogos están a la altura del antaño ingenio del cineasta británico ni la tan grandilocuente como vacía pirotecnia encuentra el punto de contención, con escenas de acción rodadas de manera atropellada y desmesurada, un simple delirio saturado. Además de un ridículo cameo del futbolista David Beckham, ésta paródica versión del imaginario artúrico pretende rodear al Rey Arturo y sus fieles del mismo ambiente gangsteril que imprimió a sus primeras películas sobre hampones barriobajeros, pero al relato le falta chispa narrativa y le sobra el atracón de tics visuales que, aunque forman parte del estilo del director, aquí sólo son vulgares destellos. La peor película de Ritchie junto a Barridos por la marea.


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