“THE DEVIL´S CANDY” êêê
Dirigida por el director australiano Sean Byrne, el film nos narra la historia de un matrimonio, Jesse y Astrid (Ethan Embry y Shiri Appleby) y su hija Zooey (Kiara Glasco) que han comprado una idílica casa en Texas para que él pueda desarrollar su trabajo artístico como pintor. Al poco de mudarse, los cuadros de Jesse empiezan a adquirir un tono más oscuro e inquietante, como si una extraña fuerza poseyera su mente.
The Devil´s Candy es el segundo largometraje del autor de The Loved Ones (2009) un perturbador debut sobre un secuestro que, con una fusión genérica entre la comedia negra y el torture-porn, va camino de convertirse en un film de culto. En su nueva apuesta, Byrne da una vuelta de tuerca original y angustiosa al tema de las casas encantadas sin olvidar su ya característico humor negro. El film fue exhibido en la pasada edición del Festival de Sitges y cuenta con un ajustadísimo metraje de 80 minutos. Estamos seguros de que el tráiler hará que se le caiga la baba a más de un aficionado.
El gran aliciente de la función es ese secundario de lujo llamado Pruitt Taylor Vince (en algún momento haremos un recuento de la cantidad de películas en las que ha aparecido), un actor que debido a su aspecto físico casi siempre es requerido para encarnar a personajes perturbados y que en el papel de Ray se impone como un siervo de Satanás, que le pide el sacrificio de niños que son su más preciada golosina. Con una atmósfera lúgubre cuando cae la noche y secuencias realmente conseguidas como la llegada de Ray al hotel, el ataque al niño que juega en la pradera y a los policías que vigilan la casa de la familia y la niña acosada, The Devil´s Candy cuenta también como algunos momentos que chirrían (la ineptitud de la policía, la torpeza de los padres en el asalto de Ray a la casa), pero es imposible abstraerse de su barroco esteticismo y la fuerza de su banda sonora, que disfrutarán los aficionados al Heavy metal con temas de Slayer y Metallica.
The Devil´s Candy no inventa la rueda ni lo pretende, y si no somos excesivamente quisquillosos pasaremos por alto la chapuza de fuego generado digitalmente, e incluso perdonaremos ese happy ending cuando esperábamos algo más acorde con la música metalera.
El por qué el villano de la función se comporta así tendrá que descubrirlo el espectador cuando vea la película, pero echamos de menos un perfil más acusado de su vertiente psicológica. Y nos gusta especialmente el aspecto físico del padre de familia encarnado por Ethan Embry, ese pintor obsesionado cuya figura se asemeja a un Jesucristo sufriente y ensangrentado, una metáfora de la lucha entre el Bien siempre en alerta y el Mal que nunca descansa. Un film honesto y entretenido.
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