“FIFTY SHADES DARKER” ê
Segunda entrega de la saga
cinematográfica basada en la trilogía literaria de E.L. James que nos narra la
relación de la recién graduada universitaria Anastasia Steele (Dakota Johnson) y el joven magnate de los
negocios Christian Grey (Jamie
Dornan) que comienza justo donde lo dejó la primera, con Anastasia abrumada y
desolada ante el poder que ejerce sobre ella el misterioso Christian, en una
relación que ha derivado en un peligroso juego de dominación sexual. Es por eso
que la joven decide alejarse de él lo máximo posible y empezar desde cero una
nueva vida. Tras esa ruptura, acepta un trabajo en una editorial de Seattle. Allí
conoce a Jack Hyde, su jefe, que poco a poco se encapricha con ella e intenta
seducirla a toda costa para disgusto de Christian. Mientras lucha contra sus
propios demonios, el joven no se quita a Ana de la cabeza, y ella debe
enfrentarse a la ira que le provocan todas las mujeres que la precedieron como
amantes/sumisas de Grey.
Debe extrañar mucho (no a mí, por
razones que me niego a explicar) el predicamento que tienen estos engendros
machistas entre el público femenino cuando tantas asociaciones feministas
demuestran tener la piel tan fina al denunciar todos los días una retahíla de
nimiedades ridículas. En Cincuenta sombras más oscuras nos
encontramos con más ñoñería romántica que en su predecesora y resulta en todos
los aspectos menos desafiante, sobre todo en la vertiente sadomasoquista, pero
permanece inalterable la condición de sumisa de Ana entregada de nuevo al
dominio de un Christian Grey dotado del poder omnímodo que le otorga su enorme
fortuna, pues está claro que esto es lo más atractivo para ella. Es fácil observar
que en las planificadas escenas sexuales los dos protagonistas se encuentran
incómodos y de ahí la simpleza, la falta de pasión y la escasez de química que
proyectan.
Jamie
Dornan es un buen actor (quien tenga dudas que vea la serie La
caza), pero aquí solo necesita lucir su esculpido cuerpo y aprenderse
una escueta y ramplona línea de diálogos para poner a prueba la escasa
resistencia de Anastasia, que sólo tiene que dejarse llevar. Christian Grey
está arrepentido y desea volver a poseer a Anastasia y dejar atrás su eterna
angustia por una infancia traumática que se adueña de sus sueños para
convertirlos en pesadillas. La pobre intriga de la película va a depender más
del grado de sumisión de ella que de las elucubraciones sobre ese villano al
que apunta el final de la función para la próxima secuela.
Lo que debería ser una apetecible muestra de cine guarrindongo sólo es
cine tonto y vulgar (como esas bolas chinas cuya función desconoce la ingenua
universitaria), y las embestidas sexuales de un Christian amante del látigo y
las pinzas para los pezones, sus recuerdos tormentosos, la jornada en un yate
de lujo, la escasa progresión dramática y unas subtramas colgadas en el vacío
hacen de esta película (por llamarla de alguna manera) una de las peores
experiencias cinematográficas de los últimos años, y tal vez uno de los
artefactos más misóginos que se han visto en una pantalla de cine, que además
cuenta con el fervor y la bendición de un público femenino que llena a reventar
las salas.
Como invento literario, las novelas
eróticas de E.L. James son material de deshechos, literatura de aeropuerto o
quiosco de lectura efímera que no deja ningún poso, pero esta esta segunda
cinta que nos entrega James Foley (que hubiera tenido más sentido si estuviera
dotada de humor y un tono autoparódico) se impone como una memez irritante para
un público adulto que siendo consciente de que el material de base es un
bodrio, espera al menos que se asuma un poco de riesgo con las imágenes en
movimiento.
No es así, y Foley castra
las escenas de sexo y desaprovecha personajes secundarios que podían haber dado
mucho más juego, como es el caso de Kim Basinger (que parece la hija de Kim
Basinger debido al botox y las operaciones que acumula) y que sólo está ahí
como guiño a Nueve semanas y media,
un ejemplo más lucido y lúcido de este subgénero softcore. Porque lo más terrible
de Cincuenta sombras más oscuras no
son sus nulos valores cinematográficos, sino que fracasa en su intento de poner
verriondo al personal, lo peor que se puede decir de un producto fast food
creado para pajilleros solitarios y reprimidas cuya educación castrante actúa de rémora para no dejar volar libre la
cometa de sus fantasías.
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