El Lobo de Wall Street (2013) no es una película despreciable,
tampoco, créanme, una cinta memorable. Típica historia de ascensión y caída de
la que tantos ejemplos nos ha regalado
el cine estadounidense en esa manida búsqueda del sueño americano con su épica
del triunfo y el proceso de redención final. Es ahí donde precisamente reside
uno de sus mayores defectos: la sensación de déjà vu, de aportar muy pocos
elementos novedosos más allá –como mayor aliciente- del talento de Scorsese
para rodar películas y convertir historias mil veces vistas en experiencias
frenéticas y espídicas que le dejan a uno sin aliento. Una radiografía estroboscópica
que pone en escena a unos tipos, agentes de bolsa, con una carencia absoluta de
moral y que salvo en la ausencia de derramamientos de sangre, poco se
diferencian de los gánsgteres, y que igualmente roban el dinero a los pobres
aprovechándose de su ignorancia.
Asquea la
petulancia y falta de escrúpulos de estos brokers, representantes genuinos del
más voraz e insaciable capitalismo, sus fraudulentas técnicas de venta, que
conscientemente les convierten en vendedores de humo inmunes a las tragedias de todos
aquellos a los que estafan. Sólo les importa su avaricia que atiende a su
interés personal, sus sucios tejemanejes que les procuran un insultante lujo
asiático, saben que el dinero es poder, y nada mejor para celebrarlo que un
explosivo cóctel de sexo y drogas. Si
Scorsese pretendía un retrato fiel de las vivencias reales de Belfort, le
traiciona su vena manierista e hiperbólica sin cambiar nunca de marcha, una
montaña rusa que produce un efecto de incredulidad en el espectador y pone
énfasis en los tics de autocomplacencia tan característicos del director en los
últimos tiempos.
Eso sin contar
con la duración excesiva de un film que, para lo que cuenta, luciría mejor con
la mitad de su metraje, pero claro, Scorsese contagiado por la retahíla de
pantagruélicos excesos de los protagonistas se muestra muy reiterativo sin
tener en cuenta lo que el padre de Belfort dice a su hijo “los excesos acaban
pasando factura”. Tanto Leonardo DiCaprio como Jonah Hill cumple de manera
delirante con las exigencias del director hasta producir en la platea un
empacho importante, aunque es justo señalar esa secuencia en que las pastillas
de Quaalude caducadas retardan el efecto que aparece justo cuando Belfort se
encuentra en el Country Club hablando con su abogado, y se las tiene que apañar
sin que se le entienda lo que dice ni le respondan las piernas para llegar
hasta al coche y conducir hasta su casa. La mejor escena para mí del film y en
la que se puede apreciar la maestría de Scorsese para la planificación, las
florituras y recursos formales.
El
Lobo de Wall Street no descubre la pólvora, y hay quien ya teme la deriva
del director hacia la orgia visual de Baz Luhrmann, ese barroquismo indigesto
que te zarandea y te deja exhausto recabando muy poca sustancia. Se hablará del
enfoque sexista que se da del modelo de mujer que nos presenta, que tiene que
ser guapa como condición indispensable para tener éxito, a diferencia de esa
galería de paletos que DiCaprio reúne, que les basta con tener un poco de ambición
para medrar a su antojo. Claro que todo está milimétricamente calculado, y ahí
reside la denuncia del film, de la abundancia de putas y cocaína como
fulgurante trasfondo de Wall Street, que convierte la nueva apuesta del
director en la más atrevida y desfasada de su ya larga carrera. También en la
más grandilocuente, artificial e histriónica. Scorsese cae en su propia trampa,
como el cazador al que devora el fuego que había iniciado para ahuyentar a los
lobos.
ESE GENIAL VIEJO
VERDE LLAMADO MARTIN SCORSESE
Está claro que al film le sobran
elementos sugerentes y provocativos en un plano sensual y que algunas secuencias
eróticas resultan graciosas e imaginativas, como esa escena inicial de Leo
DiCaprio esnifando coca en el culo de una puta; las recomendaciones que el
mismo DiCaprio recibe de su nuevo jefe cuando entra en Wall Street: masturbarse
dos veces al día, un Martini cada quince minutos, cocaína, cocaína y cocaína (cocaína que era vitamina B en polvo, claro);
la tremenda aparición de Margot Robbie desnuda y con el chichi rasurado o en
lencería; el jueguecito del escandaloso matrimonio mientras están siendo
observados por los vigilantes de la casa… y Margot con las piernas abiertas, Margot y la mamada en el coche...; el tórrido revolcón de Katarina Cas con el banquero suizo, las patinadoras strippers y
esa orgía en la que vemos cómo una tía le está practicando una jugosa felación a un tipo;
la masturbación pública de Jonah Hill mostrando un pene… falso, y toda una
espiral compulsiva de excesos, sexo y drogas que se pudieron rodar gracias a
que el film fue financiado de manera independiente después de ser rechazada por
grandes estudios como Warner, y que debemos agradecer a ese viejo verde de
Martin Scorsese, pues sabido es que cuanto más viejo, más libre, y cuanto más
libre, más radical.
"THE WOLF OF WALL STREET", PRIMEROS MINUTOS
"THE WOLF OF WALL STREET", PRIMEROS MINUTOS
A mí me pareció una película muy divertida y también lúcida, la representación literal o metafórica del retorno a la ley de la selva que implica en muchos sentidos el capitalismo más salvaje.
ResponderEliminarAdemás, está Margot Robbie.
Un abrazo.
Claro, la película no es despreciable, por el contrario, resulta cómica, anfetamínica, desmesurada... e inverosímil. Lo comenté en mi crítica cuando se estrenó. Se trataba sólo de recordar algunos momentos y recuperar algunas imágenes que han quedado grabadas en la memoria cinéfila del aficionado. Bien sea por su carácter hiperbólico, tal vez por obscena y atrevida creatividad, o seguramente, por su corrosiva y desfasada bis cómica. De acuerdo contigo en lo Margot Robbie, aunque Katarina Cas tampoco desluce.
ResponderEliminarTe contaré un secreto ahora que no nos lee nadie: este tipo de post le suelen gustar mucho a los seguidores y visitantes de mi blog, de ahí que deje que la cabra se explaye a menudo en el monte.
Un abrazo.