El mundo al revés
CIEN AÑOS DE PERDÓN êêê
(Daniel Calparsoro,
2016)
Desde su
impactante ópera prima Salto al vacío (1995) que para este
cronista sigue siendo su mejor película, Daniel
Calparsoro es de los pocos directores del cine español que ha seguido fiel
a su compromiso con el cine de género, una decisión que muchos aficionados
agradecemos, aplaudimos y bendecimos incluso en sus recurrentes invasiones
televisivas. No me han disgustado sus últimos films; Invasor (2012) a pesar
del deficiente guión, es un aceptable thriller de connotaciones bélicas con
buenas interpretaciones de Alberto Ammann y Antonio de la Torre; y Combustión
(2013), uno de sus mayores éxitos en los últimos años, es un artefacto
entretenido con un pulcro aspecto visual, secuencias adrenalínicas, tórridas
escenas de sexo, carreras de coches de gama alta y una impenitente música
electrónica a cargo de Carlos Jean. Tras ver Cien años de perdón, no
me cabe duda de que el cineasta acaba de firmar la segunda mejor película de su
carrera tras aquel ya lejano debut protagonizado por Wajwa Nimri
Con la gota
fría azotando sin piedad, un grupo de ladrones profesionales con máscaras y
armados hasta los dientes asaltan la sede central del banco Mediterráneo en
Valencia. Parece un trabajo limpio hasta que la directora del banco revela un
secreto oculto en una de las cajas de seguridad. Nada puede salir ya como
estaba previsto. Los dos líderes de la banda son El Argentino (Rodrigo de la
Serna) y El Gallego (Luis Tosar)
con un plan estudiado que tiene como objetivo robar el mayor número de cajas de
seguridad y excavar un túnel que comunica el banco con una estación de metro
abandonada por donde tienen pensado huir. Todo se complica y los enmascarados no pueden huir porque la
incesante lluvia ha inundado por completo el túnel del metro. Las fuerzas de
seguridad nombran finalmente a un negociador duro e implacable, el coronel Mellizo (José Coronado) que
tiene como mayor objetivo evitar que se conozca públicamente el contenido de la
misteriosa caja.
Con un libreto
de Jorge Guerricaechevarría y la notable influencia de films ya clásicos como Tarde
de perros (Sidney Lumet, 1975) y Plan oculto (Spike Lee, 2006) Daniel
Calparsoro pone otro ladrillo en la construcción de una idea incontestable que
los buenos aficionados venimos defendiendo desde hace tiempo: el mejor cine
español de los últimos años se encuadra dentro de películas de género, ya sea de
acción, thriller o terror. Por eso, mi
mayor indiferencia a quienes en nuestro país desdeñan estos géneros que tantas
obras maestras han aportado a la historia del cine. Calparsoro, que cada año que pasa filma mejor, logra un relato
atmosférico, musculoso y tenso que además de ofrecer algo tan loable como entretenimiento,
capta la atención del espectador con una intriga que hunde sus raíces en la
realidad social del momento (el film está rodado en Valencia, una de las
imprescindibles estaciones del mapa de la corrupción en España) y armar así una
corrosiva sátira sobre la rapiña política sirviéndose para ello de la horma de
un thriller de atracos. El director de Guerreros rueda con pulso y oficio
una historia que sirve de espejo de las miserias y vergüenzas de una clase
política sin escrúpulos que verán en la cinta reflejadas sus grotescas
caricaturas.
Surcando con
solvencia los códigos del cine de atracos y con poderosas interpretaciones de
los argentinos Rodrigo de la Serna, Joaquín Furriel y un Luis Tosar rayando al
buen nivel que nos tiene acostumbrados, Cien años de perdón hila una espesa
trama de intereses cruzados en donde la desconfianza y la tensión dentro y
fuera del bunquerizado banco pone en jaque a unos y otros, y cada cual parece
guardar un as en la manga; como una partida de póker entre tramposos en la cual
quien no va de farol posee alguna carta marcada. La pocilga de la corrupción
política da un nuevo sentido al estado de las cosas, un mundo al revés en el
que los malos son los buenos (Asfalto
cantaría: ven Capitán Trueno / haz que
gane el bueno / Ven Capitán Trueno / que el mundo está al revés…) y hace bueno el refrán español “quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón”. La empatía del espectador hacia los
atracadores viene derivada de que ven en ellos más decencia y humanidad que en
los poderes fácticos, que con sus perros guardianes como arietes quieren montar
una escabechina en donde pueden morir inocentes. Buena película que nos muestra
que los límites entre el bien y el mal hace tiempo que fueron dinamitados por unos
criminales de cuello blanco y corbata que han subvertido todas las normas éticas
y morales.
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