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lunes, 7 de marzo de 2016

GRACIAS, HARPER LEE. DESCANSA EN PAZ.


    El pasado 19 de febrero murió Harper Lee a los 89 años mientras dormía en la residencia geriátrica de su ciudad natal, Monroeville (Alabama). Amiga íntima de Truman Capote, con quien compartió vecindario en su infancia y escritora de un solo libro, bueno, de dos, aunque “Ven y pon un centinela” publicado el pasado año es en realidad un borrador de su primera novela publicada, “Matar a un ruiseñor”, y fue escrita con anterioridad a mediados de los años 50, Lee consiguió el Premio Pulitzer con su única obra publicada durante 55 años. 


    Matar a un ruiseñor es una obra de rasgos autobiográficos que se eleva como un contundente alegato a favor de la justicia, la igualdad y contra el racismo y la discriminación. Con una trama (y varias subtramas) que sitúan su acción durante la terrible Gran Depresión en la localidad natal de la escritora (aunque en la novela y la película se cambió el nombre por el de Maycomb) y que tiene como personaje central a Atticus Finch, un abogado viudo, con dos hijos y respetado miembro de la comunidad a quien el juez encarga defender de oficio a un joven afroamericano acusado falsamente de la violación de una mujer blanca en la América sureña y racista.

    
    La novela, de obligada lectura en los colegios estadounidenses, dio lugar a una magistral película dirigida en 1962 por Robert Mulligan con Gregory Peck en el papel del íntegro abogado Atticus Finch, un trabajo que le valió su único Oscar como Mejor Actor. Narrada con la voz en off de Scout (hija de Finch y alter ego de la novelista) Mulligan consiguió una obra maestra del gótico expresionista sureño al narrar de manera prodigiosa la visión de la escritora sobre la ternura y los miedos de la infancia (representados en los hijos del abogado y su vecinito de verano inspirado en Capote) y la rectitud de un hombre para quien la honradez y la justicia social son valores que tienen que prevalecer por encima del color de la piel, la clase social y las creencias. A Atticus le escupen en la cara por defender legalmente a un “negro”, pero él mira con rabia a su agresor, se seca con un pañuelo el rostro y vuelve con su hijo a casa  dando una lección de temple y autocontrol en situaciones que cualquiera podría perder los estribos. Atticus es el héroe en un mundo rebosante de odio, envidias e intereses. Una vez concluido el juicio, la comunidad afroamericana, poniéndose en pie hasta que el abogado abandona la sala, le muestra así su respeto por haber defendido los derechos civiles de uno de los suyos.
Gracias, Harper Lee, por tu legado moral. Descansa en paz.



4 comentarios:

  1. Una espléndida película que sin duda inspiró al Spielberg de "El puente de los espías". Por cierto, me gusta bastante otra película sobre un abogado blanco que defiende a un afroamericano en una población sureña: "Tiempo de matar".

    Un abrazo.

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  2. Así es, Ricard, además la película de Spieberg está basada también en un hecho real. Es una de esas películas (y de esos libros) que tanto tú como yo desearíamos fuera de visionado y lectura obligada en los colegios e institutos... pero aquí nos interesa más anteponer los intereses espurios y doctrinarios a las cuestiones humanistas y de justicia social.

    Sí, ya te comenté una ocasión que "Tiempo de matar", film a su vez basado en una novela de John Grisham, es un relato muy resultón firmado por Joel Schumacher en el que Matthew McConaughey logra una de las mejores actuaciones de su carrera dando oxígeno al abogado del padre afroamericano que se toma la justicia por su mano contra los blancos que violaron a su pequeña hija.

    Un abrazo.

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  3. Bonito artículo, Pedro. Nunca le estaré lo suficientemente agradecido a la programación de cine de mi infancia que me permitió, con once o doce años, conocer clásicos como este (por Dios, ciclos completos de Hitchcock, Hawks...hasta Rohmer, algo impensable hoy en día). Una película de las que marcan para siempre.

    Un abrazo

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  4. Gracias. Puedo evocar las mismas sensaciones que me comentas. Viví toda mi infancia, adolescencia y juventud rodeado de cines (comerciales y de arte y ensayo), salas de conciertos, librerías y tiendas de discos de importación como Cara B y Blanco y Negro. Todavía quedan algunos cines de arte y ensayo como el Méliès en Barcelona.

    Yo, (al igual que tú, supongo), no pertenezco a la generación de los cineclubs, sino a la de los vídeoclubs, y como tal nunca reconocí el falso mito que decía que el cine de arte y ensayo es el que se proyecta en V.O. Yo lo prefiero, pero tal afirmación es falsa (hasta finales de los 90 no vi en versión original Taxi Driver y la había visto media docena de veces en salas) el cine es universal y sólo hay buenas y malas películas, uno puede apreciar también una obra maestra doblada y los criterios para valorar esto suelen ser siempre muy discutibles. Lo que pasa es que existe un cierto tipo de películas que por su complicada distribución y exhibición masiva, su escasa viabilidad comercial, se proyectan en circuitos alternativos donde pueden estar exhibiéndose durante meses e incluso años. He visto en cines de arte y ensayo pestiños absolutamente indigestos como "Perceval el galés", de Rohmer, y obras excelentes, como "La mujer del aviador", también de Rohmer.

    Por otra parte, he tenido la suerte de haber visto la mayoría de mis películas favoritas en una sala de cine (incluida "La noche del cazador" y "Vértigo") bien sea de estreno o reposición.

    Un abrazo.

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