Lee Earle Ellroy (4 de marzo de 1948, Los Ángeles, California), más
conocido como James Ellroy, es un escritor estadounidense, autor de
las novelas en las que se basan los éxitos cinematográficos L.A.
Confidencial y La Dalia Negra. Es uno de los más
famosos escritores de novela negra contemporánea, así como también un
escritor de "ensayos" o artículos dedicados a analizar y desglosar
crímenes reales. Se caracteriza por poseer una narrativa "telegráfica",
la cual omite palabras que otros escritores considerarían necesarias o
fundamentales, en otras palabras aprovecha la dureza y fuerza de la lengua
inglesa para dar frases duras, cortantes y ambiguas. Decir mucho con pocas
palabras como si la economía verbal fuese fundamental. Emplea mucho la llamada
"aliteración" que es una figura literaria en la cual las frases riman
unas con otras y son cadenciosa y repetitivamente subyugantes para el
lector. Continúa la evolución directa de la novela policial que iniciaron Dashiell
Hammett y Raymond Chandler en la década de 1930, caracterizada
por su dureza; es el subgénero que los norteamericanos han denominado hard
boiled. Sus libros se caracterizan por su oscuro humor y retrato de la
Norteamérica autoritaria, racista y conservadora. Otro punto es el pesimismo
que envuelve a los personajes, la decadencia y la ausencia total de esperanza.
Ello explica el sobrenombre que se la ha dado como "Demon Dog of American
Crime Fiction" (El Perro Demoníaco de la literatura policíaca de Estados
Unidos). Ellroy forma parte de la última
constelación de la novela negra norteamericana, formada por James B.
Sallis, Walter Mosley, Elmore Leonard, James Crumley y Ed
McBain.
(Fuente Wikipedia)
COP, CON LA LEY O SIN ELLA (James B. Harris, 1988)
Primera novela de James Ellroy adaptada a
la pantalla grande, cuyo título “Sangre en la luna”, es la primera
entrega de la trilogía del sargento Hopkins. Aunque el título original del film
es simplemente Cop,
aquí se le añadió la coletilla “con la ley o sin ella”. La
película nos presenta al sargento Lloyd
Hopkins (James Woods), un
detective solitario que sospecha que la última ola de crímenes se debe a una
misma persona, un asesino en serie. Decide darle caza a cualquier precio, y eso
que su vida familiar se desmorona y que sus compañeros de trabajo comienzan a
darle la espalda.
El siempre competente James Woods en una de sus mejores
interpretaciones encabeza el reparto de este resultón y lúgubre thriller en el
que da oxígeno a un detective obsesionado con dar caza a un psicópata asesino
de mujeres utilizando métodos poco ortodoxos. Los Ángeles (como en toda la obra
de Ellroy) es el alarmante escenario de una acción que comienza con una escena
inicial inquietante que mantiene al espectador pegado a la butaca, una ciudad
que más allá de los oropeles y las bambalinas esconde un submundo de
psychokillers, prostitutas, chaperos, policías corruptos y sueños rotos con
destino la morgue. Los excelentes secundarios como Charles Durning y Lesley Ann
Warren suben el listón de la función y
nos invitan a un nuevo visionado de una película que fue ignorada en el momento
de su estreno.
L. A. CONFIDENTIAL (Curtis Hanson, 1997)
El argumento de la película, si no tan denso como la novela -ya que el guionista Helgeland y Hanson han tenido que simplificar mucho- se hace difícil de resumir en una apretada sinopsis de unas pocas líneas, pues el universo Ellroy lo configura todo un complejo entramado de historias entrecruzadas por las que desfilan un centenar de personajes en los múltiples escenarios de una ciudad en plena ebullición y constante expansión. La acción nos sitúa en Los Ángeles a principios de los años 50, una ciudad convulsa, sacudida por la violencia, el crimen organizado y redes de corrupción y pornografía. Una década tumultuosa, en la que el trajín glamouroso y la luminosa fachada de esa fábrica de sueños llamada Hollywood, no pueden ocultar la realidad urbana, el aislamiento de barrios convertidos en guetos y zonas míseras suburbiales, fiel retrato de la división, la desigualdad y la descomposición del tejido social norteamericano, una cuestión menor para su megalómana clase política. En ese febril contexto y sobre ese pantanoso terreno se mueven algunos policías siempre al límite de la legalidad, y muchas veces traspasándolo: Ed Exley (Guy Pearce) un oficial con ambiciones que acaba de ingresar en el cuerpo; Bud White (Russell Crowe) también oficial, un tipo colérico, brutal e impulsivo que no soporta que las mujeres sean maltratadas por sus maridos; el sargento Jack Vincennes (Kevin Spacey) amante de los focos y la popularidad, para lo cual se aprovecha de un periodista sin moral, Sid Hudgeons (Danny De Vitto). Los tres investigan el asesinato colectivo de varios clientes en un restaurante, investigación que les lleva hasta Linn Bracken (Kim Basinger) una prostituta que parece tener algunas claves y que forma parte de una curiosa agencia en la que todas las mujeres guardan gran parecido con diferentes y famosas estrellas de cine. Otro suceso, el apaleamiento de seis inmigrantes mexicanos en un pasillo de los calabozos de la comisaría ejecutado por un grupo de policías, forma parte también de la trama del film.
El eje principal del libreto de Brian Helgeland y Curtis Hanson está centrado en la competencia existente entre los oficiales de policía Hexley y White, pero la intención del realizador por bucear en lo esencial de la historia original se hace hasta tal punto visible que ha sabido jugar con un elemento, el de la confusión, inherente en todo el universo literario de Ellroy, una confusión que alguien podría tomar por desorden o galimatías, nada más lejos de la realidad, pues se trata de definir el carácter ambiguo, el desasosiego espiritual, la doble moral y las contradicciones de unos personajes atormentados, abocados a la fatalidad, sin posibilidad de enmendar sus actos, mucho menos de corregir sus destinos. Cualquiera puede ser sospechoso, se aparenta lo que no se es; Linn Bracken como doble de Veronica Lake, e incluso los brutales policías que abusan de su poder, se exceden en sus funciones y se saltan todas las leyes y códigos, se convierten en vulgares delincuentes corrompidos ( el apaleamiento de inmigrantes está basado en un suceso real). Ayudado por un competente equipo de colaboradores, Curtis Hanson recrea con inusitado virtuosismo la atmósfera crapulosa de la época para descubrir realidades cotidianas paralelas; el glamour y la violencia, el esplendor y la muerte. Con diálogos hirientes, sin concesiones, la investigación de unos oscuros asesinatos se convierte en un viaje infernal que desencadena en mosaico todo un sinfín de sospechas y ramificaciones que despiertan, al compás, una ristra de sentimientos encontrados, en el devenir de unos años en los que las apariencias y el cinismo social presidían en extremo las relaciones públicas en la gran urbe de grandes avenidas. Una vez más, una mirada despiadada, vertiginosa, arrebatadora, nos conduce a la contemplación de un mundo y un tiempo irrepetibles. El tratamiento dramático, elegíaco de la violencia, la acertada elección del elenco en el que nadie brilla por encima de nadie, la estupenda fotografía en technicolor de Dante Spinotti y la envolvente música de Jerry Goldsmith, grandes profesionales que ayudan a elevar el listón para situar a L. A. Confidential entre las tres mejores películas de la década.
Con la estimulante presencia de Selma Blair (que encarna a una chica de 17 años cuando en la época del rodaje tenía 26) este reiterativo y fúnebre noir contiene todos los clásicos clichés del género (femme fatale, sobria voz en off, mafiosos sin escrúpulos, investigadores alcohólicos) y un tufo a serie B absolutamente innegable. La novela merecía un director con más talento y un reparto de más altura, pero los escasos medios abocaron a la empresa al fracaso más absoluto.
DARK BLUE (Ron Shelton, 2002)
El espectador más cinéfilo y cultivado
puede pensar que, debido a su presupuesto, sus pretensiones y las expectativas
creadas -al adaptar una de las obras más conocidas y personales de Ellroy y
situarse un maestro como De Palma detrás de la cámara- que La Dalia Negra es un film fallido... Y lo es sólo en parte, porque siendo verdad que
resulta excesivamente academicista y fría, que algunos personajes no resultan
creíbles, la función contiene muchos alicientes y buenos momentos para
considerar que la propuesta no es despreciable: el combate de boxeo entre Mr.
Hielo y Mr. Fuego, rodado con un realismo y una crudeza impactantes; el
hallazgo del cadáver de Betty Short en el descampado, secuencia que seguimos
desde detrás de la ventana de un cochambroso apartamento el mismo instante en
que una mujer lo descubre y sale corriendo espeluznada hasta que alrededor del
cuerpo desmembrado se amontona todo un enjambre de coches patrulla y
periodistas, en una perfecta ilustración de la novela; o la artificiosa, aunque
estimulante escena de la muerte de Blanchard, con ese sello tan inconfundible
de su autor de crear tensión a través de la ingravidez de la cámara lenta.
Aún hay más, el suntuoso tono quemado, achocolatado, de la excelente fotografía
-puro cine negro- del experto Vilmos Zsigmond, el impecable diseño de
producción, la labor tan profesional de vestuario y el origen de la interesante
trama real narrada. No obstante, ese vertedero putrefacto de polis corruptos, gángsters
y chuloputas, asesinos de ancianas y niños, magnates sin escrúpulos, peligrosas
femmes fatales de dobles vidas y sueños rotos, se nos muestra con
elegancia pero sin alma ni emoción, necesitado de una mayor garra, del frenesí,
la visceralidad y la demencia volcánica del genio narrativo de James Ellroy.
RÉQUIEM
POR BROWN (Jason Freeland, 1998)
Floja adaptación de la primera novela escrita
por James Ellroy en 1981. Contando con el protagonismo de Michael Rooker (Henry, retrato de un asesino en serie), el film nos
narra la historia de un policía de Los Ángeles que, entre copa y copa, se
dedica a recuperar coches para un revendedor y a escuchar música clásica en su
destartalado despacho de detective privado. Su vida da un giro inesperado
cuando un hombre le ofrece una gran cantidad de dinero por vigilar a su hermana
adolescente, Jane (Selma Blair)
relacionada con un anciano mafioso (Harold Gould). Un mundo de conspiraciones y
crímenes espera a Brown, quien esta vez puede perder algo más que su trabajo.
Con la estimulante presencia de Selma Blair (que encarna a una chica de 17 años cuando en la época del rodaje tenía 26) este reiterativo y fúnebre noir contiene todos los clásicos clichés del género (femme fatale, sobria voz en off, mafiosos sin escrúpulos, investigadores alcohólicos) y un tufo a serie B absolutamente innegable. La novela merecía un director con más talento y un reparto de más altura, pero los escasos medios abocaron a la empresa al fracaso más absoluto.
DARK BLUE (Ron Shelton, 2002)
Pese a que el guión está firmado por el
guionista y director David Ayer, éste se basa en una historia o idea original
de James Ellroy. La acción nos sitúa en 1992 días antes de conocerse el veredicto del caso Rodney King en el que
estaban acusados cuatro policías blancos y los posteriores disturbios raciales
de Los Ángeles. Época en que dos oficiales de policía son asignados a la
investigación de un cuádruple homicidio con componentes racistas. Los agentes
son el veterano Eldon Perry (Kurt
Russell) y el novato Bobby Keough
(Scott Speedman). Recorriendo los tumultuosos barrio de la ciudad, Perry y
Keough deben detener a los peores asesinos y afrontar sus propios demonios, que
son más despiadados que los asesinos que persiguen.
Aceptable y descarnada crónica sobre el
Departamento de Policía de Los Ángeles que transita por todo el universo Ellroy
teniendo como base la corrupción policial y los disturbios raciales. Tanto Russell como Speedman realizan un trabajo competente en el papel de policías
villanos que practican ese fascismo cotidiano que tan normal parece en los
Estados Unidos en donde un buen número de guardianes de la ley están podridos
hasta el tuétano y son de gatillo fácil ante las personas afroamericanas. Un film
que a una escala pequeña queda emparentado con la magnífica Training
Day, pero con una puesta en escena más tosca y un mensaje aún más
ambiguo.
LA DALIA NEGRA (Brian De Palma, 2006)
Una tarde de finales de los 80 (creo que
fue en 1988) me encontraba paseando por el céntrico Paseo de Gracia de
Barcelona cuando captó mi atención un libro de los muchos que se promocionaban
en el escaparate de una librería, su título, La Dalia Negra, su autor, James
Ellroy. El que me decidiera a adquirirlo tuvo mucho que ver con la
dedicatoria que el escritor norteamericano reseñó en memoria de su madre: “Para
Geneva Hilliker Ellroy (1915-1958). Madre: veintinueve años después, esta
despedida de sangre”. La novela, que me cautivó y me pareció una obra
maestra redonda, total y absoluta, la despaché en un par de días de insomnio y
me convirtió para siempre en un devoto de la obra de Ellroy. Fue un título
clave, no sólo para su autor (con ella alcanzó el esperado éxito y vio como se
acercaba su sueño de ser el mejor novelista de América) también para los
lectores de novela negra, que desde hacía tiempo anhelábamos un nombre que se
elevara por encima del desolador erial en el que se encontraba el género en
aquella época. Pero, lo que más me interesó en aquellos momentos fue el
paralelismo entre la historia real novelada en esa obra por el autor nacido en
Los Ángeles y el traumático episodio que arrastraba su trágica historia
personal, y que más tarde trataría en profundidad en unas estremecedoras y
honestas memorias, Mis Rincones Oscuros, una suerte de investigación
tardía sobre las extrañas circunstancias del asesinato de su madre.
Así, la apasionante obra de Ellroy relata el caso real de Elizabeth “Betty”
Short, una preciosa joven de Massachussets que llego a Los Ángeles con la
intención de convertirse en actriz y que fracasando en sus aspiraciones se vio
abocada, dentro de la vida crapulosa que comenzó a llevar, a dedicarse a la
prostitución. El 15 de enero de 1947 apareció su cadáver desnudo, seccionado en
dos partes a la altura del ombligo y con inusitados signos de violencia en un solar
cerca de Hollywood. El examen forense dictaminó que la víctima había sido
torturada durante días y que, mientras esto sucedía, conservó el conocimiento
en todo momento. El atroz suceso sigue siendo hoy uno de los más brutales y
espeluznantes de la crónica negra de Estados Unidos, un enigma que conmocionó a
todo el país y que sigue todavía sin resolver, pues nunca se ha descubierto al
culpable de tan sádico crimen. El apodo de “la dalia negra” se lo puso un
periodista en referencia a la película La Dalia Azul
de George Marshall y protagonizada por Alan Ladd, de moda por aquel entonces,
también por su cabello azabache y ser éste el color favorito de sus trajes de
raso. Como apuntaba, la madre de James Ellroy, Geneva Hilliker Ellroy, fue
asesinada en parecidas circunstancias. El 22 de junio de 1958 apareció
estrangulada en un suburbio de Los Ángeles, y como en el caso de La Dalia,
nunca se detuvo al asesino. Ellroy tenía por entonces diez años y aquella
dolorosa tragedia ha marcado de forma
obsesiva su obra y toda su existencia: “Es como si uno y otro caso se
metamorfosearan”, comenta el escritor.
Brian De Palma, un director siempre interesado por el cine de
género, retoma la historia narrada por Ellroy en la que a través de dos
policías y ex boxeadores, Lee Blanchard (Aaron Eckhart) y Bucky
Bleichert (Josh Harnett) seguimos la investigación del bestial asesinato de
una aspirante actriz identificada como Elizabeth Short (Mia Kirshner).
Entre los dos detectives existe una severa y noble competencia, sobre todo
porque Bleichert se siente atraído por la mujer de su colega, Kay Lake
(Scarlett Johansson) al mismo tiempo que por una misteriosa femme fatale hija
de un magnate de la construcción, Madeleine Linscott (Hillary
Swank), por lo que la pugna entre los compañeros oscila entre la investigación
obsesiva del caso más brutal y complejo de la historia criminal y los lechos
con sábanas de seda.
DUEÑOS DE LA CALLE (David Ayer, 2008)
Tras la casi fallida La Dalia Negra , adaptación cinematográfica excesivamente fría y academicista de una de sus más famosas novelas a cargo de Brian De Palma, nos llega ahora Dueños de la calle, traslación a la pantalla grande de su relato “The Night Watchman”, película para la que el escritor nacido en Los Ángeles ha tenido a bien colaborar en la escritura del libreto. No es el único aliciente del film que nos ocupa, pues detrás de las cámaras se sitúa el guionista y director David Ayer, un cineasta por el que también siento cierta afinidad, no sólo por su potente guión para la excelente Día de entrenamiento, también gracias a su debut como director con la no menos espléndida Harsh Times, y que al igual que Ellroy es hijo de la ciudad de las bambalinas y el oropel, del crimen y la corrupción.
El film sigue las vicisitudes de Tom Ludlow (Keanu Reeves) un veterano
detective de la policía de Los Ángeles que está pasando por malos momentos
debido al reciente fallecimiento de su esposa. Ludlow sólo encuentra refugio en
la bebida, se mueve como un lobo solitario por las sombras de la noche, aunque
trabaja bajo la protección de la unidad “Ad Vice”, y de su jefe, el enigmático Jack Wander (Forest Whitaker). Tras
haber resuelto el caso de unas chicas secuestradas por una peligrosa banda y
ser por ello ascendido, su vida acaba de arruinarse cuando unas pruebas le
implican en el asesinato de un oficial, por lo que tendrá que rendir cuentas
ante el capitán Biggs (Hugh Laurie)
el implacable jefe del Departamento de Asuntos Internos. Pero es entonces, como
si no tuviera ya nada que perder, cuando decide enfrentarse a todo en lo que
había confiado desde que inició su carrera policial con intenciones muy rectas,
es ahora cuando empieza a cuestionar todo el círculo de amistades del que ha
estado rodeado.
No es extraño que nos sintamos impelidos
a comparar Dueños de la calle con Serpico (Sydney Lumet, 1973), mítica
película a la que Reeves hace referencia en la cinta, ya que las dos comparten
el tema del policía dispuesto a enfrentarse
con la corrupción imperante en el Cuerpo, la consabida denuncia del cine
hollywoodiense al sistema, aunque
podemos encontrar algunos puntos más en común: ambos films se abren con una
escena sangrienta (más impactante la de la matanza de coreanos del film de
Ayer), los dos detectives se nos muestran como seres solitarios desnudos ante
los peligros de la jungla urbana, con enemigos a uno y otro lado de ley, y como
consecuencia, tanto una como otra película arrojan visiones muy pesimistas y
algo demagógicas sobre el establishment
estadounidense.
El segundo largometraje de David Ayer es un film resultón que no carece de interés, capaz de sobreponerse a la sensación de déjà vu que aromatiza cada tramo de su metraje. Moviéndose, como les gusta a sus responsables, entre los fétidos meandros de la ciénaga policial y el cine acción convencional, el film transcurre como un juego de espejos deformantes, en los que la realidad dista mucho de ser lo que se refleja en ellos. A pesar
de su afición al vodka y la certeza de que su mujer murió poniéndole los
cuernos, Ludlow sabe –porque jamás perdió
su medida moral y la lógica del pensamiento- que media un abismo entre lo que
un día soñó y en lo que se ha convertido, escéptico ante el sistema judicial y
sus filtros burocráticos, imparte una justicia nada garantista, automática e
inapelable. Imprimiendo al relato un denso vaho moralista, por la acción
sobrevuela una acusada introspección sobre el poder letal que el Estado y los
ciudadanos otorgan a sus policías, y cómo las escasas limitaciones en el
desempeño de su labor, los abusos y las tentaciones derivan, en muchas
ocasiones, en su total degradación, para finalmente concluir que, en mayor o menor
medida, todos somos cómplices de esa corrupción.
El segundo largometraje de David Ayer es un film resultón que no carece de interés, capaz de sobreponerse a la sensación de déjà vu que aromatiza cada tramo de su metraje. Moviéndose, como les gusta a sus responsables, entre los fétidos meandros de la ciénaga policial y el cine acción convencional, el film transcurre como un juego de espejos deformantes, en los que la realidad dista mucho de ser lo que se refleja en ellos.
Sólo he visto las más conocidas, "L.A. Confidential" y "La Dalia Negra". Me gustaría ver "Cop", del antaño colaborador de Kubrick, y "Dueños de la calle", del director de la muy reivindicable "Corazones de acero".
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, las que citas son las mejores, y esas que te quedan por ver son thrillers resultones, tampoco es despreciable "Dark Blue". Pero, te voy a hacer una recomendación que me vas a agradecer, y que no es otra que la ópera prima de David Ayer "Hars Times", con Christian Bale en un papel sorprendente y la belleza latina de Eva Longoria. Ya me dirás.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Pedro. Coincido contigo en la apreciación de "La dalia negra" como una obra maestra literaria. Creo que en ninguna novela he sentido la presencia del Mal a unos niveles tan insoportables como aquí. Yo empecé con Ellroy con el cuarteto de los Ángeles. Sigo considerándolo su cima creativa, pero con obras como su trilogía americana o "Mis rincones oscuros" sigue demostrando que es el Rey.
ResponderEliminarAdemás, me encanta su faceta de entrevistado feroz. Como para enviarle a un tierno becario!
Un abrazo
Como bien dices, amigo José, "La Dalia Negra" es una cumbre a la que pocos autores de literatura noir o pulp fiction han podido llegar. Una obra espeluznante sobre un suceso real que guarda muchas similitudes con el horrible asesinato de la madre de James Ellroy, y como te gustó mucho -a mí también- "Mis rincones oscuros", te recomiendo que leas otro del autor angelino titulado "A la caza de la mujer" (Mondadori), que es una especie de epílogo mezclado con nuevos datos e investigaciones sobre un asunto convertido en lacerante y comprensible obsesión del escritor.
ResponderEliminarTengo toda la obra de Ellroy, y hay libros que sin ser tan magistrales como los que citas también me han gustado mucho: "El asesino de la carretera", "Clandestino", "Sangre vagabunda", "Seis de los grandes"... En fin, un autor que merece ser leído y releído muchas veces y cuyo carácter endemoniado, como bien apuntas, le hace ser un caramelo para los periodistas curtidos pero que puede poner como un flan a los pobres novatos.
Un abrazo.