Desnudando
miserias
El título ya es lo suficientemente
elocuente como para que nos podamos hacer una idea de hacia dónde nos quiere
guiar esta película que funciona por encima de lo esperado. Los
años desnudos: Clasificada “S” es, en cierta manera, un film homenaje a
aquel cine de destape de la
Transición política, que aunque bañado por una patina sórdida
y con un trasfondo de miseria, resultó tan oportunista como necesario y
refrescante. La película más seria hasta esa fecha de la pareja artística formada
por la malograda Dania Ayaso (fallecida
el pasado año) y Félix Sabroso sigue
la experiencia vital de tres atractivas mujeres, Lina, Sandra y Eva (Goya Toledo, Candela Peña y Mar
Flores) que desde distintas procedencias y experiencias vitales, se hacen
amigas en el rodaje de una película clasificada “S”. A partir de entonces, las
tres actrices coincidirán en otras películas, lo que les llevará a estrechar
lazos, una amistad que les hará alternar buenos ratos y algunas disputas y peleas. Es la España de los 70 y 80, sobre
el escenario convulso de un país que se abría a la libertad tras un largo
periodo de dictadura, la vida de las tres mujeres protagonistas y la
modernización de un país que comenzaba a abrir sus fronteras, sufrirán
altibajos en paralelo, ellas sintiéndose utilizadas por unos hombres que
sacaban provecho del éxito efímero de una tendencia que poco a poco irá
languideciendo, convirtiendo a muchas de esas actrices en marionetas rotas, y
el país enfrascado en una libertad que era más virtual que realista.
Aun siendo la mejor película del dúo
Ayaso/Sabroso, que al parecer querían olvidarse de las comedias petardas que
representaron aquellos engendros de Un grito en el cielo y Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí, Los años desnudos: Clasificada “S”, podría haber sido
una película mucho más redonda si se hubiese pulido un poco más un guión que
intenta trascender las historias y experiencias de las protagonistas (que
actúan bajo la inspiración de un sinfín de starlettes y
reinas del destape hoy casi olvidadas: Rosa Valenty, Nadiuska, Susana y Blanca
Estrada, Ágata Lys, Mirta Miller, Mireia Ros, Eva Lyberten, Sara Mora,
Lina Romay, Helga Liné, Azucena Hernández, Andrea Guzón, Raquel Evans, Norma
Duval, María José Cantudo, Bárbara Rey, Silvia Tortosa… ) para hacer un barrido
parco e intrascendente por el espacio sociológico que sirve de marco a la
acción, iluminando un ejercicio melancólico y esteticista cuyo halo de luz
proyecta demasiadas lecturas apuntadas con trazo muy grueso.
Perdonable cuando adivinamos que la
función no tiene ínfulas de resultar trascendente ni de servir como documento
de referencia, pues la razones que llevaron a converger elementos como el
oportunismo, el precario talento interpretativo de una legión de actrices a las
que no les quedó más remedio que explotar su vertiente erótica para sobrevivir,
el afán carroñero de algunos productores y un entorno en donde se debatían
radicales cambios sociopolíticos (potaje trufado con el machismo que impregnaba
a aquella sociedad y las eternas reivindicaciones feministas) necesitaba de una
mayor profundidad y acierto para indagar en un fenómeno explosivo que ayudó a
colorear la metamorfosis de la piel de toro, fenómeno que, en los años del
tardofranquismo y picados por la curiosidad y el morbo, empujó a peregrinar
muchos españoles a Perpignan para ver a Marlon Brando lubricar con mantequilla
a María Schneider.
No obstante, me ha
convencido el trabajo realista de sus tres principales intérpretes, espejos
hermosos y fatalmente deformantes de un ayer fracturado por una memoria que no
ha hecho perdurar a nadie, así como la estupenda selección musical, que se
ajusta a la historia como un guante de látex. En fin, retrato movido de una
época de servidumbres y carencias, en la que la libertad no fue suficiente para
desnudar conciencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario