El recientemente
fallecido Bigas Luna, firmante de
una de las más grandes obras maestras del cine español (Bilbao, 1978) y junto a Luis García Berlanga uno de los más
significados erotómanos del cine patrio, adaptó a la pantalla grande la novela
homónima de Almudena Grandes
publicada en la colección “La sonrisa vertical” de la editorial Tusquets, una
colección que precisamente fue creada y dirigida por Berlanga en 1977 y que el
director de El Verdugo presentaba a los lectores con estas palabras: “Queremos dar aire que respirar, porque el
deseo es salud, y sobre todo queremos recuperar el culto a la erección, al
hedonismo, a la fértiles cosechas que una buena y gozosa literatura puede ofrecernos.
Y, a través de nuestros libros, a través de nuestra y vuestra sonrisa vertical,
constatar que escribir sobre lo biológicamente apetecible es algo inmanente a
todos los tiempos, a todas las geografías, a todos los hombres”. Luna generó una enorme polémica con este
relato fílmico que nos cuenta la historia de Lulú (Francesca Neri) una quinceañera de buena familia que sucumbe
a los encantos de Pablo (Óscar
Ladoire) un amigo de su hermano mayor. Tras esta experiencia, Lulú alimenta
durante mucho tiempo el deseo por ese hombre, que volverá a entrar en su vida
algunos años más tarde, prolongando así el juego amoroso de su adolescencia.
Pablo crea para ella un mundo aparte, un universo privado donde el tiempo
carece de valor. Pero pronto ese mundo idealizado se quebranta cuando Lulú, con
treinta años, se adentre en el misterio de los placeres prohibidos.
Bigas Luna, a quien gustaba tanto el
sexo como el buen comer, un cachondo, un tipo con debilidad por el sexo vulgar
y sucio, un transgresor amante de las perversiones y los ambientes decadentes,
levantó ampollas retratando banalidades que en el discurrir cotidiano nadie da
importancia pero que suelen irritar a todo el mundo cuando se ven escenificadas
en una pantalla. Así, la imagen de una chica cagando o poniéndose una compresa
o masturbándose o la de un tipo tocándose los cojones es mucho más de lo que la
decencia de esta sociedad pusilánime y dueña de inconfesables mezquindades está
dispuesta a soportar. Trasegando por este país de hipócritas, he visto a los
mayores cerdos comulgar con el decoro y la virtud haciendo alarde de una
gazmoñería que siempre esconde traumas inconfesables y horribles secretos.
No diré que Las edades de Lulú sea una película redonda debido a un flojo guión
coescrito entre el cineasta y la escritora, al mediocre trabajo del reparto a
excepción de María Barranco dando oxígeno a un travesti en una interpretación
con la que ganó el premio Poya, perdón Goya, a la mejor actriz de reparto
y convirtiéndose en protagonista de una de las secuencias que levantó
mayor polvareda, también porque Luna jamás logra captar la esencia de un
texto magnífico convirtiendo la función en una tira de sueños eróticos con escasas
emociones que no logran reproducir el despertar sexual de una chica y su
creciente deseo por experimentar, un viaje iniciático a las más excitantes y
sórdidas fantasías sexuales, desde la desbocada pasión sexual hasta el
rutinario coito marital, sin profundizar en el laberinto de sensaciones que
otorgan sentido al comportamiento de Lulú, una Lolita morbosa que deriva en una
ávida ninfómana.
Y es que Luna era un voyeur extasiado por
los instintos animales, un creador de imágenes fascinado por las formas y la
estética, un fetichista capaz de dedicar cinco minutos a un delicado rasurado
de pubis (obsesión que repite aquí pero que ya nos mostró en Bilbao) y deleitarse con los ritos de
las pasiones más depravadas. Tal vez yo sea el único a quien le gusta esta
antipática y refractaria película rebosante de personajes dueños de un enorme
vacío existencial y con quienes es imposible empatizar, que nos muestra un sexo
enfermizo, tan podrido como deseado. Por ahí andaba chupando tetas Javier
Bardem en uno de sus primeros papelitos y se hace oportuno señalar que Ángela
Molina le tuvo miedo a este papel siendo sustituida por Francesca Neri, turbada
por el frenesí y la transgresión de un film nada sutil, que te deja mal cuerpo
y para mí 69 veces más excitante que Cincuenta
sombras de Grey. Pero no me hagan caso, puede que yo sólo sea un enfermo.
Bueno, pues a mí también me gustó esta película. Como dices, el guión no es gran cosa, pero la puesta en escena me pareció elegante y creo que funciona dentro de sus limitaciones genéricas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sexo sórdido y decadente muy del gusto de Bigas Luna que ya puso en el escaparate en sus primeros films (Bilbao, Caniche) y que le reportó un gran número detractores entre la crítica oficialista y el público gazmoño. No obstante, a mí me gusta ese erotismo en los márgenes y supo regalarnós multitud de secuencias impagables (la leche en el culo de Marí Martín en Bilbao). Su cine ha dejado en mi un recuerdo indeleble.
ResponderEliminarUn abrazo.