Crisis generacional
LAS OVEJAS NO PIERDEN
EL TREN êê
DIRECTOR: ÁLVARO
FERNÁNDEZ ARMERO.
INTÉRPRETES: RAÚL
ARÉVALO, INMA CUESTA, ALBERTO SAN JUAN, IRENE ESCOLAR, CANDELA PEÑA.
GÉNERO: COMEDIA /
ESPAÑA / 2015 / DURACIÓN: 103
MINUTOS.
El año 2014 ha sido bueno para el
cine español en cuanto a la calidad de las producciones y la valoración
crítica, esperemos que el nivel se mantenga con los sugerentes estrenos que nos
depara la nueva temporada. No es el caso de la nueva película de Álvaro Fernández Armero, un director
del que sólo salvo de la quema una película, la cáustica comedia Todo
es mentira (1994), y que lleva siete años alejado de la pantalla grande dedicándose casi
exclusivamente al medio televisivo. Veamos: Obligados a irse a vivir al campo, Alberto (Raúl Arévalo) un escritor en
busca de unas gotas de inspiración, y Luisa
(Inma Cuesta), la idílica vida rural les empieza a pasar factura. Luisa está
obsesionada en tener un segundo hijo, aunque el precio sea el sexo autómata y
aburrido. El hermano de Alberto, Juan
(Alberto San Juan) ni se plantea pisar el campo, es periodista en horas bajas,
tiene 45 años y sale con una joven de 25 años, Natalia (Irene Escolar) a la que se aferra como a una tabla de
salvación. Por su parte, la hermana de Luisa, Sara (Candela Peña) canaliza su ansiedad con la coartada de los
hombres, con quienes no ha encajado nunca hasta que conoce a Paco (Jorge Bosh), un periodista
deportivo que incluso parece que la quiere llevar al altar. O eso se cree ella.
Atractivo reparto para una historia de tintes
generacionales que se me antoja poco novedosa; el derrumbe económico,
profesional y moral de una generación que reinó en los albores del nuevo siglo
y que ahora masca sus miserias mendigando trabajos ínfimos o saliendo con
chicas jóvenes para sentirse vivos mientras el reloj biológico marca las horas
con el sigilo, el temblor y el temor de estar adosado a una bomba. Alternando
el drama con la comedia (con gags poco inspirados), Armero, que firma un guión
poco original, se mueve mejor en el terreno dramático, retratando con soltura
las relaciones interpersonales de los personajes, sus sueños y anhelos. El
relato se ve penalizado por los excesivos hilos que van trenzando las historias
cruzadas y nunca logra despegar, tal vez debido al previsible proceder de unos
personajes que anticipan sus destinos. Las ovejas no pierden el tren no es ni
mucho menos una película infame y funcionan algunos apuntes dolorosamente
nostálgicos sobre la crisis existencial y el herrumbre de una generación que ya
no avanza, que con la crisis se quedo estancada en las ciénagas de sus
problemas laborales y económicos y la responsabilidad de estar al frente de una
familia que les hace sentir tristes y extraños. Cuarentones buscando su lugar
en el mundo o comportándose como adolescentes para encontrar el pulso a la
vida, telas de araña que nos vuelven a confirmar que todo sigue siendo mentira.
A mí tampoco me convenció. Los gags carecen de chispa y el del padre diciendo lo de "¿Había mucho tráfico?" tampoco hacía falta repetirlo tantas veces y resulta un penoso broche final para una película que es un quiero y no puedo, aunque se salva por las interpretaciones y el tono melancólico que preside la función.
ResponderEliminarUn abrazo.
Diagnóstico perfecto, amigo Ricard. Además, el tema de las crisis generacionales ya huele. No obstante, si la película no se derrumba del todo es porque la sostiene el reparto. Aun así, no dejará ningún poso en mi memoria.
ResponderEliminarUn abrazo.