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domingo, 7 de diciembre de 2014

CRÍTICA: "EXODUS: DIOSES Y REYES"

El profeta y la mano de hierro de Dios
EXODUS: DIOSES Y REYES êê
DIRECTOR: RIDLEY SCOTT.
INTÉRPRETES: CHRISTIAN BALE, JOEL EDGERTON, AARON PAUL, SIGOURNEY WEAVER, BEN KINGSLEY, JOHN TURTURRO, MARÍA VALVERDE.
GÉNERO: DRAMA ÉPICO /EE. UU. / 2014. DURACIÓN: 151 MINUTOS
  

      El relato sobre el segundo libro de la biblia, El Éxodo, que tiene como protagonista al profeta Moisés ha sido adaptado al cine y la televisión con desigual fortuna. Fue Cecil B. DeMille quien en 1923 y de manera seminal adaptó la historia en la época del cine mudo con el título Los Diez Mandamientos y un argumento compuesto por dos relatos: la huida de Egipto del pueblo hebreo capitaneado por Moisés, y una historia que sucedía en la América de los años 20. DeMille superaría ampliamente este primer acercamiento realizando el remake de 1956 con el mismo título y Charlton Heston dando vida a Moisés y Yul Brynner encarnando a Ramsés, en la que ha quedado para la historia como una de las piezas excelsas del cine épico-histórico. Tras la incomprendida e infravalorada El Consejero (2013), Ridley Scott se pone de nuevo el traje de artesano para desarrollar una historia de sobras conocida en la que pese a ser una película de encargo, como casi todas los que viene realizando últimamente, queda patente su sello personal.


     Aunque no enfrentamos a una temática muy trillada, bastará con apuntar que el film nos sitúa en el año 1.300 a. c., en donde una antigua profecía pronostica la caída del imperio egipcio. El faraón Seti I (John Turturro) manda sacrificar a todos los hijos primogénitos varones de los esclavos israelíes. Uno de ellos, siendo apenas un bebé, es entregado a las aguas del Nilo para que su vida sea salvada y es recogido por la familia real del faraón que lo criará como si fuera un hijo. Con el paso de los años, Moisés (Christian Bale), aceptado plenamente como un egipcio, desarrolla una amistad inquebrantable con el heredero del trono, Ramsés (Joel Edgerton). Moisés es un general del ejército respetado por todos y que trata de ser justo en sus decisiones. Movido por la envidia y el odio y con la inestimable ayuda de la reina Tuya (Sigourney Weaver), Ramsés se entera del origen hebreo de Moisés, le destierra lejos de Egipto y ordena su asesinato. Pero Moisés descubrirá su vocación de líder y salvador liberando a 600. 000 esclavos judíos en una épica huida a través de Egipto, llena de peligros letales y en busca de la Tierra Prometida.



     Scott arriesga poco en esta megaproducción de guión algo plomizo y errática selección de casting. No es que el film se pueda tildar de fallido –que se puede- , pero hay algo en ella de epopeya vulgar, de aventura espectacular técnicamente irreprochable que, sin embargo, carece de énfasis emocional aunque sí político derivado de las férreas y revolucionarias directrices de Dios, deidad que guía  y alienta con mano de hierro a Moisés (un convincente Christian Bale al que da réplica un macarril Joel Edgerton), una determinación que deja atrás los lazos filiales y que en su empeño por impartir justicia roza peligrosamente la venganza purificadora tras siglos de subyugación del pueblo hebreo. Con la actriz española María Valverde en el papel de Séfora, la esposa de Moisés, mucho se ha criticado a Scott por elegir a actores blancos para dar oxígeno a ciertos personajes del antiguo Egipto, pero esas licencias forman parte del tono irreflexivo, algo alocado, de las incursiones del director en el cine épico-legendario, en donde apenas existen transiciones entre escenas íntimas y el volcánico fragor de la batalla, y en donde no es extraño percibir sonoros fallos de raccord y gazapos. Ridley Scott le ha cogido el gusto al cine faraónico y elefantisíaco dotando a sus artefactos de una armadura de acero que dice mucho de su tendencia megalomaníaca pero también, en demasiadas ocasiones, jugando en detrimento del realismo y la naturalidad, y aún peor, dejando sin efecto el factor dramático.



      Esto es algo que podemos observar en secuencias claves cuando visualmente se nos hurta el itinerario del bebé Moisés en un canasto a través del río Nilo, con la representación de ese tsunami a modo de división de las aguas del Mar Rojo, el casi insignificante apunte del episodio sobre las Tablas de la Ley o en su peculiar visión icónica de Dios. Eso sí, no ahorra efectismo a la hora de mostrar con descarnada explicitud el efecto de las plagas bíblicas sobre Egipto o ese viaje de penurias de Moisés y su pueblo hacía la tierra soñada que acaba convirtiéndose en un viaje hacia el interior del líder espiritual. En este punto, echamos en falta el sentimiento profundo derivado de la fe y la pureza insobornable de la creencia y sus ritos de fervor y pasión. Una vez más Scott atiende más a la literalidad que a la magia y la poesía. No nos engañemos, Exodus: Dioses y Reyes es un film corpulento con un fastuoso diseño de producción, una impactante puesta en escena y una prodigiosa labor de ambientación y vestuarios; técnica, detalles y efectos digitales puestos al servicio del público de hoy, aparatajes que amplifican las sensaciones visuales (el ataque de los cocodrilos, la caída por el barranco de las tropas egipcias) de una historia muy manida. El film trata de humanizar a ese Moisés anclado en las retinas con el rostro y el porte de Charlton Heston, el problema es que existe un notable desequilibrio en su ciclotímico desarrollo, oscilante entre la innovación y puntualmente academicista, deslavazada y acartonada en su narrativa, musculosa en su aspecto visual. Cuestión de sensibilidad, probablemente.

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