Obsesión por la seguridad
ROBOCOP êê
DIRECTOR: JOSÉ
PADILHA.
INTÉRPRETES: JOEL KINNAMAN, GARY OLDMAN, MICHAEL KEATON,
ABBIE CORNISH, SAMUEL L. JACKSON, JACKIE EARLE HALEY.
GÉNERO:
CIENCIA-FICCIÓN / EE. UU. / 2014 DURACIÓN: 118 MINUTOS.
A decir verdad, no es que RoboCop
(Paul Verhoeven, 1987), un clásico del cine de ciencia-ficción, una fantasía
distópica en donde el cuerpo de un policía gravemente herido en acto de servicio
es utilizado para fabricar una máquina letal mitad hombre-mitad robot, y crear
así un arma eficaz en la lucha contra la delincuencia, haya dejado en la
memoria de este cronista una huella indeleble. Sí lo consiguió con un amplio
sector del público que siempre la reivindicaron como un buen producto para el
entretenimiento desprejuiciado. Si yo la recuerdo con cierta simpatía es porque
la asocio con una época irrepetible de mi vida, también por ese tono de
película de justicieros en que derivaba finalmente la función cuando la memoria
recuperada del agente le empuja a ejecutar una venganza sobre los que le
masacraron, y al humor de su protagonista, el hoy olvidado Peter Weller.
Alarmados los
fans por lo que el director brasileño José
Padilha (Tropa de Élite, Tropa de élite 2) hubiera pergeñado con
un remake que ha tenido muchos problemas de producción, es hora de comprobar si
el resultado está a la altura de las expectativas creadas por los tráilers que
anunciaban el inminente estreno de un film del que estuvo a punto de hacerse
cargo Darren Aranofsky: La acción nos sitúa en el año 2028, una época en donde
la compañía multinacional OmniCorp domina la tecnología robótica para fines
militares. Durante años, sus drones han ganado todo tipo de guerras en el
extranjero y ahora quieren probarlo dentro de Estados Unidos. Ese es el
objetivo de su director Raymond Sellars
(Michael Keaton), pero su mayor obstáculo es que si se produce una baja
colateral, la responsabilidad será de la compañía. La solución está en manos
del científico Dennet Norton (Gary
Oldman): crear un cyborg mitad hombre y mitad máquina, pues así será él quien
asuma la responsabilidad de sus errores. La oportunidad se presenta cuando un
policía honesto, Alex Murphy (Joel
Kinnaman), empeñado en combatir la ola de crímenes que asola Detroit, cae
gravemente herido en acto de servicio, y OmniCorp utiliza sus servicios para
salvar lo que queda de él y dotarlo de extraordinarios poderes. Convertido en
RoboCop, Murphy logra bajar los porcentajes de crímenes a mínimos históricos. Pero dentro de la máquina
habita un hombre que no sólo busca justicia, también venganza y su propia
identidad.
Se podría decir,
y estoy cansado de repetirlo, que esta nueva versión de RoboCop se nos presenta
como absolutamente innecesaria, una muestra más de la sequía creativa
hollywoodiense. También que unos efectos especiales de última generación no
resulta una coartada meritoria cuando se trata de actualizar un producto que
desde el estreno del original han transcurrido ya casi tres décadas. Todo eso
era previsible, de modo que el gran objetivo de este remake no puede ser otro
que rascar unos milloncejos a la taquilla. ¿Estamos pues ante una película
despreciable? Tal vez no, aunque sí ante una película prescindible. Padilha
apenas asume riesgos, flirtea con la denuncia política que lleva implícita la
pérdida de libertades y derechos civiles para tratar de interesar a un público
más maduro, y por otro lado de desliza por el terreno del divertimento banal y
comercial con la intención de captar al público adolescente más palomitero.
Insisto,
sin considerarme un fan de la película de culto dirigida por Verhoeven en la
década de los ochenta, uno podía adivinar la frescura y desinhibición a la hora
de afrontar la sátira sobre el carácter voraz de los sistemas capitalistas y
las corporaciones, y al mismo tiempo disfrutar de una aventura sci-fi de serie
B en formato de thriller futurista que no desdeñaba la violencia descarnada y
el humor negro más corrosivo. Padilha se olvida de todo eso para conectar a su
héroe con los fulgores tecnológicos y el miedo por los traumas recientes, en la
visión de un mundo que en su deprimente deambular carece de energía para la
rebelión.
Sin embargo,
el Detroit de hoy es más parecido al que describió Verhoeven en su exitoso y
recordado film (una ciudad cochambrosa y espectral con índices apocalíptico de
paro y crímenes), una ciudad donde, en definitiva, la acción ejecutiva sobre el
control de los Servicios de Seguridad del Estado tiene visos reales de quedar
en manos de corporaciones privadas: de la era Reagan a la era Obama sólo ha
cambiado el color de la piel del inquilino de la Casa Blanca. En ROBOCOP
padilha ha dado vigencia a un híbrido más cerebral y emocional, dotando a la
trama de un carácter melodramático que apunta a los dilemas sobre la traumática
creación del cyborg que se convertirá en RoboCop, en la vida que deja detrás el
agente Murphy y en su presente como servidor indestructible, una nueva
existencia en donde el componente humano propulsa el elemento mecánico como
coraza para la protección de los inocentes y también de su sufrida familia.
Con las estimulantes presencias de Gary
Oldman, Samuel L. Jackson y Michael Keaton, ROBOCOP
es un producto de acción bien facturado, aunque sorprende el énfasis que los
guionistas ponen en el drama familiar que no aporta nada a la trama y en
determinados momentos se nos antoja ridículo, pero lo que en realidad estimula
al realizador es proyectar la fijación estadounidense sobre la seguridad y las
presiones de los lobbys para privatizar todos los servicios públicos. Y los
servicios de seguridad representan la joya de la corona en ese conglomerado
empresarial que muchos llaman eufemísticamente patria.
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