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jueves, 29 de agosto de 2013

CRÍTICA DE "DOLOR Y DINERO"


Bay expone las vergüenzas del “sueño americano”
DOLOR Y DINERO êêê
DIRECTOR: MICHAEL BAY.
INTÉRPRETES: MARK WAHLBERG, DWAYNE JOHNSON, ANTHONY MACKIE, ED HARRIS, TONY SHALHOUB.
GÉNERO: COMEDIA NEGRA / EE. UU. / 2013  DURACIÓN: 130 MINUTOS.   


    Todos los aficionados saben que Michael Bay (Los Ángeles, 1965) es un director destroyer conocido por rodar artificiosas películas de acción de gran presupuesto en las que abundan la destrucción, las explosiones y la pirotecnia. Debutó con Dos policías rebeldes (1995) que tuvo su secuela en 2002, y entre sus grandes éxitos se encuentran pestiños como La Roca (1996), Armageddon (1998) y la estruendosa saga Transformers. Por lo absurdo de la historia parece mentira, pero nos recalcan varias veces que lo que se narra DOLOR Y DINERO está basado en hechos reales, un film modesto para el que Bay sólo ha contado con 25 millones de dólares.


      En forma de comedia dramática de acción, el film nos sitúa en el Miami de mediados de los 90 para presentarnos a Daniel Lugo (Mark Wahlberg) y Adrian Doorbal (Anthony Mackie) que entrenan muy duro en el gimnasio cada día. Culturistas de profesión, dedican más tiempo a cuidar su cuerpo que a ninguna otra faceta que suponga un esfuerzo mental. Lugo adora el fitness, pero es un trabajo que le da poco dinero, cuando piensa que se dedicará a ello toda la vida, se agobia, es por eso que se decide pasar a la acción y dar un gran golpe.


       A Lugo y Adrian se les une Paul Doyle (Dwayne Johnson) un ex presidiario que entrena con ellos, y así forman una banda para extorsionar y secuestrar a un empresario adinerado. El plan parece dar resultado, pero cuando están empezando a disfrutar de su éxito, comienzan los problemas. Pues lo que no esperaban es la reacción de su víctima, a quien habían dado por muerto, y que lo primero que hace cuando se está recuperando en un hospital, es contratar los servicios de un detective privado retirado, Ed DuBois (Ed Harris), con la única intención de que localice a sus raptores y vengarse de ellos.


      Marcando distancia con el cine que hasta hoy ha sido su seña de identidad, Bay logra sus mejores resultados con esta película sin pretensiones que nos narra la burda y sangrienta historia de la banda Sun Gym, tres delincuentes aficionados con apuros económicos que se dedicaron a secuestrar, robar y asesinar. Y el caso es que a uno no le queda más remedio que reírse ante las situaciones absurdas, delirantes y macabras que genera la trama y en las que se ven envueltos sus descerebrados protagonistas (esa en la que al tipo que van a asesinar estrellándole con el coche le ponen el cinturón de seguridad, la cadavérica barbacoa que se monta Dwayne Johnson en plena calle…). Una comedia negra que arrastra por el fango ese espejismo al que llaman “sueño americano” y que destila sátira y veneno por los cuatro costados. Algo muy distinto a lo que el director californiano nos tenía acostumbrado hasta le fecha, que exhibía con insultante énfasis la bandera americana en todos sus espídicos artefactos.


     DOLOR Y DINERO ni mucho menos es Fargo (1996), pero pocas películas alcanzan el nivel de excelencia de la obra de los Coen, aunque no anda muy lejos en sus intenciones al seleccionar un suceso impactante de la crónica negra para presentarnos a unos personajes estrafalarios que frustrados con los escasos réditos económicos de su sacrificada profesión, ven en el crimen la posibilidad de despegar y formar parte de una respetable comunidad. El problema es que para el nuevo oficio se necesita un vivero mayor de neuronas de las que sus cerebros son capaces de generar, más astucia e inteligencia de la que unos anabolizados tipos dedicados a inflar bíceps pueden desarrollar, por lo que el atajo fácil para conseguir conquistar el ansiado “american way of life” acabará convirtiéndose fiel espejo de su estupidez.


      Provocativa, irreverente, gamberra y atroz (los gags sobre la religión, el sexo, el racismo y la obesidad son constantes) la nueva propuesta de Bay se mueve entre la denuncia a los ritos de una sociedad en su demencial superficialidad y la conciencia crítica de un director que es capaz de exponer sin complejos sus vergüenzas: la exacerbada proyección sobre la cultura del éxito puede ocasionar terribles consecuencias. Pocas veces he visto a Mark Wahlberg rayar a este nivel de excelencia interpretativa, mucho menos a Dwayne Johnson desplegar tal cantidad de registros, ambos, junto a Anthony Mackie, forman una tan soberbia como esperpéntica sociedad.


        Así es Michael Bay, capaz de castigarnos con armatostes olvidables como Transformers y de sorprendernos con una cinta que surca los vericuetos del thriller convencional para finalmente derrapar por los sinuosos territorios de la comedia dramática. Puede que en esta ocasión la realidad supere a la ficción, lo seguro es que todo espectador que se adentre en esta rara avis acabará obteniendo más de lo que suponía, un relato rebosante de momentos hilarantes, escenas tragicómicas y, lo más importante, la demostración palmaria de que Bay también sabe dirigir a actores de carne y hueso. 

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