EL HUNDIMIENTO (DER UNTERGANG)
Drama Histórico - Alemania, 2005
- 150 Minutos.
DIRECTOR: OLIVER HIRSCHBIEGEL.
INTÉRPRETES: BRUNO GANZ, ALEXANDRA MARIA
LARA, ULRICH MATTHES, JULIANE KÖHLER, THOMAS KRETSCHMANN, CORINNA HARFOUCH.
“Nada. En eso reside precisamente el
milagro. Tras la muerte de Dios, llamó la nada a la puerta y Hitler fue su
único hijo. En cierto sentido, él no existió nunca. Fue, por así decir, la
encarnación de la Hitler-lüge, la mentira de Hitler. El anticristo absoluto y
lógico”. Extracto de una de las mejores novelas -sino la mejor- publicada
en nuestro país en los últimos diez años, “Sigfrido” (Harry Mulisch,
2003, Editorial Tusquets), y que como El Hundimiento se acerca al
declive de Hitler y su séquito personal, una excelente obra que profundiza en
la tesis de la banalización del Mal, en Hitler como fundador de una nueva
religión, el emisario de una comunión cuyo telón de fondo -con sus ritos de
masas, antorchas y banderas- sólo escondía el más absoluto vacío. El actor
suizo Bruno Ganz, por primera vez en la historia del cine -de las artes escénicas
en general- logra imprimir a su caracterización ese abismo de los sentidos, el
aura espectral del profeta del exterminio, capaz de despojar de misericordia a
su pueblo y convertirlo en una milicia fervorosa, insensible y devastadora.
Oliver Hirschbiegel, autor de la
interesante película El experimento (2001) y su guionista Bernd
Eichinger tomaron como referencia las obras “El hundimiento: Hitler y
el final del Tercer Reich” del ensayista alemán Joachin Fest, y “Hasta
el último momento: La secretaria de Hitler cuenta su vida” de la que
fuera asistenta personal del Führer, Traudl Junge, para acercarnos a los días
finales del dictador: Berlín, abril de 1945. Las tropas rusas toman la capital
del Reich siendo sus habitantes conscientes de que el final ha llegado. Hitler
(Bruno Ganz) y su círculo más íntimo: su compañera sentimental Eva Braun
(Juliane Köhler) y su cuñado Hermann Fegelin (Thomas Kretschmann), su
secretaria Traudl Junge (Alexandra Maria Lara) y el ministro de propaganda
Joseph Goebbels (Ulrich Matthes) y su familia permanecen atrincherados varios
metros bajo tierra en un bunker en el corazón de Berlín.
No hay salida, pero
Hitler no se plantea rendirse, ni pese a la insistencia de sus acólitos, desea
abandonar Berlín, es más, sus órdenes son concisas y directas: las SS
ejecutarán a todos aquellos que intenten desertar, entregarse o pactar con los
aliados. El ocaso se acerca y con el enemigo a las puertas el Führer decide
suicidarse junto con su amante Eva Braun, con la que ha contraído matrimonio varias
horas antes, sus cadáveres serán quemados por orden expresa del dictador.
Goebbels y su esposa siguen su camino, envenenan a sus seis hijos y se pegan un
tiro en la cabeza. Traudl Junge, su secretaria personal, logra huir
aprovechando la confusión a través de una ciudad devastada y mezclándose entre
unos soldados rusos eufóricos.
Antes de Hirschbiegel nadie se había
atrevido a mostrar los últimos días de Hitler con tal nivel de realismo. El
Hundimiento rompe ese tabú germano y nos presenta un film de un clima
opresivo en el que el bunker de la cancillería, con sus pasillos y
dependencias, se convierte en un laberinto infernal cuyos principales
protagonistas buscan ese final mitológico a modo de tragedia griega y de
resonancias wagnerianas. Porque Hitler -a ver si nos enteramos de una vez por
todas- fue un ser humano, como Nelson Mandela, como yo mismo. Sí, racista,
cruel, paranoico, colérico, iracundo, megalómano... pero también amante del
arte y los animales, con capacidad para llorar, enfermizo, vacilante, amable
con las personas de su entorno personal y que reaccionaba con furia ante la
traición y el desengaño. Humano, demasiado humano. Bruno Ganz nos ofrece ese
ajustado retrato ambiguo -hombre/monstruo- y se carga sobre sus espaldas el
peso de la película, una actuación memorable y de amplios registros que huye
del maniqueismo y la trivial caricatura.
Si Charles Laughton nos enseñó que el
Mal puede imponer su fuerza recitando el evangelio (La noche del cazador,
1955), con Hirschbiegel hemos aprendido que el Mal absoluto puede padecer
parkinson y estamparle un beso en los labios a su embebida compañera, Eva
Braun.
Tomando como hilo conductor el punto de
vista de la secretaria del dictador, el relato explota el hiperrealismo en cada
mínimo detalle de su dolorosa reconstrucción histórica, hasta el extremo de
convertir El Hundimiento en una especie de dramatización documental. La
falta de piedad con su pueblo, el desprecio hacia sus generales, la insensibilidad
ante el sacrificio, la inflexibilidad para castigar a los traidores, nos hace
ver al hombre que aún hoy en día sigue acosando la memoria colectiva en un
grado superlativo, el mismo que un día de marzo de 1936 proclamó: <<Voy
siguiendo con la seguridad de un sonámbulo el camino que me ha trazado la
providencia>>.
Estamos ante una excelente obra que nace libre de la
mano de una joven generación, sin atenerse a los rigurosos corsés y la manida
corrección política, la caracterización de sus protagonistas (Magda y Joseph
Goebbels, Hermann Goering, Albert Speer, Heinrich Himmler, Eva Braun) resultan
asombrosamente perturbadoras, y la recreación de ese asfixiante y bullicioso
microcosmos subterráneo en el epicentro de Berlín (el baile y las borracheras
se alternan con las desesperadas reuniones de un Hitler desconectado de la
realidad con sus altos oficiales) representan fielmente el sentido
esquizofrénico y a la vez patético del final del nazismo, la amarga decadencia
de los sueños expansionista de un hombre que dejó un rastro de 50 millones de
cadáveres y sembró el caos y la destrucción. Tras haberlos obligado a ingerir
un somnífero, Magda Goebbels envenena a sus seis vástagos vestidos de blanco
inmaculado, aprieta sus mandíbulas y oímos el chasquido de la cápsula de
cianuro...cierra la puerta. Detrás queda un escenario tenebroso... el Horror...
el Horror.
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