Nunca ha vuelto a estar tan bien Andy García como en OCHO MILLONES DE MANERAS DE MORIR,
fue la última película que dirigió Hal Ashby en 1986 pues moriría tres años más
tarde con sólo 49 años. Con guión de Oliver Stone y Robert Towne –que no
aparece en los títulos de crédito- el film gana muchos enteros con la aparición
del actor cubano, auténtica revelación en su papel de sibarita gángster hispano
amante de la arquitectura gaudiana, excéntrico y amenazador, contemporizador y
letal, amplia gama de registros y matices que hacen que cada vez que aparece en
pantalla se cargue el ambiente de electricidad y la tensión se puede cortar con
un cuchillo. Una actuación exquisita, sumamente realista con la que se come con
papas al verdadero protagonista de la función, el tantas veces magnífico Jeff Bridges. Película injustamente
denostada en su época que merece ser revisionada.
Me gusta John Boorman y me gusta A QUEMARROPA (1967) y
Defensa (1972) -leer la crítica de esta última en este mismo blog en la
sección Mis películas Favoritas porque
no me gusta repetirme-. En la primera, la amistad del cineasta con Lee Marvin
lleva al sobrio actor neoyorquino a protagonizar un policíaco muy de su tiempo,
nacido de la paranoia de los sesenta, corroído por esa difusa amenaza en la
sombra que en la tradición del mejor cine negro en fusión con la moderna narrativa
europea sigue la estela de un criminal que escapa de Alcatraz para vengarse de
sus enemigos. La pareja Marvin/Dickinson
otra vez en plena forma, la violencia en estallidos febriles y espeluznantes,
magistral formalismo, pulso enérgico, excepcional captación de atmósferas; ya
sea en una discoteca de ambiente lisérgico o en una vulgar oficina. Un hombre
frente a una ciudad podrida, el eslabón roto del sistema que advierte tarde su
manipulación y la imposible redención. Un film magistral.
Lo mismo que
comentaba anteriormente de Andy García ocurre con Richard Gere, un actor procedente del mundo del teatro que debutó
en el año 1975 en el mundo del cine. Su éxito con Días del cielo (1978), un
fascinante poema visual de Terrence Malick que nos ofrece una visión de la
Norteamérica más primitiva y paradisíaca, le hizo abandonar las tablas para
dedicarse exclusivamente al Séptimo Arte. No obstante su papel fundamental es
para mí el de maníaco en uno de los
mejores títulos de Richard Brooks, BUSCANDO AL SEÑOR GOODBAR
(1977). Cómo me gusta esta película, ese enfoque descorazonador, pesimista de
Brooks de un mundo que se abre como una apestosa cloaca. La historia de una
joven (Diane Keaton) que trastornada por una educación castrante, represiva y
moralista, se lanza a descubrir las nuevas sensaciones que ofrece la gran urbe,
siendo finalmente brutalmente asesinada por un psicópata (en este caso Tom
Berenger). Gere está perfecto encarnando al chuloputas barriobajero,
narcisista, egocéntrico, machista, esquinado, despechado y vengativo parásito,
una especie de borrador demoníaco del papel que tres años más tarde le convertiría en un
ídolo de la pantalla grande por su protagonismo en American Gigolo de Paul Schrader.
Mis películas
favoritas de Francis Ford Coppola no
son ni El Padrino ni Apocalypse Now. Cosa extraña
¿verdad? Reconozco estas dos obras maestras que he visto decenas de veces, pero
el cine es conexión, multienlace, correspondencia plena y personal, y todo esto
me ocurre con dos obras redondas del genial autor. La primera de ella es La
Conversación (podéis leer mi
crítica en este mismo blog también en la sección Mis películas favoritas); y la segunda es LA LEY DE LA CALLE
(1983), rodada en el mismo año que Rebeldes, en las mismas
localizaciones, con el mismo protagonista (Matt Dillon) y basada en una novela
de la misma autora, S.E. Hinton, que la anterior. El film es una crónica
callejera sobre la problemática juvenil en
donde un joven (Dillon) anda siempre buscando pelea con otros chicos,
añora a su hermano a quien todo el mundo conoce como “El chico de la moto”
(Mickey Rourke) que hace tiempo que se marchó de la ciudad y al que su hermano
pequeño idolatra hasta tal punto que sueña con ser algún día como él.
Es una de las
obras más filosóficas del director italoamericano, rodada en blanco y negro con
sólo algunos detalles simbólicos en color, de un enfático academicismo que
Coppola se encarga de subrayar con mensajes claramente doctrinales. La brillante
fotografía de Stephen H. Burum, la excelente música de S. Copeland, se
sobreponen a la historia y dominan todo el film. Un relato sorprendente que nos
hace evocar referencias visuales y narrativas
que basculan entre el expresionismo de Welles y el romanticismo
autodestructivo de Godard o Ray. Un peliculón.
De la media
docena de películas rodadas sobre la Guerra de Vietnam mi favorita es CORAZONES
DE HIERRO (1989) y siempre tengo que explicar por qué, pues mucha gente
se extraña. Brian De Palma se basó
en acontecimientos reales narrados en su libro por Daniel Lang, y lo más
interesante de este particular descenso a los infiernos de esta guerra inútil y
suicida, en donde una joven e indefensa vietnamita es violada por casi todos
los miembros de un pelotón y más tarde cruelmente asesinada, es que el cineasta
se centra en el estudio psicológico de los dos protagonistas: el sargento
Meserve (Sean Penn) y el novato Eriksson (Michael J. Fox), un joven soldado
asustado pero decidido, idealista y benevolente, planteando así cierto
paralelismo entre dos guerras; la meramente militar y la que se libra entre las
conciencias. Es esa afilada descripción, el análisis minucioso entre dos
personalidades, lo que diferencia y hace que Corazones de hierro no
sea otro film más sobre la Guerra de Vietnam, y se nos presente como un relato
que es una lúcida introspección acerca de los peores registros morales y las
más oscuras emociones humanas.
Se agotaron
los Pensamientos Automáticos, cualquier otro día continuará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario