Los límites de la justicia
Los indicios en los que basa sus conclusiones Roberto resultan muy peregrinos (el colgante de la mariposa, el ticket de una farmacia, recortes de otros crímenes con el mismo modus operandi, la pequeña daga de la justicia) da igual porque lo que verdaderamente interesa a los responsables de la función es el debate sobre lo legal y lo justo, los eternos circunloquios sobre la arbitrariedad de una justicia en la que el azar es un elemento determinante. Queda señalado, Darín nos regala de nuevo una actuación magnética y deslumbrante en un relato servido para su lucimiento, el retrato de un tipo cincuentón con debilidad por el Whisky, aficionado al boxeo, divorciado, sin demasiado apego sentimental por nada ni nadie y con un estatus valioso dentro de su profesión académica.
TESIS SOBRE UN HOMICIDIO êêê
DIRECTOR: HERNÁN GOLDFRID.
INTÉRPRETES: RICARDO DARÍN, ALBERTO AMMAN, ARTURO PUIG, CALU RIVERO, FABIÁN ARENILLAS, MARA BESTELLI.
GÉNERO: INTRIGA / ARGENTINA / 2013 DURACIÓN: 106 MINUTOS.
ESTRENO EN ESPAÑA: 5 DE ABRIL DE 2013
El actor y director argentino Hernán Goldfrid (Buenos Aires, 1979) ha obtenido con su segundo largometraje un enorme éxito en su país. Cierto que me pasó bastante desapercibida (y con esto quiero decir que no me dejó ningún poso) su debut con la comedia romántica todavía inédita en España Música en espera (2009), algo que no ha ocurrido con esta producción hispano-argentina titulada TESIS SOBRE UN HOMICIDIO, un thriller psicológico que exige un cierto nivel de implicación intelectual del espectador.
Inspirada en la novela de Diego Paszkowski, el film gira en torno a Roberto Bermúdez (Ricardo Darín), abogado y profesor de Derecho Penal que está convencido de que Gonzalo (Alberto Amman) uno de los alumnos que asiste a su seminario, ha sido el autor de un brutal asesinato acaecido justo frente a la entrada del edificio de la Facultad de Derecho. Decidido a demostrar la verdad sobre el crimen, emprende una investigación personal que deriva en lo obsesivo e inevitablemente le arrastrará hacia sus zonas más oscuras, sin saber realmente cómo de cerca está la verdad.
Con ciertas resonancias a los clásicos hitchcockianos Crimen Perfecto (1954) y La Soga (1948), TESIS SOBRE UN HOMICIDIO es una muestra más de la comunión existente entre Ricardo Darín y el policíaco (El secreto de sus ojos, Nueve Reinas, El Aura) regalándonos otra magnífica interpretación para el recuerdo. El carismático actor bonaerense encarna con pulcritud el arquetipo de profesor inteligente con un punto de vanidad que le incita a iniciar una investigación que haga patente ante todos las razones de su lugar en el sol, el por qué de su merecido prestigio. La investigación apunta más allá de la búsqueda de justicia, en Gonzalo (superlativo también Alberto Amman) el experimentado penalista ha encontrado la horma de su zapato, dando comienzo una excitante partida de ajedrez en donde los análisis e hipótesis de de Roberto serán refutados por el alumno con cara de chico bueno.
Un duelo de intelectos que acaba por exasperar al profesor y
le hace enfrentarse con sus propios dilemas. La película, de una impecable
factura técnica, mantiene el suspense, dosificando la tensión en un medido in
crescendo, para lo que Goldfrid cuenta con la inestimable ayuda de una
exquisita y envolvente fotografía cortesía de Rodrigo Pulpeiro y una climática
banda sonora a cargo de Sergio Moura.
Los indicios en los que basa sus conclusiones Roberto resultan muy peregrinos (el colgante de la mariposa, el ticket de una farmacia, recortes de otros crímenes con el mismo modus operandi, la pequeña daga de la justicia) da igual porque lo que verdaderamente interesa a los responsables de la función es el debate sobre lo legal y lo justo, los eternos circunloquios sobre la arbitrariedad de una justicia en la que el azar es un elemento determinante. Queda señalado, Darín nos regala de nuevo una actuación magnética y deslumbrante en un relato servido para su lucimiento, el retrato de un tipo cincuentón con debilidad por el Whisky, aficionado al boxeo, divorciado, sin demasiado apego sentimental por nada ni nadie y con un estatus valioso dentro de su profesión académica.
Como espectador llego a entender que Roberto es consciente de que existe el crimen perfecto (el final abierto, que no gustará a todo el mundo pero que a mí no me desilusiona, así lo confirma) de ahí la rabia que le corroe ante su propia impotencia, incapaz de descubrir pruebas concluyentes que demuestren sus sospechas y perdiéndose en un marasmo de teoría paranoicas que le hacen mascar la tragedia. Con algún personaje intrascendente como el de preciosa Calu Rivero, el guión, no exento de agujeros, incide en esa impotencia subliminando pequeños detalles, detalles que como piezas de un laberinto de dominó se irán derrumbando hasta llegar a un clímax no por predecible menos eficiente. Me gusta especialmente la secuencia que transcurre en el museo donde se exhibe una muestra itinerante de la obra de Picasso, en la que Gonzalo descifra a Roberto el cuadro “La Crucifixión”, donde el genial artista malagueño plasmó muchas de sus obsesiones: la muerte, la religión, el sufrimiento y el sacrificio de víctimas inocentes.
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