Los demonios de la guerra
INVASOR êê
DIRECTOR: DANIEL
CALPARSORO.
INTÉRPRETES:
ALBERTO AMMANN, ANTONIO DE LA TORRE, KARRA ELEJALDE, INMA CUESTA, LUIS ZAHERA.
GÉNERO: THRILLER
/ ESPAÑA / 2012 DURACIÓN: 99 MINUTOS.
Lejano ya el
debut de Daniel Calparsoro con la
magnífica Salto al vacío (1995), para este cronista su mejor película
hasta la fecha, una crónica sucia, cruda y decadente que en forma de drama
social urbano nos narra la supervivencia de unos jóvenes desarraigados en el
País Vasco de la época, con la que entonces era su mujer, Najwa Nimri, de
absoluta protagonista dando vida a una traficante de armas que vive en una
encrucijada, el cine posterior de Calparsoro no ha logrado nunca convencerme.
Ni Pasajes,
A
ciegas, Asfalto, Guerreros o Ausentes, lograron
prolongar la excitante carrera que su ópera prima prometía. Dedicado en los
últimos años al medio televisivo, INVASOR (este director siente
inclinación por los títulos compuestos por una sola palabra) supone su regreso
a la pantalla grande después de siete años, un thriller que toma como base literaria la novela homónima de
Fernando Marías y que tiene como trasfondo la Guerra de Irak.
Irak, 2004. En una
salida rutinaria, un capitán médico del ejército español, Pablo (Alberto Ammann), en misión humanitaria en Irak, y su
compañero Diego (Antonio de la
Torre), sufren un atentado cuando circulan por el desierto. Sin heridas de
consideración, abandonan el lugar y se refugian en una casa perdida, en donde
tiene lugar un enfrentamiento inesperado y salvaje con civiles iraquíes. Pablo mata
a dos hombres, pero cae gravemente herido y se ve afectado por una profunda
amnesia. Durante la convalecencia en su casa, junto a su mujer, Ángela (Inma Cuesta) y su hija, Pilar (Sofía Oria) va recuperando la memoria sobre lo ocurrido.
Pablo sospecha que le están ocultando información sobre las circunstancias del
atentado, y a pesar de la presión que ejercen sus altos mandos, se niega a
secundar la versión oficial, algo que agota la paciencia de Jesús (Karra Elejalde), un funcionario
que el Ministerio de Interior ha en enviado para presionarle, poniendo en
peligro con ello su seguridad y la de su familia.
Se adivina en Calparsoro su debilidad por
el cine de género, y si algo queda demostrado en INVASOR es su habilidad para rodar escenas de acción con firmeza y dinamismo (las escenas bélicas en el
comienzo de la película, la persecución de coches por las carreteras del centro
de La Coruña). Suele, además, rodearse de actores competentes (nadie en el
reparto desentona y todos rayan a un nivel aceptable), a los que en demasiadas
ocasiones se les obliga a estar por encima de guiones endebles, es lo que
ocurre en su nueva apuesta aunque el director se esfuerza en dotar a la función
de una factura pulcra y un esmerado acabado formal.
La película tiene un
aspecto visual imponente y una maravillosa luz atmosférica que confiere un tono
especial a las maravillosas localizaciones. También será fácil observar que el
cineasta no se siente tan cómodo a la hora de rodar las escenas más íntimas, aunque
su defensa admite lo lamentable de un libreto que escupe diálogos planos dentro
de un fatigoso esquematismo en donde forman pareja de baile el tópico y el
absurdo, y que tiene como mayor dislate el elemento conspiranóico. Hay voluntad
y hay medios (3 millones de euros no son moco de pavo en el cine español), el
comienzo es prometedor, con unos elaborados flhasbacks
que sirven para perfilar a los personajes y situar al espectador en las
entrañas del conflicto durante todo el metraje, lo mejor de un relato que en
determinado momento pierde la brújula.
No necesito conocer personalmente a
Daniel Calparsoro para saber que es un cineasta
que adora su oficio, una labor en la que influyen múltiples factores y para la
que se necesita asumir riesgos importantes y en la que todo resulta más fácil
si cuentas con un guión sólido. No es el caso, y aún así el mensaje del film
nos llega nítido, aunque también quede claro que el director barcelonés no
busca sesudas reflexiones sociopolíticas sobre el sinsentido de las guerras, las
víctimas inocentes, los daños colaterales y sus pavorosas secuelas, pero como
la mayor víctima de la guerra es la verdad, opta por centrarse en el tormento
del protagonista que arriesga su vida por intentar acercarse a ésta, siempre
envuelta en un magma de intereses bastardos
que convierten las vidas de unos hombres íntegros en marionetas.
He escrito
repetidamente sobre la influencia cardinal de la saga Bourne en el thriller de acción moderno, el director
de Ausentes
se hace eco de esta zumbona resonancia para diseñar la adrenalínica set piece
de la persecución de coches con una inusitada tensión y energía, una escena tan
contundente como la pelea cuerpo a cuerpo en la orilla del mar, lástima que en
favor del ritmo y la acción quede opacado un realismo más tangible, las
esencias de la dramaturgia. Porque si el
espectador empatiza con el protagonista en su esfuerzo por descubrir la verdad
en una peligrosa misión que le enfrenta a los poderes en la sombra (en donde
advertimos una notable influencia del thriller
político setentero al estilo de Alan J. Pakula) y sus siniestros esbirros (un
grotesco Karra Elejalde), también al espectador le cuesta asumir la
credibilidad de una función a la que penaliza la brusquedad y falta de rigor de
su tramo final, una resolución muy disparatada y peliculera.
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