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sábado, 4 de julio de 2020

LAS MEJORES PELÍCULAS DE CULTO: “MEGAN IS MISSING”


“MEGAN IS MISSING” êêê
DIRECTOR: Michael Goi.
INTÉRPRETE: Rachel Quinn, Amber Perkins, Jael Elizabeth Steinmeyer, Kara Wang, Brittany Hingle, Carolina Sabate, John Frazier.
GÉNERO: Terror / DURACIÓN: 86 minutos / PAÍS: EE. UU. / AÑO: 2011.


   Michael Goi, un director procedente de la televisión dirigiendo episodios de series como Pequeñas mentiras (2010), un medio al que regresó tras firmar la ópera prima que ocupa esta reseña, para posteriormente realizar en 2019 su segundo y fallido largometraje La posesión de Mary. Megan is Missing es una de esas películas de culto que cuenta con tantos defensores como detractores, tal vez por eso y sobre todo, por cómo funcionó el boca-oreja en las recomendaciones de los aficionados y la difusión de críticos no oficialistas y blogueros, se ha ganado con el tiempo un sitio en el altar de intocables para una legión de fieles devotos.


La película, narrada en formato found footage (metraje encontrado) nos advierte que la historia está basada en hechos reales (que a veces sólo es un anzuelo comercial) y sigue a Megan Stewart (Rachel Quinn) la clásica adolescente muy popular en el instituto que paga un alto precio por ser la más admirada. Tiene problemas en casa, pero los chicos acuden a ella como moscones tratándola como un objeto sexual y hacen todo lo posible por conseguir su presencia en las fiestas. Es todo lo opuesto a Amy (Amber Perkins) su mejor amiga, a quien cuida y protege. Ella es todo lo contrario, y por ello no goza de la simpatía del resto. Su mundo cambiará cuando Megan desaparezca tras haber quedado con un desconocido llamado Josh a través de internet.


Con un libreto escrito por el propio Michael Goi que lejos de moralinas lanza una severa advertencia sobre los peligros que pueden entrañar ciertas relaciones efímeras con desconocidos en internet (casi siempre con perfiles falsos) que ocultan sus verdaderas y crueles intenciones. La película comienza con una rápida presentación de los personajes a los que casi siempre vemos a través de una recopilación  de videollamadas y grabaciones en diferentes formatos y cortes con fundidos en negro que, de forma aleatoria, nunca dan pistas sobre lo que sucederá en la siguiente escena. Si bien, el recurso de falso documental está divido en tres tramos perfectamente diferenciados: una introducción con la relación de las dos amigas Megan y Amy y de estas con sus familias y el resto de colegas del instituto, un tramo intermedio con la desaparición de Megan y las pesquisas para encontrarla y un último tramo con los 22 terroríficos minutos tan comentados. 

   Con magníficos recursos fílmicos, además de la denuncia sobre los peligros de la red con multitud de depredadores al acecho, Megan is Missing también se impone como una crítica demoledora contra el periodismo sensacionalista que capta audiencia hurgando en la carroña y con recreaciones absolutamente groseras.


Tras la superficial mirada inicial sobre la rutina de unos adolescentes, el espectador se sumerge en la desaparición de Amy a través de los medios amarillistas, de su madre y amigos y sobre todo de Amy, que cuenta su relación con ella a través de un vídeodiario y visita los lugares dónde solían ir juntas. Es a partir de aquí cuando Goi se saca de la chistera su truco más impactante: dos fotografías aparecidas en la red en la que se puede ver a Megan en una especie de potro de torturas, sin efectos de sonido ni efectismos. Un perturbador punto de inflexión que dota de sentido a otros repulsivos momentos: la narración de una felación que Megan practico a un instructor cuando contaba con 10 años, la orgiástica fiesta regada con alcohol y drogas donde Amy es golpeada… Y es que, después de mostrarnos la vacía existencia de una juventud abonada al hedonismo y el exceso, asistimos a un bestial giro no por esperado menos impactante en su crudo realismo atmosférico. Un último tercio ambientado en unas lúgubres mazmorras que sirven de escenario para los manejos del sádico Josh, creando una angustia en el espectador que le mantiene en alerta, cada vez más incómodo observando la presumible tragedia con un poso amargo, pesimista y, finalmente, víctima de la impotencia y la devastación. 

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