domingo, 12 de julio de 2020

CRÍTICA: "ACOLYTES" (Jon Hewitt, 2008)


En lugar de Australia…
“ACOLYTES” êêê
DIRECTOR: Jon Hewitt.
INTÉRPRETE: Joel Edgerton, Michael Dorman, Sebastian Gregory, Hanna Mangan Lawrence, Joshua Payne.
GÉNERO: Terror / DURACIÓN: 81 minutos / PAÍS: Australia / AÑO: 2008.

   Ópera prima del director australiano Jon Hewitt que sólo ha realizado dos largometrajes más hasta la fecha, el thriller Una noche de venganza (2011) sobre dos mujeres cuyos destinos se cruzan en la oscura zona del sexo de la ciudad durante una noche que cambiará el resto de sus vidas; y la película de acción Turkey Shoot (2014) que no he visto al permanecer inédito su estreno en España en cualquier formato.


     Acolytes sitúa la acción en un solitario suburbio residencial y comienza con la desaparición de una chica llamada Tanya (Holly Baldwin). La tranquilidad del lugar es muy engañosa, además de la joven desaparecida, dos adolescentes, Mark y James (Sebastian Gregory y Joshua Payne) planean el asesinato del matón del barrio que les hace la vida imposible. Sin embargo, mientras buscan la forma de acabar con su maltratador, encuentran el cadáver de una turista canadiense asesinada en el bosque, y así, los dos chicos y la novia de Mark, Chasely (Hanna Megan Lawrence) se verán involucrados en una terrorífica situación que no habían previsto.

   
   Antes de bifurcarse por siniestros senderos, Acolytes comienza relatando la tediosa vida de tres adolescentes en una anodina zona residencial de algún lugar perdido de Australia, el aburrimiento que preside sus vidas se verá alterado por ciertos acontecimientos y una atmósfera enrarecida que se va tornando más peligrosa a medida que avanzan sus pesquisas tratando de seguir el rastro del autor del asesinato de una turista y al mismo tiempo ideando cómo deshacerse del macarra que abusó de ellos cuando eran niños. Acolytes, que obtuvo los premios a la Mejor Película, Fotografía y Actor (Joel Edgerton) en el Festival de Melbourne, se impone como un film multirreferencial y estiloso que sirve a Jon Hewitt para armar un perverso universo con una intrincada arquitectura narrativa y un atractivo look visual. Algo a lo que contribuye el paisaje sombrío y desértico tanto urbano como campestre, pues oscilando entre el siempre amenazante bosque y el barrio residencial se crea una perfecta ambientación para una exhibición de atrocidades. Hewitt logra mantener la tensión saltando de diferentes escenarios para desarrollar la acción que alterna con sórdidos flash backs sobre el brutal suceso que traumatizó a los dos amigos cuando eran niños y por el que ansían vengarse.


   Al espectador se le hace difícil empatizar con ningún personaje, pues al descerebrado trío de adolescentes protagonistas se le une un depredador psicópata sexual y un asesino en serie convencional al que da vida de forma eficaz Joel Edgerton. Es cierto que no parece probable que en una localidad con tan poca densidad de población puedan existir tantos criminales perturbados, pero recordemos que Australia es un inmenso continente rebosante de misterios y leyendas. 


   Con vistosos recursos técnicos, Hewitt  mantiene un potente equilibrio entre las formas clásicas y la innovación, sin abusa de los efectos de sonido y da valor a  una luminosa fotografía de David Franzke en la que domina el blanco y los tonos azulados para fusionar el elemento bucólico con la desolación del entorno, y unos cielos rebosantes de nubes que amenazan tormenta. El largo clímax final confiere luz a los retruécanos de un misterio que comienza con una chica magullada que es perseguida por el interior del bosque. Como siempre, la verdad es dolorosa y nadie es inocente.


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