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viernes, 12 de junio de 2020

"EL FUEGO FATUO" (Louis Malle, 1963), UNA DE LAS PELÍCULAS DE MI VIDA


Alain Leroy dice adiós y deja un hermoso cadáver
“EL FUEGO FATUO” êêêêê
DIRECTOR: Louis Malle.
INTÉRPRETES: Maurice Ronet, Léna Skerla, Jeanne Moreau, Yvonne Clech, Hubert Deschamps, Jean-Paul Moulinot, Mona Dol.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 110 minutos / PAÍS: EE. UU. / AÑO: 1963

     
   El director francés Louis Malle (Thumeries, 1932 - California, 1995) cuenta en su filmografía con un ramillete de obras maestras que continúan siendo motivo de análisis y revisiones por parte del aficionado más cinéfilo. Malle trabajó junto a Jacques-Yves Cousteau en el documental El mundo en silencio (1956) y posteriormente con Robert Bresson en Un condenado ha muerte se ha escapado (1956) quedando impresionado por la dirección de actores de Bresson con intérpretes no profesionales. Nunca perteneció a la Nouvelle Vague, desarrollando su carrera en paralelo con el movimiento según sus propias inquietudes. Entre sus obras más destacadas figuran Ascensor para el cadalso (1958) que realizó con sólo 25 años, El soplo al corazón (1971), Lacombe Lucien (1974), Adiós, muchachos (1987), Milou en mayo (1990), y la que es para mí su más grande obra maestra, El Fuego Fatuo, basada en la novela corta homónima de Pierre Drieu La Rochelle.


    El Fuego Fatuo sigue a Alain Leroy (Maurice Ronet) un hombre que, a pesar de que vive en Nueva York con su mujer, se ha sometido a un tratamiento de desintoxicación alcohólica en una clínica privada de Versalles. Pero Leroy no disfruta como antes de su existencia, se encuentra abatido y sin esperanza, por lo que toma la decisión de suicidarse. Antes de llevar a cabo esa determinación, decide visitar a sus viejos amigos de París. Motivado por un espíritu crítico, se siente incapaz de encontrar algo con lo que llenar su vacío, cada encuentro resulta decepcionante para él. Sus viejas amistades se han vuelto conformistas, han abandonado sus sueños por la comodidad burguesa, convirtiéndose a sus ojos en seres mediocres, o peor, en diletantes que han perdido el contacto con la realidad.

  
   Según el diccionario de la RAE fuego fatuo es “una llama pequeña que se forma a poca distancia del suelo por inflamación de ciertas materias que se elevan de las sustancias animales o vegetales en putrefacción”. Lo primero que se me hace necesario subrayar es que el título no puede ser más bello y acertado tanto para la obra literaria como para la película que toma el texto como base para su andamiaje narrativo. Alain Leroy ya no se encuentra a gusto en su cuerpo ni su espíritu pertenece ya a este mundo. Con 30 años, la juventud y sus juergas con los amigos se perdieron en la noche de los tiempos, nada queda de aquella lozanía y vitalidad, de los sueños que les hacían sentirse los mejores. Sólo queda el recuerdo varado en los meandros de la memoria cuando ya no encuentras sentido a nada, cuando te invade un inabarcable vacío existencial y no hallas ningún motivo para seguir adelante ni tus ideas encuentran un refugio donde poder respirar y resonar. El Fuego Fatuo es una película incómoda, dolorosa, un magistral estudio sobre la putrefacción de un alma carente ya de estímulos y emociones, la afilada descripción de un ser aburrido, pesimista y apático sin ninguna meta ni nada por lo que merezca la pena luchar. Louis Malle nos obliga a seguir de forma impenitente a Alain Leroy (un superlativo Maurice Ronet) en su adiós a personas y lugares, a unos amigos con una vida decadente y aburguesada, que ahora viven sin la máscara de los ideales, tan vulgares y lejanos que ya no puede tocarlos, tal vez porque le atenaza el prematuro rigor mortis de un cadáver en los últimos ritos de la agonía.


   Con un tono elegíaco, una gélida y bellísima fotografía en blanco y negro de Ghislain Cloquet que nos regala unos largos y hermosos travellings y una melancólica música para piano solo de Erik Satie, la cámara envuelve a los personajes y los mima para que el espectador sienta de forma cercana su hálito, dotando al relato de un crudo realismo con el que Malle nos sumerge en la patología que aqueja a Alain, un ex alcohólico que sabe que ya no importa esa primera copa salvo para hacer más diáfana la débil luz de su clarividencia en el tenebre purgatorio. Sin coartadas morales, románticas, idealistas o sensibleras, sin culpables ni responsables, el director acierta al proyectar las aristas punzantes de la desolación de Alain cuando comprueba que todo le es ajeno, y como era de suponer, tampoco encuentra el ánimo y el apoyo entre sus viejos amigos, que muestran desinterés, frialdad, y se engañan con pequeñas mentiras para seguir viviendo una existencia vulgar bajo la esclavitud de su banal rutina. 


   El Fuego Fatuo describe con la precisión de un entomólogo el itinerario de un hombre que busca un asidero y no lo encuentra. Todos niegan a Leroy y lo que representa, el ayer, como el amor, se perdió tras las brumas de la tristeza, y su condena es poseer la lucidez suficiente para aceptar su derrota. El cañón de la Luger apunta al corazón de Alain, se oye un disparo y sobreimpresionado sobre su rostro inerte leemos su desgarrador epitafio: “Me suicido porque no me quisisteis, porque no os quise. Me suicido porque nuestras relaciones fueron cobardes, para estrecharlas. Dejaré sobre vosotros una mancha indeleble”. Obra maestra redonda, total y absoluta.


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