Viaje al origen de una mente perturbada
“MY FRIEND DAHMER” êêê
DIRECTOR: MARC MEYERS.
INTÉRPRETES: ROSS LYNCH, ALEX
WOLFF, VINCENT KARTHEISER, ANNE HECHE, DALLAS ROBERTS, MILIES ROBBINS.
GÉNERO: DRAMA / EE.UU. / 2017 / DURACIÓN: 107 MINUTOS.
El director estadounidense Marc Meyers debuta en el año 2010 con el drama Harvest, film que no he tenido la oportunidad de ver y que narra la reunión veraniega en una hermosa ciudad costera de tres generaciones con su patriarca. En 2015 se situó de nuevo detrás de la cámara para dirigir el drama romántico escrito por él mismo How He Fell in Love, film del que ni siquiera tengo referencia alguna. No obstante, su nombre comenzará a sonar con su última apuesta, My Friend Dahmer, que adaptando la novela gráfica de Derf Backderf (compañero de instituto de Dahmer e interpretado por Alex Wolff) narra las correrías adolescentes de Jeffrey Dahmer, el famoso asesino en serie conocido como El caníbal de Milwaukee, que mató a 17 personas y practicó la necrofilia, el canibalismo y otras guarrerías con algunas de sus víctimas.
Jeff
Dahmer (Ross Lynch) es un adolescente fuera de lugar luchando por
sobrevivir en la escuela secundaria con una vida familiar en ruinas. Recoge de
las carreteras animales atropellados, se siente secretamente atraído por un
tipo que practica running por su barrio y se enfrenta a su inestable madre y su
bien intencionado padre. Pronto comienza a portarse mal en el instituto y sus
estúpidas gamberradas ganan adeptos hasta formar una banda llamada The Dahmer
Fan Club, dirigida por Derf Backderf. Pero esta camaradería no puede ocultar su
creciente depravación. Al acercarse a la graduación, Jeff se mueve en espiral hacia
la pérdida de control, acercándose cada vez más a la locura.
No es la primera vez que la figura de
Jeffrey Dahmer salta a la gran pantalla, y se hace necesario recordar la
infravalorada Dahmer (David Jacobson, 2002) que sirvió a un casi desconocido Jeremy
Renner como trampolín a la fama con una actuación destacable en un relato que
merece una reposada revisión. También recuerdo haber visto un curioso
documental experimental titulado The
Jeffrey Dahmer Files (Chris James Thompson, 2012). Marc Meyers logra un perturbador retrato previo del Carnicero de
Milwaukee consiguiendo algo inaudito: provocar la inquietud e incluso el horror
conectando empáticamente al público con el incipiente psicópata, un mérito que
es en gran parte atribuible al gran esfuerzo interpretativo de Ross Lynch, que
proyecta un magnetismo constante sin difuminar la abominable realidad.
Meyers estructura la película sobre tres ejes
fundamentales de la vida adolescente de Dahmer para trazar su perfil
psicológico y tratar de arrojar algo de luz sobre su fatal desvarío intentando
mostrar cómo el infame asesino en ciernes reprimía sus deseos: el primer foco
de atención lo pone en el ámbito doméstico, con las tensiones que se vive en su
casa con unos padres que no se soportan, que están siempre riñendo y cuyo
fracasado matrimonio terminará en divorcio; el segundo punto de interés de
Meyers es el instituto, en donde a base de payasadas sin pizca de gracia
consigue artificiosamente romper su carácter solitario y asocial hasta que sus
desequilibrios mentales le llevan a profundizar en el lado macabro de la
existencia; y finalmente sus vagabundeos en solitario, en donde le vemos
recogiendo de las carreteras animales muertos con los que experimenta
metiéndolos en ácido (su padre era químico y Jeff montó en el jardín su espeluznante
laboratorio) o abrirlos en canal para ver qué tienen dentro.
Asistimos así al progresivo deterioro de
una mente enferma en un entorno que obliga al protagonista a reprimir sus
emociones y deseos (su labor de espionaje del corredor por el que siente una
irresistible atracción sexual, sus impulsivas masturbaciones), una dolorosa
autocastración sentimental que en la trama resulta reiterativa como queriendo
poner énfasis en un aspecto de la personalidad del protagonista que marcaría su
terrorífico proceder posterior.
Se hace necesario insistir en la modélica
y por momentos estremecedora interpretación del antiguo chico Disney Ross
Lynch, capaz de dotar de registros desasosegantes a su personaje (sus
silencios, su mirada torva, su encorvado caminar), marcando de manera
realista las pautas de su degeneración psíquica y sus tormentos, que en algunos
momentos alcanza cotas conmovedoras (la escena en el centro comercial). Meyers y Lynch logran que Dahmer resulte
más amenazante por lo que esconde que por lo que muestra, pues es en las tinieblas
interiores donde la bestia va depositando el veneno, y es la génesis de su
existencia lo que Meyers explora para intentar comprender -sin justificar- el
tenebroso laberinto de su mente ofuscada. Esperamos grandes cosas de este
director.
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