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lunes, 19 de febrero de 2018

CRÍTICA: "LA FORMA DEL AGUA" (Guillermo del Toro, 2017)

Una loa de amor a lo diferente
LA FORMA DEL AGUAêêêê
DIRECTOR: GUILLERMO DEL TORO.
INTÉRPRETES: SALLY HAWKINS, MICHAEL SHANON, RICHARD JENKINS, OCTAVIA SPENCER, DOUG JONES.
GÉNERO: FANTÁSTICO / EE.UU. / 2017 / DURACIÓN: 119 MINUTOS.
      

    Guillermo del Toro atesora una filmografía envidiable desde que debutara en 1993 con Cronos, relato influenciado por la productora Hammer con toques de realismo mágico. El cineasta mexicano ama nuestro país, aquí rodó El espinazo del diablo (2001), película ambientada poco después de terminada la Guerra Civil Española y que nos narra cómo la vida de un orfanato se ve alterada con la llegada de un niño que se ve acechado por un fantasma. También rodó en España El laberinto del fauno (2006), que de nuevo con el trasfondo de la posguerra, sigue a un niño cuyo padre es un cruel capitán del ejército franquista y que se encontrará con las ruinas de un laberinto en el que se topará con un fauno que le hace una sorprendente revelación. Más flojas me resultaron Blade II (2002), Pacific Rim (2013) y La cumbre escarlata (2015), aunque me resultaron muy entretenidas Hellboy (2004) y su secuela Hellboy 2: El ejército dorado (2008).
    

    Son muchos los críticos y espectadores que afirman que Del Toro ha firmado con La forma del agua su obra maestra, si se tiene la oportunidad de disfrutarla en cine, se darán cuenta de que es una película magnífica, aunque a mí El laberinto del fauno me sigue pareciendo mejor y creo que su gran obra maestra está aún por llegar. La acción de la película nos sitúa en 1963 y nos presenta a Elisa (Sally Hawkins) una mujer muda que trabaja como limpiadora en el laboratorio de un centro de investigación aeroespacial en plena Guerra Fría. Es allí donde iniciará una relación sentimental con un hombre anfibio (Doug Jones) que está ahí recluido.
     

   El universo de Guillermo del Toro es plenamente reconocible para cualquier aficionado, tanto es así que sus fans somos muy conscientes de que siempre sentiremos una fuerte simbiosis con lo que sucede en la pantalla, un indestructible cordón umbilical que va a hacer identificable nuestros anhelos con las ensoñaciones surgidas de la desbordante imaginación del director mexicano. Así, en su cine encontramos siempre parajes dominados por la tristeza, el dolor y la desesperación que finalmente se ven iluminados por un halo de lirismo y esperanza. La forma del agua no es sólo una película destinada a los aficionados al fantástico (que creen con razón que lo irreal forma parte inherente de la magia del cine), también es una buena historia para todos los espectadores sensibles que piensan que la ternura, la compasión y el amor son irremplazables para dotar de sentido y humanidad nuestra propia existencia.
      

    Del Toro ama el cine y disfruta con su trabajo, es por eso que los que le admiramos tenemos la convicción de que nunca será un mercader de la industria, y dará igual que trabaje con presupuestos holgados o de guerrilla. En La forma del agua denota una vez más su fascinación por H. P. Lovecraft, los márgenes del deseo y las extrañas criaturas como piezas asombrosas del engranaje de un mundo en continua colisión. Con el eco claramente audible de clásicos como La bella y la bestia, La mujer y el monstruo y La novia de Frankenstein, un fastuoso diseño de producción, una iluminación prodigiosa y una exquisita ambientación, Del Toro conforma la arquitectura de una fábula rebosante de romanticismo (también de maldad) pero cuyo mayor aliciente es el sublime nivel interpretativo de todo el elenco, con la cándida, enamoradiza y soñadora Elisa a la que encarna de manera superlativa Sally Hawkins, cuyo romance con el hombre pez dará sentido a su rutinaria vida laboral, personal e íntima de masturbaciones en la bañera y sueños estériles en compañía de su vecino, el viejo artista homosexual al que encarna maravillosamente Richard Jenkins.
      

    Y está Octavia Spencer como la compañera afroamericana protectora de Elisa, harta de su matrimonio con un marido vago y machista. Pero el círculo de buenos trabajos actorales lo cierra Michael Shanon como el villano de la función, un siniestro y cruel ex militar que fue quien capturó a la criatura submarina (eficaz trabajo de Doug Jones) y que guarda horribles planes para ella. Con una extraordinaria partitura de Alexandre Desplat que se acopla como un guante a la extenuante belleza de las imágenes y se encumbra por encima de una notable narración pero cuya esencia argumental se nos antoja poco original. El mensaje sobre la soledad, marginación y maltrato que sufren los que son de diferente condición llega nítido, que los monstruos somos nosotros también, pero nunca nos lo habían contado de una manera tan cautivadora y hermosa.


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