“LA FORMA DEL
AGUA” êêêê
DIRECTOR: GUILLERMO
DEL TORO.
INTÉRPRETES: SALLY
HAWKINS, MICHAEL SHANON, RICHARD JENKINS, OCTAVIA SPENCER, DOUG JONES.
GÉNERO: FANTÁSTICO / EE.UU. / 2017 / DURACIÓN: 119
MINUTOS.
Guillermo del Toro atesora una
filmografía envidiable desde que debutara en 1993 con Cronos, relato
influenciado por la productora Hammer con toques de realismo mágico. El
cineasta mexicano ama nuestro país, aquí rodó El espinazo del diablo
(2001), película ambientada poco después de terminada la Guerra Civil Española
y que nos narra cómo la vida de un orfanato se ve alterada con la llegada de un
niño que se ve acechado por un fantasma. También rodó en España El
laberinto del fauno (2006), que de nuevo con el trasfondo de la
posguerra, sigue a un niño cuyo padre es un cruel capitán del ejército
franquista y que se encontrará con las ruinas de un laberinto en el que se
topará con un fauno que le hace una sorprendente revelación. Más flojas me
resultaron Blade II (2002), Pacific Rim (2013) y La
cumbre escarlata (2015), aunque me resultaron muy entretenidas Hellboy
(2004) y su secuela Hellboy 2: El ejército dorado (2008).
Son muchos los críticos y espectadores que
afirman que Del Toro ha firmado con La forma del agua su obra maestra,
si se tiene la oportunidad de disfrutarla en cine, se darán cuenta de que es una
película magnífica, aunque a mí El laberinto del fauno me sigue
pareciendo mejor y creo que su gran obra maestra está aún por llegar. La acción
de la película nos sitúa en 1963 y nos presenta a Elisa (Sally Hawkins) una mujer muda que trabaja como limpiadora en
el laboratorio de un centro de investigación aeroespacial en plena Guerra Fría.
Es allí donde iniciará una relación sentimental con un hombre anfibio (Doug
Jones) que está ahí recluido.
El universo de Guillermo del Toro es
plenamente reconocible para cualquier aficionado, tanto es así que sus fans
somos muy conscientes de que siempre sentiremos una fuerte simbiosis con lo que
sucede en la pantalla, un indestructible cordón umbilical que va a hacer
identificable nuestros anhelos con las ensoñaciones surgidas de la desbordante
imaginación del director mexicano. Así, en su cine encontramos siempre parajes
dominados por la tristeza, el dolor y la desesperación que finalmente se ven
iluminados por un halo de lirismo y esperanza. La forma del agua no es
sólo una película destinada a los aficionados al fantástico (que creen con
razón que lo irreal forma parte inherente de la magia del cine), también es una
buena historia para todos los espectadores sensibles que piensan que la
ternura, la compasión y el amor son irremplazables para dotar de sentido y
humanidad nuestra propia existencia.
Del Toro ama el cine y disfruta con su
trabajo, es por eso que los que le admiramos tenemos la convicción de que nunca
será un mercader de la industria, y dará igual que trabaje con presupuestos
holgados o de guerrilla. En La forma del agua denota una vez más su
fascinación por H. P. Lovecraft, los márgenes del deseo y las extrañas
criaturas como piezas asombrosas del engranaje de un mundo en continua
colisión. Con el eco claramente audible de clásicos como La bella y la bestia, La
mujer y el monstruo y La novia de
Frankenstein, un fastuoso diseño de producción, una iluminación prodigiosa
y una exquisita ambientación, Del
Toro conforma la arquitectura de una fábula rebosante de romanticismo
(también de maldad) pero cuyo mayor aliciente es el sublime nivel interpretativo
de todo el elenco, con la cándida, enamoradiza y soñadora Elisa a la que
encarna de manera superlativa Sally Hawkins, cuyo romance con el hombre pez
dará sentido a su rutinaria vida laboral, personal e íntima de masturbaciones
en la bañera y sueños estériles en compañía de su vecino, el viejo artista
homosexual al que encarna maravillosamente Richard Jenkins.
Y está Octavia
Spencer como la compañera afroamericana protectora de Elisa, harta de su
matrimonio con un marido vago y machista. Pero el círculo de buenos trabajos
actorales lo cierra Michael Shanon como el villano de la función, un siniestro
y cruel ex militar que fue quien capturó a la criatura submarina (eficaz
trabajo de Doug Jones) y que guarda horribles planes para ella. Con una extraordinaria partitura de
Alexandre Desplat que se acopla como un guante a la extenuante belleza de las
imágenes y se encumbra por encima de una notable narración pero cuya esencia
argumental se nos antoja poco original. El mensaje sobre la soledad,
marginación y maltrato que sufren los que son de diferente condición llega
nítido, que los monstruos somos nosotros también, pero nunca nos lo habían
contado de una manera tan cautivadora y hermosa.
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