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lunes, 24 de abril de 2017

CRÍTICA: “JOHN WICK: PACTO DE SANGRE” (John Stahelski, 2017)


JOHN WICK: PACTO DE SANGREêêê
    
    
    El director de estos artefactos, Chad Stahelski, es un conocido especialista de cine. De hecho, fue quien sustituyó a Brandon Lee durante el rodaje de El Cuervo (1994) cuando un desgraciado accidente acabó con la vida del actor y se decidió continuar con el rodaje. Ha trabajado en infinidad de películas como especialista, coordinador de dobles y realizador de segunda unidad. El binomio que ahora forma con Keanu Reeves en esta franquicia se fraguó hace ya tiempo cuando Stahelski actuó de doble del intérprete en películas como Matrix y Constantine.


     Como la primera entrega, que estuvo codirigida junto con David Leitch y titulada John Wick: Otro día para matar, esta secuela es otro menú con ensalada de tiros y hostias que comienza donde lo dejó la primera: El legendario asesino John Wick (Keanu Reeves) se ve obligado a salir de su retiro por un exsocio que planea obtener el control de un misterioso grupo de asesinos. Obligado a ayudarlo por un juramento de sangre, John emprende un viaje a Roma con la firme intención cumplir la deuda y enfrentarse a los más peligrosos asesinos del mundo.
  
   
   Diluido el factor sorpresa del film seminal, por John Wick: Pacto de sangre sobrevuela una pegajosa sensación de déjà vu que no será perceptible para los espectadores que no tuvieron la oportunidad de ver la película original (que ni siquiera se llegó a estrenar en las salas de nuestro país), pero para los  que si la vimos, set pieces como la de la discoteca de Roma nos ha hecho evocar una secuencia muy parecida que formaba parte de aquella. Con su mujer fallecida por causas naturales, toda la violenta odisea que Wick emprende en la primera entrega se resume en la devastadora venganza del implacable asesino de quienes le robaron su preciado coche y mataron a su perro.


     Aquí se cambia de escenario y por fin recupera su auto, aunque de nada le servirá porque lo dejará para el desguace, pero el estilo, la parquedad de diálogos y la atmósfera se mantienen en un relato en el que se hace imposible hacer un recuento de cadáveres. Un patrón conceptual que es el santo y seña de esta saga: diálogos cortos y directos sin momentos para la reflexión, infinitos disparos a bocajarro, una persecución tras otra (atención a la que se produce en unas  catacumbas) y la venganza como única lógica.
  

     Enmarcada dentro del cine de acción pura y dura, Stahelski  y su guionista Derek Kolstad visitan lugares comunes del género con esa máxima que dice que los códigos secretos del sindicato de asesinos son tan sagrados como el amor evocador de Wick a su desaparecida mujer, la única razón por la que dejó atrás un pasado de violencia y perdición; lugares comunes en donde la traición se paga cara y las cuitas se resuelven a tiro limpio. En el film también nos encontramos a una red de mendigos (cuyo líder es Laurence Fishburne) que esconden un poder secreto en la sombra y que ayudarán a John Wick (tan nihilista, solitario, melancólico y autodestructivo como siempre) cuando un contrato de siete millones de dólares pongan precio a su cabeza y miles de asesinos de cualquier pelaje le tengan en el punto de mira.

    
    Y el invento, a pesar de lo ridículo y excesivo de la propuesta, funciona. Sin dar ningún respiro al espectador y como si de un frenético videojuego se tratara desarrolla una acción muy física, visceral y con algunas briznas de humor que son como un bálsamo entre tanta muerte a quemarropa. A destacar esa escena del tiroteo con silenciador en la escalera mecánica del metro, en la que Wick se enfrenta a Cassian, el guardaespaldas de Gianna D´Antonio, un sibilino tiroteo que pasa desapercibido para los transeúntes que les rodean.   

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