“JOHN WICK: PACTO DE SANGRE” êêê
El
director de estos artefactos, Chad
Stahelski, es un conocido especialista de cine. De hecho, fue quien sustituyó a
Brandon Lee durante el rodaje de El Cuervo (1994) cuando un
desgraciado accidente acabó con la vida del actor y se decidió continuar con el
rodaje. Ha trabajado en infinidad de películas como especialista, coordinador
de dobles y realizador de segunda unidad. El binomio que ahora forma con Keanu
Reeves en esta franquicia se fraguó hace ya tiempo cuando Stahelski actuó de doble
del intérprete en películas como Matrix y Constantine.
Como la primera entrega, que estuvo codirigida junto con David Leitch y titulada John Wick: Otro día para matar, esta
secuela es otro menú con ensalada de tiros y hostias que comienza donde lo dejó
la primera: El legendario asesino John
Wick (Keanu Reeves) se ve obligado a
salir de su retiro por un exsocio que planea obtener el control de un
misterioso grupo de asesinos. Obligado a ayudarlo por un juramento de sangre,
John emprende un viaje a Roma con la firme intención cumplir la deuda y enfrentarse
a los más peligrosos asesinos del mundo.
Diluido el factor sorpresa del film
seminal, por John Wick: Pacto de sangre sobrevuela una pegajosa sensación de
déjà vu que no será perceptible para los espectadores que no tuvieron la
oportunidad de ver la película original (que ni siquiera se llegó a estrenar en
las salas de nuestro país), pero para los
que si la vimos, set pieces como la de la discoteca de Roma nos ha hecho
evocar una secuencia muy parecida que formaba parte de aquella. Con su mujer
fallecida por causas naturales, toda la violenta odisea que Wick emprende en la
primera entrega se resume en la devastadora venganza del implacable asesino de
quienes le robaron su preciado coche y mataron a su perro.
Aquí
se cambia de escenario y por fin recupera su auto, aunque de nada le servirá
porque lo dejará para el desguace, pero el estilo, la parquedad de diálogos y
la atmósfera se mantienen en un relato en el que se hace imposible hacer un
recuento de cadáveres. Un patrón conceptual que es el santo y seña de esta
saga: diálogos cortos y directos sin momentos para la reflexión, infinitos disparos a
bocajarro, una persecución tras otra (atención a la que se produce en unas catacumbas) y la venganza como única lógica.
Enmarcada dentro del cine de acción pura y
dura, Stahelski y su guionista Derek
Kolstad visitan lugares comunes del género con esa máxima que dice que los
códigos secretos del sindicato de asesinos son tan sagrados como el amor
evocador de Wick a su desaparecida mujer, la única razón por la que dejó atrás un
pasado de violencia y perdición; lugares comunes en donde la traición se paga
cara y las cuitas se resuelven a tiro limpio. En el film también nos
encontramos a una red de mendigos (cuyo líder es Laurence Fishburne) que
esconden un poder secreto en la sombra y que ayudarán a John Wick (tan
nihilista, solitario, melancólico y autodestructivo como siempre) cuando un
contrato de siete millones de dólares pongan precio a su cabeza y miles de
asesinos de cualquier pelaje le tengan en el punto de mira.
Y el
invento, a pesar de lo ridículo y excesivo de la propuesta, funciona. Sin dar
ningún respiro al espectador y como si de un frenético videojuego se tratara
desarrolla una acción muy física, visceral y con algunas briznas de humor que
son como un bálsamo entre tanta muerte a quemarropa. A destacar esa escena del
tiroteo con silenciador en la escalera mecánica del metro, en la que Wick se
enfrenta a Cassian, el guardaespaldas de Gianna D´Antonio, un sibilino tiroteo
que pasa desapercibido para los transeúntes que les rodean.
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