“GHOST IN THE SHELL” êêê
Se hace necesario comenzar
aclarando que el subgénero conocido como ciberpunk (o cyberpunk) trata sobre un
concepto definido en la ciencia ficción por su enfoque de un futuro distópico
con alta tecnología y baja calidad de vida. Toma su nombre de la fusión de
cibernética y punk, mezcla de ciencia avanzada, como la informática y la
cibernética, con algún grado de desintegración o cambio radical en el orden
social y cultural. Fue el editor de ciencia ficción Gartner Dozois el que
popularizó el término que inmediatamente adoptaron escritores del género como
William Gibson (uno de mis favoritos), pero fue Bruce Bethke quien primeramente
lo acuñó en su relato corto “Cyberpunk”.
En el cine, a pesar de que
hubo una atractiva aproximación de
Jean-Luc Godard en su film de culto Alphaville (1965), es la mítica Blade
Runner
(Ridley Scott, 1982) la cinta que da el pistoletazo de salida a este subgénero
en el cine, un film que recordemos estaba inspirado en la novela de Philip K.
Dick ¿Sueñan los androides con ovejas
eléctricas? Otras películas como Terminator (James Cameron, 1984), Robocop
(Paul Verhoeven, 1985), Matrix (Hermanas Wachowski, 1999) y Minority
Report
(Steven Spielberg, 2002) han ayudado con gran acierto a cimentar esta corriente
dentro del Séptimo Arte.
Primero fue el magistral manga Ghost in the Shell creado por Masamune
Shirow en 1989, y después fue la no menos excelente adaptación animada dirigida
por Mamoru Oshii en 1995, un magnífico anime que tuvo también una espléndida
secuela titulada Ghost in the Shell: Innocence (2004), por supuesto muy
superiores a este reebot firmado por Rupert
Sanders (Blancanieves y la leyenda del cazador). La historia es muy
conocida: En Japón, en un futuro distópico, Meera (Scarlett Johansson), también conocida como The Major, es un cyborg-humano que
lidera un grupo de élite que trabaja en operaciones especiales para la Sección
9, al frente de la cual está Aramaki
(Takeshi Kitano). Consagrada a detener a los extremistas y criminales más
peligrosos, su mejor aliado es Batou
(Pilou Asbaek) un ex militar fuerte como una roca. The Major y su grupo tendrán
que lidiar con un fanático hacker cuyo
objetivo es acabar con los avances de Hanka Robotic en la tecnología
cibernética… pero no todo es como parece.
Si pasamos por alto, esta vez sí, un
argumento flojito derivado de un guión lineal que sigue más o menos las pautas
del anime original de 1995 (cima sólo alcanzada por la anterior y sublime Akira,
1988, obra cumbre del cyberpunk dirigida por Katsuhiro Ôtomo) podemos
manifestar sin ningún complejo que Ghos in the Shell resulta fascinante
por su evocación de una época, porque es en las sensaciones y en el poder
hipnótico de su cuidado look visual donde el espectador encontrará el confort,
el aroma, las volutas nostálgicas y el romanticismo de una bellísima cyborg que
tiene como mayor aventura encontrarse a sí misma dentro de un cuerpo tan
postizo como extraño.
Haciendo uso
de un esteticismo alucinante, Rupert Sanders recrea con un magnetismo extasiante
y gran percepción sensitiva la pulsión de una sociedad distópica en donde la
sordidez se mezcla con la fría asepsia tecnológica, el fulgor de un futuro
inquietante con la miseria y la esclavitud de la fusión de humanos y cyborgs que,
con la memoria manipulada o arrasada,
son utilizados para salvaguardar los intereses de las grandes corporaciones.
Porque ya se sabe que si la memoria
pervive siempre puede existir un camino para la revolución. Pero es Scarlett
Johansson quien se eleva como el alma de la función, desplegando un gran
abanico de matices tanto en las set pieces de acción como en las secuencias
intimistas en las que su cerebro se debate entre los dilemas existenciales
derivados de su pasado, sus recuerdos y su verdadera identidad. La actriz
neoyorquina de 32 años brilla en un relato de una belleza plástica a la vez
hermosa, extraña y artificial, en donde se le hace farragoso descifrar la
realidad debido a sus continuos cortocircuitos cerebrales.
Es todo un espectáculo
para los aficionados al género sumergirse en la urbe cosmopolita de Tokio, y entre
los destellos de las luces de neón y callejones oscuros y sucios atestados de
perros hambrientos, se dejará llevar por una heroína en su desnudez tamizada por
su piel térmica que le otorga el poder de la invisibilidad. Ghost in the Shell nos obliga a
preguntarnos por los riesgos de la Inteligencia Artificial, y sobre todo por el
precio de la inmortalidad a través de ella. Un artefacto digno y entretenido.
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