Tengo debilidad por Tony Scott (que desgraciadamente se suicidó el 28 de marzo de 2007 en Roma a los 85 años) y me mosquea mucho cuando oigo y leo que es el hermano malo o menos listo de
Ridley, porque NO es cierto. Cuando ha contado, como su hermano mayor, con la
base de unos buenos libretos, con historias interesantes, competentes repartos
y contrastados equipos técnicos, ha demostrado estar a la altura
(es el caso de Revenge, El último Boy Scout, Amor a quemarropa, Marea Roja o su mejor película hasta
la fecha, la magistral El fuego de la
venganza) y en bastantes ocasiones, superando el listón de tantas
películas mediocres filmadas por Ridley. Lo que sí comparten los dos hermanos
es el gusto por la estética, el impacto de un bello look visual y, Tony
mucho más que Ridley, cierta capacidad inventiva para regalarnos planos y
angulaciones imposibles, utilizando todas las técnicas de filmación a su
alcance y un nervio que marca las pautas del relato sin que nunca decaiga su
ritmo frenético.
Domino nos narra la historia (o
leyenda) de Domino Harvey (Keira Knightley) que a pesar de haber
nacido en el seno de un hogar confortable formado por un padre famoso, el galán
británico Laurence Harvey (uno de los protagonistas de El mensajero del miedo que aparece
en la televisión varias veces durante la película) y una sofisticada modelo de
Vogue, Paulene Stone (Jaqueline Bisset en el film) no le motiva
nada seguir la estela de sus progenitores, con su ambiente pijo, acomodado y
elegante. Ella quiere ser cazarrecompensas, para ello realiza un curso,
abandona el lujo y el glamour de Hollywood, las pasarelas y las poses
impostadas y se traslada a California, donde, acompañada de sus colegas
justicieros, el rudo líder del grupo Ed Mosbey (Mickey Rourke),
el expresidiario enamorado de Domino, Choco
(Edgar Ramirez) y el experto en explosivos Alf (Rizwan Abbasil), se
convence de que su vocación y su destino se encuentra entre mercenarios y
asesinos, para atrapar a aquellos que la justicia no ha podido meter entre
rejas. Así, llegan a convertirse en los cazadores de recompensas más
importantes de Los Ángeles, tanto es así que serán los protagonistas de su propio
reality show “Bounty Squad”. Mientras, el FBI y la Mafia siguen
sus pasos.
Supongo que les llegaron noticias de que una parte de la crítica “especializada” ha vapuleado esta última maravilla de Tony Scott. Que les den, ni caso, sólo unos pocos conseguiremos, si nos lo proponemos, coronarla como una película de culto desde el mismo momento de su estreno. Basada en una historia real y, por tanto, en formato de -¿falso?- biopic que sigue la vida de la protagonista que da título al film, con guión del cualificado Richard Kelly (Donnie Darko), Scott (el inteligente, lúcido, sagaz y superbueno) ha conseguido un nuevo film de altura. Adoro su ritmo anfetamínico, su fotografía de tonos saturados, su juego falaz mezcla de elementos biográficos y relato policíaco fronterizo, es más, me alucina su punto de postmodernidad, con esa cámara afectada por el parkinson y tan dislocada como el espíritu libre del personaje central del film, una huesuda, bella y rebelde muñequita de la que me enamoro desde su primera aparición en pantalla.
La función alcanza muy pronto una velocidad vertiginosa,
su montaje fragmentado, espídico, epiléptico, envolvente y puede que irritante,
es de una vitalidad excitante, en él podemos encontrar esa forma de poesía
esquizoide y un punto melancólica tan de la marca del factótum Tony Scott.
La verdadera Domino Harvey murió hace poco
más de un año en la bañera de su casa de una sobredosis de Fentanyl, un fármaco
para el dolor ochenta veces mas potente que la morfina, la película está
dedicada a su memoria, y ella, que aparece al final de la cinta, conocía al
director desde hace años, asistió varios días al rodaje y seguro que le encantó
que Knightley, preciosa rompenarices y de aspecto anoréxico, haya sido la elegida
para darle oxígeno y ponerle rostro en el film. Y qué decir de ese ave fénix
llamado Mickey Rourke, también conocido por “a la cumbre por la mugre”, un
actor brillante al que siempre he defendido y que ha vuelto para quedarse
definitivamente, en su duro rostro han quedado marcadas las secuelas de sus
temporadas en el infierno.
El cóctel de acción, sexo, drogas y violencia se
puede ver también como una oscura comedia, chorrea sarcasmo por los cuatro
costados (atención a la brutal parodia sobre los reality shows y
la corrosiva burla a cargo de pasadas glorias de la serie Sensación de vivir)
y aunque no sabemos las intenciones reales de Scott, el resultado está claro
que corresponde a una mixtura de géneros. Por todo ello, Domino es una película explosiva, una lección de cine moderno,
energético, animoso y demencial, con la caña imparable de una música constante
y bien elegida. Nada que ver con los productos sosos y sin alma que inundan
nuestras pantallas.
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