Tras una carrera irrelevante
aunque con excelentes réditos comerciales que tuvo su inicio en el campo de la
televisión para posteriormente dar el salto al cine con la olvidable comedia Fuga
de cerebros (2009) con Mario Casas de protagonista, Fernando González Molina encuentra un
filón en las adaptaciones de las infumables novelas de Federico Moccia Tres
metros sobre el cielo (2010) y Tengo ganas de ti (2012) también
protagonizadas por Casas bien acompañado por María Valverde. Tras estos
insustanciales artefactos destinados a un público adolescente, en 2015 dirige
el drama romántico Palmeras en la nieve, irregular adaptación de las novelas de
Luz Gabás.
González Molina cambia totalmente de
registro con este thriller basado en la primera novela de la “Trilogía del Baztán” escrita por Dolores Redondo, y que nos sitúa en los húmedos márgenes
del río Baztán, en Navarra, lugar donde aparece el cuerpo desnudo de una
adolescente en circunstancias que relacionan ese crimen con otro ocurrido un
mes atrás. La inspectora Amaia Salazar (Marta Etura) dirige una
investigación que le llevará de vuelta a su pueblo natal de Elizondo, donde
ella creció y del que ha tratado de huir toda su vida. Haciendo frente a las
complejidades del caso y los fantasmas de su propio pasado, la investigación de
Amaia es una carrera contrarreloj para dar caza a un implacable asesino en
serie, en una tierra fértil en supersticiones y brujería.
No hay duda, con miras a la taquilla González Molina
es uno de los narradores españoles –junto con Bayona- que mejor sabe elegir sus
proyectos de cara a la taquilla. Acierta de nuevo con esta aseada traslación de
una novela que pedía a gritos ser adaptada. Escrito está, no me gusta nada el
cine que ha firmado hasta la fecha el director pamplonica (carece de grandeza)
pero estoy seguro que si se empeña acabará realizando alguna película redonda. De
momento, El guardián invisible es su película más resultona, un eficaz guión
(aunque algo lineal) de Luis Berdejo, unas interpretaciones correctas (cierto que
cuesta un poco ver a Marta Etura como inspectora de policía si bien su esfuerzo
es reseñable) y una atmósfera misteriosa
con gran unción por el aspecto mitológico y sobrenatural del entorno hacen de
la función un artefacto visualmente atractivo, con una narrativa que mediante
flash backs alterna la infancia infernal de la protagonista con el presente, en
donde tampoco faltan almas en suplicio. Tanto la novela de Redondo como como el
film de Molina están muy influenciados por el thriller de la escuela nórdica,
en la que el paisaje y los escenarios cuentan como un personaje más y la trama
casi siempre profundiza en escabrosos secretos de familia.
Lo manido de la premisa argumental queda
en un segundo plano para el espectador embrujado por la incomparable
majestuosidad del paisaje lluvioso y enigmático del Valle de Baztán, en cuyos
bosques habita una figura sobrenatural, ancestral y legendaria que aporta un
toque de realismo mágico a la historia, y cuya presencia imanta a todos los que
se internan en sus dominios; el Basajaun, cuya evocación va más allá de la
leyenda. El espectador avispado adivina pronto que la resolución del caso de
las adolescentes asesinadas se encuentra
dentro del núcleo familiar de Amaia, de ahí que fije su atención en Flora (magnífica Elvira Mínguez) en Rosario (la terrorífica y demente madre
de la protagonista) y, por supuesto, en sus inquietantes cuñados. Y es que
González Molina no ofrece ninguna otra línea de sospecha que pueda romper el
círculo vicioso y viciado de tan áspero y desapacible cónclave. El guardián
invisible es una película entretenida, con una fastuosa iluminación de
Flavio Martínez Labiano y una gran recreación rural de ambientes (la casa familiar,
el obrador) que dota al relato de un peculiar tono costumbrista, el problema está
en la rigidez formal de la narración, el excesivo academicismo con que está
rodada imposibilita que la función alcance mayor
trascendencia.
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