Mi película favorita para el Oscar
“MOONLIGHT” êêêê
Fogueado en el campo del cortometraje, el director afroamericano Barry Jenkins (Miami, Florida, 1979) firma su segundo largometraje tras Medicine for Melancholy (2008), un drama romántico que obtuvo un gran éxito crítico. Pero es Moonlight (con ocho nominaciones a los Oscar incluido el de Mejor Película) el film que lanza definitivamente la carrera del realizador afincado en Los Ángeles. La trama sigue a Little/Chiron/Black (Alex R. Hibbert, Ashton Sanders, Trevante Rhodes, en sus diferentes etapas de la infancia, adolescencia y juventud) un chico afroamericano con una infancia y adolescencia complicada que crece en un conflictivo arrabal de Miami. A medida que pasan los años, el joven se descubre a sí mismo intentando sobrevivir en diferentes situaciones. Durante todo ese tiempo, tendrá que soportar la drogadicción de su madre y el acoso que sufre en el colegio.
Bajo el paraguas de la productora de Brad
Pitt y con un guión del propio Jenkins sobre una historia de Tarell Alvin
McCraney, Moonlight nos invita a un emotivo y dramático paseo por un lugar
que aunque ya transitado por el cine, la televisión y la literatura (barrios
marginales plagados de drogas, violencia, amenazas, machismo, acoso y
sufrimientos) pocas veces ha sido recreado con la visión poética y
estremecedora de Jenkins sobre un microcosmos tan asfixiante como homófobo. Una
mirada flamígera, dura y a la vez sensible sobre la condición humana, sus
irracionales actos y sus tormentos. Un sentido relato en el que el protagonismo
lo tiene un afroamericano gay que tiene que hacer frente a las humillaciones,
el acoso escolar, el maltrato en un barrio en donde los machos alfa imponen su
ley.
Dividida en tres segmentos que surcan la tres etapas
cruciales de la vida del protagonista –infancia, adolescencia y juventud en las
que pone énfasis el director para remarcar su importancia- que nace en el seno
de una familia desestructurada y que tempranamente comienza a hacerse preguntas
sobre su identidad o condición sexual. En su niñez, resulta muy positiva para
Little la ayuda de un dealer (primorosamente interpretado por Mahershala Ali)
que controla la droga en el barrio, y de su novia (encarnada por la cantante
Janelle Monae) que ofrecen protección al pequeño y le dan cobijo cuando su
madre le pide que se vaya de casa con la excusa de una cita. Little se comporta
casi como un autista, apenas habla pero resulta transparente en su íntimo dolor
con sus gestos y sus miradas.
El título del film cobra sentido con una historia
que le cuenta el traficante y que hace referencia al color azul de la piel de
los chicos negros cuando es bañada por la luz de la luna, tras una jornada en
la playa en la que por primera vez Little se siente protegido. Jenkins narra con emoción y sensibilidad
el discurrir de una vida marcada por las laceraciones psíquicas y físicas, por
el sufrimiento y el “estigma” de la identidad sexual que finalmente hará crecer
en él una coraza con la que hacer frente a los peligros de la jungla de
asfalto, creándose una imagen a semejanza de aquel dealer que le ayudó en su
niñez.
Aun así, y lejos del lugar de la
infancia (afincado en Georgia con el apelativo de Black), unas llamadas
telefónicas le hacen evocar un tiempo y un lugar. Su regreso al barrio en el que creció nos depara un momento
absolutamente desgarrador que tiene lugar con el encuentro con su madre,
internada en un centro de rehabilitación. Un encuentro en el que la madre se
muestra sinceramente arrepentida ante el hijo y que como ejercicio de expiación
romperá el alma compasiva de Black. Queda, eso sí, el recuerdo de las primeras
caricias frente al mar, del primer y único contacto íntimo que como una rosa
floreció en un estercolero, el único instante de plenitud guardado secretamente
en los humedales de la memoria. Es sin lugar a dudas mi favorita para los
Oscar, un film excelente cuya carga emocional nunca busca la lágrima fácil.
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