Nuevos ritos del Mal en el salvaje Oeste
"NO ES PAÍS PARA VIEJOS"
DIRECTOR: JOEL Y ETHAN COEN.
INTÉRPRETES: TOMMY LEE JONES, JOSH BROLIN, JAVIER BARDEM, KELLY
McDONALD, WOODY HARRELSON.
GÉNERO: WESTERN MODERNO/EE.UU./ 2007 DURACIÓN: 122
MINUTOS.
Aunque me gusta mucho el cine de los hermanos
Coen (de su filmografía sobresalen títulos tan espléndidos como Sangre
fácil, Muerte entre las flores, Fargo
y Barton Fink), aún me gusta más Cormac McCarthy -del que
ya he hablado alguna que otra vez en estas páginas-, el autor nacido en 1933 en
Rhode Island cuya novela “No es país para viejo” adapta la última
película del inseparable dúo artístico. Al enterarme de que su última novela,
la postapocalíptica, magistral y ganadora del más reciente premio Pulitzer “La
Carretera” tendrá como protagonistas a Viggo Mortensen y Charlie Theron en
su próxima adaptación cinematográfica -rodaje previsto para el próximo mes de
marzo-, no pude sino esbozar una sonrisa de satisfacción... que derivó en
rictus satánico cuando quedó confirmado que será John Hillcoat (The
Proposition) el director encargado de la traslación de un texto convertido
ya en clásico de la literatura universal y una de las pocas obras maestras que
han visto la luz en los primeros años del nuevo siglo.
Convertido, junto a James Ellroy, en una de las pocas leyendas vivas de
la literatura norteamericana, este Shakesperare del salvaje Oeste se merece el
Nobel más que nadie, y su vida de eremita (no concede entrevistas, no se deja
fotografiar, poca gente sabe por dónde anda aunque estuvo presente en algunos
momentos del rodaje), no le impide retratar como nadie la vida en la frontera,
en los vastos, rocosos y polvorientos territorios del desierto que se extiende
por Texas y Nuevo México, último confín de los más agrestes sueños americanos.
Aún recuerdo que en los años noventa no esperé ni siquiera una semana para
devorar de nuevo su excelente y durísima “Meridiano de sangre”. Pero
McCarthy, con sus crónicas sobre el ocaso de un estilo de vida y cómo eso
afecta a los personajes establecidos en el filo de esa arista, no es un autor
fácil de adaptar, tomemos como ejemplo a Billy Bob Thornton y a su atropellada Todos
los caballos bellos (2000), película de un preciosismo de postal pero de
ínfima eficacia dramática.
La historia nos sitúa en un pueblo perdido del oeste de Texas, allí el
veterano Sheriff Tom Bell (Tommy Lee Jones, como narrador de la trama)
es un hombre hastiado al comprobar que las cosas ya no son como antes, las
drogas y la violencia sin límites que florece a su alrededor le supera
ampliamente, por lo que por su cabeza ronda el retiro. El Mal en su dimensión
más absoluta se cruza en su camino respondiendo por el sonoro nombre de Anton
Chigurh (Javier Bardem) un asesino psicópata a sueldo de una brutalidad
indescriptible que tiene como arma favorita una bombona de aire comprimido y
que ha escapado de un arresto. Toda la preocupación de este killer se
centra ahora en dar con los huesos de Llewelyn Moss (Josh Brolin) que se
ha dado de bruces con un regalo envenenado al descubrir en una camioneta
rodeada de cadáveres -tras una balasera entre narcotraficantes- varios kilos de
droga y un maletín con dos millones de dólares. Como es de suponer, los
propietarios del maletín quieren su dinero, para lo que contrataron a esa
maquina de matar llamada Chigurh, mientras el sheriff Bell tratará de dar caza
al asesino -que va dejando a su paso un reguero de despojos humanos-, al tiempo
que, sin demasiadas fuerzas ni medios, intentará proteger a Moss.
Olvidadas ya las horribles Crueldad intolerable y Ladykillers,
los Coen han tenido el acierto de efectuar un viraje providencial para salir
del tedioso meandro en donde se hallaban instalados. Nada mejor para ello que
trasladar a la pantalla grande uno de los enérgicos y brutales relatos del
genio McCarthy, para que con su sobrado
oficio y demostrado talento, podamos disfrutar con los medidos perfiles que nos
muestra esta galería de personajes atronados por un fiero realismo físico, el
instinto de supervivencia y el compromiso adquirido por cada uno de ellos a uno
y otro lado de la frontera, esa línea que separa el Bien del Mal.
Y si
concluimos que el paisaje hace al hombre, la naturaleza de cada uno de los
protagonistas se ve siempre amenazada por estigmas de diferente proyección: la
ambición, la maldad y el desengaño. Así mismo, toda la atmósfera está
atravesada por una carga de trasnochado existencialismo, inherente también a
los primeros moradores, a los pioneros asentados en los amplios y abrasadores
márgenes de un territorio que, aunque regido por unos códigos de honor,
convirtieron la inmensidad de ese espacio telúrico en un pudridero de
cadáveres. Pero aquello era otra cosa, se lamentará el sheriff Bell. No es país para viejos fusiona géneros y a la vez los transciende (western
fronterizo y crepuscular, road movie, thriller violento...
) adaptando con fidelidad suma una obra que, forzada por su latente laconismo,
se aleja del copioso verbo coeniano para extasiarse en el silencio y el ritmo
pausado, el deambular de unos seres solitarios atrapados en una ciénaga de
intereses e influidos por la desolación
y la decadencia del entorno.
Ambientada en 1980, la función, por ese minimalismo narrativo, el
pastiche de géneros, la filosofía nihilista que impregna la acción de unos
personajes abonados al fatalismo, por ese tono pesimista y de perdición que
recorre desiertos y carreteras desoladas, moteles y gasolineras destartaladas
-elementos con reminiscencias al cine de los setenta- me ha hecho recordar
aquella obra maestra titulada Quiero la cabeza de Alfredo García (1974)
de mi adorado Sam Peckimpah, el film tal vez más esencial dentro del agobiente
universo Tex-Mex.
El reparto, como se intuía, raya a un gran nivel, con el
tejano Tommy Lee Jones que sigue la acción muy de lejos -por lo que siempre
llega tarde a todas partes-, pero que sabe templar el ánimo de un sheriff tan
desencantado como ponderado, rehén ya sólo de sus recuerdos. Así, como Josh
Brolin, que sabe entender que Moss no es un héroe, sólo un hombre corriente de
vida anodina y atrapado por la codicia, tan torpe como un hombre corriente, tan
vulnerable como cualquier hombre corriente que emprende una huida suicida
consciente de que su final ya está escrito.
Y está Javier Bardem, un tipo
con cuyas opiniones públicas (sobre política, cultura, sociedad... ) me limpio
el culo, pero que es un actor como la copa de un pino, su retrato de asesino
ruso frío y despiadado, de estética setentera y peinado con molde de orinal, se
eleva como el baluarte de la amoralidad y el desprecio por la vida que arrastra
consigo las nuevas formas del Mal. La simbiosis creativa de los hermano
Coen, máximos exponentes todavía del cine independiente, ha generado una nueva
obra maestra apoyándose en un relato excelente. Es de esperar que no pierdan de
nuevo el norte.
Y permanece como la mejor adaptación de McCarthy, muy superior a las más recientes "La carretera" o "El consejero".
ResponderEliminarUn abrazo.
Tienes toda la razón, es hasta el momento la mejor adaptación de una novela de Cormac McCarthy, y eso que no es para mí la mejor del autor; "Meridiano de sangre" es mi favorita. "La carretera" me gustó mucho y "El consejero" no es un film desdeñable, desde luego mucho mejor que "Todos los caballos bellos" y "Child of God".
ResponderEliminarUn abrazo.