lunes, 26 de diciembre de 2016

CRÍTICA: “ASSASSIN´S CREED” (Justin Kurzel, 2016)

   

"ASSASSIN´S CREEDêêê
    

    Nada sé de este famoso videojuego de Ubisoft que tanto han trajinado mis hijos. Si me he decidido a ver una película que aparentemente no contiene para mí grandes atractivos es por el hombre detrás de las cámaras, Justin Kurzel, que nos regaló aquel potente drama criminal titulado Snowtown (2011), que versa sobre un adolescente que bajo la influencia de su tío se deja arrastrar a un mundo de fanatismo y violencia. Con el concurso de la misma pareja protagonista, Michael Fassbender y Marion Cotillard, que ya utilizara en MacBeth (2015) resultona versión del conocido texto shakesperiano, Kurzel acepta el encargo de adaptar libremente a la pantalla grande uno de los videojuegos más exitosos de las últimas décadas.

    
    Veamos: Callum Lynch (Michael Fassbender) es un criminal que espera ser ejecutado por sus incontables delitos. Pero Lynch gozará de una nueva oportunidad concedida por la organización Abstergo, que está dirigida por Alan Rikkin (Jeremy Irons). Con la ayuda de la científica Sophia Rikkin (Marion Cotillard) y a través de una tecnología revolucionaria que permite rastrear su ADN y desbloquear sus recuerdos genéticos, Lynch experimenta las aventuras de su antepasado Aguilar de Nehra, un asesino miembro de una hermandad secreta llamada Assassins y ascendiente suyo que vivió durante la España del siglo XV, en pleno auge de la Inquisición española. De esta manera, Lynch se meterá en Animus para revivir en primera persona las correrías de su ancestro, y llevar a cabo una serie de peligrosas y secretas misiones por toda Tierra Santa. Dueño de increíbles conocimientos y habilidades, se enfrentará a la poderosa Orden Templaria.


     Ante la misión no precisamente sencilla de contentar a los fans al mismo tiempo que intenta atraer a los neófitos de los videojuegos, Justin Kurzel se las apaña para salir sin demasiadas magulladuras del intento de poner la primera piedra a una historia que tendrá sus secuelas. Así, Assassin´s Creed actúa como prólogo, como introducción a una saga que el tiempo y la recaudación en taquilla nos dirá si promete ser longeva. Porque lo que ya sabemos es que hay muchos fans que no comulgan con los cambios sustanciales que han introducido los guionistas. Siendo sincero y situándome muy lejos del apasionamiento, me hubiera gustado que las secuencias regresivas hubieran ocupado muchos más minutos del metraje, y restado más tiempo a las escenas del presente que suceden en la sede  de Abstergo en Madrid, que de forma un tanto chusca frenan el ritmo de la acción de manera constante.


       Pero si tomamos Assassin´s Creed como un preámbulo de entregas venideras, todo parece estar milimétricamente estudiado, tratando de situar la aventura en un punto en que pueda resultar coherente o al menos comprensible para cualquier espectador. Y el invento no resulta desdeñable, con las típicas y adrenalínicas escenas de persecuciones por tejados y violencia seca y con un elenco de primer nivel que cumple aceptablemente. Así, una vez explicado el origen y esencia de la hermandad Assassins y el valor de la reliquia “El Fruto del Edén”, todo queda clarificado en una guerra cruenta en la que Aguilar tendrá enfrente a los poderosos y temidos templarios y a la siniestra Inquisición.

      
     Cullen aparece aquí engarzado por las caderas a un engendro mecánico que conecta sus circuitos neuronales y reproduce así los movimientos de su antepasado Aguilar, licencia cinematográfica que busca una mayor plasticidad cinematográfica. El problema es que las secuencias de acción son escasas aunque la cinta cuenta con los suficientes alicientes como para no defraudar: la guerra sangrienta entre Assassins y templarios, la visualización sórdida pero cautivadora de la España del siglo XV, las figuras casi pétreas de los  omnipresentes Reyes Católicos, Cristobal Colón, el rey Moro entregando el fruto sagrado y Javier Gutiérrez dando oxígeno al brutal Torquemada, cabeza visible y arquitecto de la Santa Inquisición. Del mismo modo hay que subrayar el contraste entre esa sociedad distópica del presente y una Sevilla encolerizada por el fanatismo y de una belleza casi onírica que atrapa al espectador dispuesto a sacar un billete para la máquina del tiempo. Por cierto, hay otro templo sagrado que alumbra de pasada el film: el Santo Coliseo del “Vicente Calderón”. 

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