Remake de Las
hijas de Drácula (José Ramón Larraz, 1974) olvidado film de culto
rebosante de un erotismo morboso y con el encanto de las películas realizadas
con muchas ganas, oficio y pocos medios. De aquella producción británica
firmada por Larraz, especialista en cine softcore y terror serie B, Víctor Matellano nos ofrece esta
reinterpretación que lleva el título de Vampyres (que en realidad era el
título original de aquella). La trama nos presenta a dos vampiras (Marta Flich
y Almudena León), que habitan en un oscuro caserón y atraen a los hombres para
ofrecerles sexo que desembocan en baños de sangre. Hasta allí llegan unos
jóvenes excursionistas con ganas de fiestas y un hombre joven que oculta un
oscuro pasado.
Vampyres
se impone como un homenaje póstumo a José Ramón Larraz, ya que la muerte
sorprendió al veterano director en 2013 cuando estaba preparando junto a
Matellano este proyecto. Pero al mismo tiempo es una sentida reivindicación al
género y a una forma de hacer cine a través de algunos de sus míticos
intérpretes como Caroline Munro, Conrado San Martín y Antonio Mayans. La función intenta ser fiel a la premisa
argumental del film seminal tomándose ciertas licencias, y aunque el escenario
elegido por Matellano carece de la suntuosidad que presidía la mansión de Las hijas de Drácula, ni mucho menos
está exenta de un cierto tono climático que imprime fascinación a la historia
de esas dos vampiras bellísimas tan sedientas de sangre como de sexo.
Ni el guión del propio Matellano ni la
línea de diálogos tienen mucho que rascar en una película que desprovista de
toda pretenciosidad y alejada de moderneces mira con nostalgia el retrovisor
para buscar las esencias, el aroma y el eco de un cine perdido, de una memoria
cinéfila latente en el imaginario del aficionado, que saboreará con frenesí el
baño de sangre con resonancias a la condesa Bathory o la ingeniosa tortura de
la lengua. Vampyres no inventa la
rueda ni lo pretende, y a pesar de sus defectos, de su factura premiosa, de su
lastimosa escasez de medios, se impone como un ejercicio de estilo chispeante,
desprejuiciado y libérrimo, de fantasía onírica, fiebre carnal y terror
lúbrico, de melancolía anclada en el tiempo como una flor muerta en el hielo.
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