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sábado, 2 de julio de 2016

CRÍTICA: "GREEN ROOM" (Jeremy Saulnier, 2015)


"GREEN ROOM" êêê

    El director norteamericano Jeremy Saulnier, que debutó en el año 2007 con la extravagante comedia negra Murder Party, un film que gira sobre un tipo que recibe una invitación para una fiesta de Halloween  organizada por un grupo de artistas  asesinos que luchan por una beca, sorprendió a propios y extraños con su segundo y magnífico largometraje Blue Ruin (2013), un thriller de venganza con un guión poderoso que narra la historia de un vagabundo que vive en su destartalado automóvil hasta que un día se entera de una noticia que le hará tomar una decisión descabellada.


     Green Room nos presenta a una banda de punk-rock sin mucha suerte compuesta por Pat (Anton Yelchin), Sam (Alia Shawkat), Reece (Joe Cole) y Tiger (Callum Turner) acaban de ser contratados para un bolo que no esperaban. El club donde tienen que dar el concierto está dirigido por unos siniestros skinheads, como el público que allí se congrega. Tras ser testigos de un brutal asesinato, los miembros de la banda quedan atrapados en una habitación del local con los autores del crimen: neonazis de supremacía blanca liderados por el dueño del lugar (Patrick Stewart) un tipo que no quiere dejar testigos de lo sucedido.


       Estamos ante la última película estrenada entre nosotros protagonizada por el llorado Anton Yelchin hasta el estreno en agosto de Star Trek: Más allá, una película enérgica que sigue el patrón de muchas películas de serie B (Asalto a la comisaría del distrito 13, por ejemplo) que limitan su acción a un espacio reducido creando una atmósfera malsana y claustrofóbica que hace insufrible la tensión con escasos recursos narrativos. Saulnier diseña un cochambroso antro donde se celebran conciertos y que es a la vez una especie de centro social de una organización neonazi que imparte allí cursos sobre defensa racial, adiestran a perros de presa y trafican con heroína, convirtiendo el lugar en un una auténtica ratonera para una banda de punks rockers que tendrán que luchar por la supervivencia. Con los personajes tratando de salir de la habitación que da título al film –convertida en el centro de la acción-, Green Room es un ejercicio estilizado e impenitente de tortura en un ambiente asfixiante que, con algunos toques de humor negro, asciende las escalas de un suspense brutal con unos personajes que desarrollan más recursos de los esperados y gran eficacia en el tiro de cámara.

      
     Sin la introspección psicológica de Blue Ruin, Saulnier proyecta de manera nada sinuosa un discurso sobre el instinto de supervivencia, la violencia como sustancia biológicamente activa y la efervescencia de la que goza el fascismo surgido de la escoria humana en la América profunda. Pero de lo que se trata es de subir las escalas del suspense con un enfrentamiento bestial, lo mismo que una potente y repentina descarga de decibelios puede destrozar los tímpanos. Al relato no le faltan momentos de violencia seca y atroz carnicería gore (una muñeca rota hasta los tendones, un estómago abierto en canal, una garganta desgarrada por un pitbull…) y el director, partiendo de una premisa muy simple, demuestra su pericia para desarrollar los mecanismos de la acción confeccionando un subyugante juego del gato y el ratón que transmite la angustia de los personajes al espectador, encapsulado en una historia de un terror muy físico. Green Room es un film interesante y entretenido que elaborada con elementos muy básicos consigue atrapar la atención de la audiencia.


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