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viernes, 17 de junio de 2016

LAS MEJORES PELÍCULAS DE CULTO: “DEAD END DRIVE-IN” (1986)


 CAMPO DE EXTERMINIO
DEAD END DRIVE-IN” (Brian Trenchard-Smith, 1986)

  
    Un autocine es el lugar elegido como trampa por el gobierno para encerrar a los gamberros Car Boys y demás escoria social. Al retenerlos allí, la sociedad se ve libre de una juventud rebelde y agresiva que sólo causa problemas. Una vez dentro, mientras folla con su novia, a Crabs (Ned Manning) le roban las ruedas del coche de su padrastro unos policías. El dueño del autocine, el siniestro y vulgar señor Thompson (Peter Whitford) le dice que no hay posibilidad de conseguir otras de recambio. Hasta allí, además, no llegan taxis, ni autobuses, ni te puedes comunicar exteriormente con nadie. Por lo que van a tenerse que quedar a pasar allí la noche. Pero pasa la noche y nada cambia a su alrededor, todos conviven en una especie de autocine fantasmal, con coches que no funcionan y que han sido tuneados por sus habitantes. Todos los días comen hamburguesas y huevos batidos en la cafetería y las noches las pasan visionando películas de ultraviolencia y sadismo. Pero Crabs tiene una idea, y sabe que pueden huir.


     Una de las películas más raras y originales de la década de los 80, un film de culto instantáneo que el director australiano Brian Trenchard-Smith construye a modo de inteligente fábula apocalíptica en donde los jóvenes australianos excluidos por el sistema y que utilizan la calle como campo de batalla para mostrar su desencanto son recluidos en ese páramo espectral que representa un autocine. Lugar desde donde el gobierno los puede controlar como si se tratara de un campo de esclavos donde se rebozan en la salsa que más les gusta. Algo así como un campo de concentración en el que gozan de una falsa libertad. De ahí que Crabs haga todo lo posible por escapar de un espacio por donde campan a sus anchas tribus urbanas nihilistas (punks, neonazis…) y poder disfrutar junto a su familia de la verdadera libertad. La situación global es de colapso financiero, gobiernos inestables y altas tasas de desempleo.


     Trenchard-Smith, con un ajustadísimo presupuesto que estira al máximo, logra secuencias acertadísimas a pesar de los pocos recursos de que dispone, con escenas de acción y explosiones bien rodadas, aprovechando el crepuscular escenario, asaltado por una fauna urbana variopinta y coches desvencijados y absolutamente grafiteados. La historia de Peter Carey de la que Peter Smalley saca un guión resultón, radiografía de una sociedad actual deshumanizada, racista, conformista y ultraviolenta, como esa juventud enjaulada de la película. Pero no está claro que, llegado el caso, la sociedad se comporte como lo hace el joven Crabs, el único personaje auténticamente rebelde e inconformista de la función.



     El relato, fusión de ciencia ficción distópica, comedia y acción, se convierte así en una introspección hiperbólica de la situación socio-política mundial. Ned Manning está excelente dando oxígeno al bueno de Crabs, un joven corriente atrapado en una guerra que no es la suya, poniendo toda la carne en el asador para escapar de semejante locura. Con los ecos referenciales de Mad Max, Campo de exterminio (Dead End Drive-In) es un film entretenido al que el tiempo no ha castigado en exceso, que recrea un vertedero con los restos del naufragio de aquella generación post-punk que repetía el mantra “no future”, una filosofía fatalista que nuestro héroe rechaza luchando por alcanzar un mañana y su libertad.
  


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