Un nuevo caso para los Warren
EXPEDIENTE WARREN: EL CASO ENFIELD êêê
Director: James
Wan
Intérpretes:
Patrick Wilson, Vera Farmiga, Frances O´Connor, Franka Potente, Madison Wolfe,
Lauren Esposito.
Género: Terror /
EEUU / 2016 Duración: 133 minutos.
Cuando
James Wan pegó el pelotazo con Saw
(2004) dejó claro que su irrupción por la puerta grande del cine de terror no
era flor de un día. Que estábamos ante un director inteligentísimo y con gran
pericia para construir artefactos que perduren en la memoria del aficionado
hasta el punto de encender la mecha de varias sagas. Pero es que además, cuando
ha querido saludar al respetable lejos del encasillamiento al que parecía
abocado, como el caso de Sentencia de muerte (2007) un
injustamente minusvalorado thriller de venganza con un Kevin Bacon como
justiciero, salió airoso y el film hoy está siendo reivindicado. En mi opinión,
es hora de abandonar la machacona temática de lo sobrenatural y las casas
encantadas de Insidious y Expediente Warren por un tiempo y dar
un golpe de timón para explorar nuevos horizontes, como ya hiciera con Fast
& Furious (2015). Al parecer, así será también ahora, pues anda ya
liado en la preproducción de Aquaman, sobre el superhéroe de DC
Comics que será interpretado por Jason Momoa y que verá la luz en 2018.
Claro que el
cine es una industria, un negocio, y Expediente Warren llegó a recaudar 318
millones de dólares partiendo de un presupuesto de 20 millones. Para Expediente
Warren: El Caso Enfield el cineasta de origen malayo se basa en caso
real del Poltergeist de Enfield que nos sitúa en la Inglaterra de 1977. En la
pequeña localidad londinense, una madre soltera, Peggy Hodgson (Frances O´Connor) y sus cuatro hijos asisten
atónitos a una serie de sucesos paranormales que acontecen en su hogar sin
ninguna explicación racional. Para investigar esos extraños fenómenos y ayudar
a la familia, nos encontramos de nuevo con el matrimonio de reputados
demonólogos formado por Lorraine
(Vera Farmiga) y Ed Warren (Patrick
Wilson) que se ponen manos a la obra para tratar de verificar estos fenómenos
paranormales que parecen centrarse en
los habitantes más jóvenes de la casa. La pareja estará acompañada por la
parapsicóloga alemana Anita Gregory
(Franka Potente) que duda de los métodos de la pareja y de los hechos que están
ocurriendo en el hogar de los Hodgson.
James Wan filma
de maravillas. Esto, que es algo que está fuera de toda discusión, lo sabe
apreciar el aficionado al género que agradece que se trate con mimo este tipo
de producciones que casi siempre han sido muy denostadas por la crítica más pureta y
oficialista. El idilio de Wan con la taquilla y los aficionados (que celebran
haber encontrado un nuevo maestro del terror) tiene visos de prolongarse con Expediente
Warren: El Caso Enfield, que se inicia con prólogo espeluznante del
caso de la familia Lutz en Amityville y la carnicería perpetrada con su familia
por Ronnie DeFeo en 1974. Con la
habilidad acostumbrada para la creación de atmósferas asfixiantes y
estremecedoras, Wan reproduce los esquemas del film seminal para mantener al
espectador pegado a la butaca con un persistente escalofrío surcándole la
espalda. La cámara impenitente recorre de
manera sinuosa las estancias herrumbrosas de la casa de los Hodgson sin que sea
posible evitar que a uno se le ericen los vellos, asaltado por un milimetrado
ritual de sustos y sobresaltos que desde algún rincón del hogar esconde la
amenaza latente, terrorífica y espectral, un bucle pesadillesco que acaba
dotando de poesía la épica del sufrimiento, de la que también es víctima el
matrimonio Warren, con la presencia de una monja demoníaca que les persigue.
Con una cuidada ambientación setentera, un escenario
desvencijado, húmedo y lo suficientemente lúgubre para que Wan pueda desplegar
todo su arsenal de recursos visuales y de sonido, Expediente Warren: El Caso
Enfield da otra vuelta de tuerca a la premisa “los casos Warren”
desarrollada en el film seminal pero con secuencias más elaboradas, mayor profundidad
dramática y más sustos, pero aportando pocas novedades, en un intento por subir
la apuesta equilibrando la tensión ambiental con la empatía de la platea hacia
las víctimas.
Estamos ante una
aceptable secuela con secuencias de verdadero terror muy conseguidas (el perro
que se transforma en El Señor Retorcido, la imagen difuminada del anciano sentado
en el sillón en la penumbra, la aparición fantasmal de la monja) y un clímax
final a modo de impactante aquelarre en donde Wan demuestra toda su pericia
para crear momentos electrizantes que ponen los ojos de los espectadores como
platos. Un clímax que antecede a unos
créditos finales sobresalientes que dotan de una sensación de verismo las
sensaciones vividas por la audiencia. Sí, ya sé que muchos espectadores se
preguntarán que si el meollo de toda esa fantasmal espiral estaba en el sillón, por qué no se deshicieron de él, pero ya sabemos que en
estos artefactos nada es definitivo y Wan guarda un culto especial por los
objetos, instrumentos que forman parte siempre de un teatro tan obsesivo como diabólico.
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