El director
francés Just Jaeckin (Vichy, 8 de
agosto de 1940) supo aprovechar la explosión de erotismo y destape que inundó
las pantallas de cine de –casi- todo el mundo en la década de los 70 encontrando en este género una mina. Defenestrado
por la crítica especializada pero con gran éxito de público, pasó de
desarrollar un estilo afectado y vaporoso en sus primeras películas, Emmanuelle
(1974) e Historia de O (1975), heredado de David
Hamilton, a experimentar con técnicas más sucias y feistas en el final de la
década y principios de los 80. Su última película fue Gwendoline (1984) un
drama erótico y aventurero cuya visión hoy provoca sonrojo.
Aunque Historia
de O sea sin discusión la mejor película de su filmografía, recuerdo
con nostálgica simpatía Madame Claude (1977) un film
olvidado por casi todo el mundo, víctima de la coyuntura de la época y del
escaso talento del director. La cinta nos narra la vida real de una parisina de
oscuro pasado, Madame Claude (Françoise Fabian) que regenta una casa de citas que dispone de una
amplia red de chicas de compañía para la alta sociedad. Ella se encarga de enviar
a las prostitutas (eso de “trabajadoras del amor” me resulta excesivamente
cursi) a cualquier lugar del mundo desde donde sean requeridos sus servicios
sexuales, satisfaciendo así los deseos de los hombres más poderosos del mundo. Desde
su negocio es capaz de manipular a los
grandes hombres de la empresa y la política. En el prostíbulo, un falso fotógrafo David Evans (Murray Head) que es
además un agente de la CIA que quiere limpiar su expediente, está chantajeando
a diferentes autoridades con fotos de ellos con las prostitutas. Parece un plan
eficaz, lo que Evans ignora es que los hombres con poder harán cualquier cosa
por mantener sus secretos bien guardados.
Inspirada
en la historia real de Fernande Grudet,
una célebre proxeneta francesa fallecida el pasado año que durante las décadas
de los 60 y 70 dirigió una red de prostitución de lujo para millonarios y altos
dignatarios. En Madame Claude, Just Jaeckin sigue exprimiendo la gallina de los
huevos de oro con otra evanescente y vacía fantasía sexual en la que, como era
de suponer, carece de interés la intriga
política, pues aunque ésta parece formar parte esencial del nudo de la trama,
la acción se dispara en otras direcciones sin demasiada conexión. Da la
impresión que el director se encuentra como una gamba en un desierto tocando el
tema del suspense político, de ahí que continuamente vuelva a las secuencias
sexuales para despertar el interés de un público confundido, pues éste es
consciente de que el director galo no es precisamente Hitchcock. Lo que sí
entendió bien el público es que para Madame Claude el sexo es sólo un negocio
muy rentable económicamente y una gran arma para el chantaje, la
propia protección y las aspiraciones personales. De ahí que la madame tenga siempre
un ojo puesto en el enamoramiento de alguna de sus esclavas sexuales. Con la
visión de los cuerpos serranos y desnudos de las olvidadas Dayle Haddon, Ylva
Setterborg, Nicole Seguin, Vibeke Knudsen y Marie-Christine Deshayes, las
extrañas presencias de Maurice Ronet y Klaus Kinski, música a cargo de Serge
Gainsbourg y la voz vaginal de Jane Birkin cantando el tema “Yesterday yes a
day”, en Madame Claude el sexo es tan divertido como llevar a tu perro
al veterinario. Aun así, me quedo con la fugaz, inspiradora y lasciva secuencia
del tren que les dejo aquí debajo.
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