Fallida resultó la adaptación que realizó
el recordado Vicente Aranda
(Barcelona, 1926-Madrid, 2015) de la popular novela homónima de Antonio Gala
publicada en 1993. Y eso que el director catalán es un especialista en retratar
situaciones morbosas y deseos al límite que arden hasta las cenizas en la
hoguera de la pasión… turca. Hay quien piensa que el cine porno se perdió un
buen director con Aranda, pero eso también lo piensan muchos incultos de Bigas
Luna o de cualquier otro cineasta erotómano menos de Berlanga. Porque, claro,
eran otros tiempos. Lo quieran o no la legión de detractores que siempre ha
arrastrado el cineasta perteneciente a la Escuela de Barcelona, en la filmografía
del recientemente fallecido director encuentro al menos tres películas que
están entre lo mejor que ha parido el cine español a lo largo de la historia: Fanny
“Pelopaja”
(1984), El Lute I y II (1987 y 1988) y Amantes (1991). Además de
la muy estimable Tiempo de silencio (1986) y de uno de los mejores episodios de
la magistral serie televisiva La Huella
del crimen, Los crímenes del capitán Sánchez (1985).
La
pasión turca sigue a Desideria
(Ana Belén, que da vida a una mujer de 30 años cuando realmente ella tenía entonces
43) una chica de provincias y clase media que recibió una educación
convencional. Su matrimonio con Ramiro
(Ramón Madaula), el mejor partido de la ciudad, abrirá para ella una etapa
gris, rutinaria, sin alicientes y en donde los rituales del sexo están alejados
del verdadero erotismo. Un día, Ramiro decide unirse a un grupo que organiza un
viaje a Estambul. El mismo día de la llegada, Desideria descubre que un simple
roce de la piel puede hacer que su mundo se tambalee. Así, Desi, se enamora
perdidamente de Yamam (Georges
Corraface), el guía del grupo con el que viajan, hasta tal punto que abandona
todo lo que tiene en España para irse con él.
Bien, no había
visto la película desde su estreno y he tenido la misma impresión que entonces:
floja. No obstante, fue el mayor éxito de cinematográfico de Ana Belén y,
partiendo de que no es una buena actriz, una de sus interpretaciones más
aceptables, un trabajo para el que fue candidata al Goya. Claro que para ello
Aranda no se cortó un pelo y la puso “mirando hacia la meca” con un papel de
alto voltaje sensual, pues al fin y al cabo el relato se centra en el ritual de
iniciación en unas prácticas sexuales exultantes totalmente alejadas de las
monótonas y mecánicas experiencias de su vida conyugal. En los arrebatos y la aventura erótica que vive Desi tiene mucho que
ver el exótico escenario oriental que despierta en ella lúbricas pasiones,
instintos primarios, tórridas fantasías y secretos inconfesables. Un fuego
uterino irrefrenable que la domina y pervierte los sentidos, a los que deja
volar libremente.
La pasión turca puede ser entendida como
una exaltación a romper con las normas y convenciones, el gran problema es que
también puede ser tomada como un cuento moral, en donde, finalmente, la
protagonista se convierte en un sumiso objeto sexual en manos de un tipejo sin
escrúpulos que la maneja a su antojo para saciar sus lucrativos intereses.
El final de la película es diferente al de la novela, lo que enfadó mucho al
escritor manchego, en realidad, el guión en sí es muy esquemático e inconsistente
y Aranda, que da rienda suelta a unos diálogos de prostíbulo de baja estofa,
pone toda la carne en el asador saciando sus (nuestros) indisimulados impulsos morbosos
de voyeur irredento. Atención al polvo en la dorada fuente con el balanceo del
collar en cada embestida.
Aunque es una historia bastante simple y el guión nada del otro viernes, me pareció cuando la vi que su director había sabido hallar el tono adecuado, encendido y erótico pero también trágico, triste.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bueno, y ver a Ana Belén despendolada y dueña de un irrefrenable furor uterino también tiene morboso encanto. Pues lo queramos o no incluso los que no nos dice nada su música y consideramos que sus dotes como actriz son limitadas, siempre fue un icono cercano, como esa vecina de al lado a la que mirábamos las bragas cuando subía la escalera.
ResponderEliminarUn abrazo.