Política y crimen, simbiosis perfecta
SUBURRA êêêê
DIRECTOR: STEFANO
SOLLIMA.
INTÉRPRETES:
PERFRANCESCO FAVINO, CLAUDIO AMENDOLA, ELIO GERMANO, ALESSANDRO BORGHI, GRETA
SCARANO, ADAMO DIONISI, GIULIA ELETTRA GORIETTI.
GÉNERO: THRILLER
/ ITALIA / 2015 DURACIÓN: 134 MINUTOS.
He de reconocer mi debilidad por el
director italiano Stefano Sollima desde que vi su magistral serie televisiva Roma criminal (2008), adaptación de la
popular novela “Romanzo criminale” de
Giancarlo De Cataldo, que ya tuvo una potente versión cinematográfica en 2005
dirigida por Michelle Placido. A partir de entonces me propuse estar muy atento
de todo lo que pergeñara este cineasta nacido en Roma en 1966. Sollima dirigió
en 2012 su primera película para la pantalla grande, A.C.A.B.: All Cops Are Bastards,
un artefacto resultón que tiene como protagonistas a tres polis antidisturbios
cuyo trabajo les obliga a lidiar constantemente contra la violencia en las
calles. Pero el medio televisivo es un formato en el que el realizador romano
se mueve como pez en el agua, así en 2014 dirige la serie Gomorra, basada en el exitoso best seller de Roberto Saviano que
también goza de una excelente adaptación cinematográfica y en la que Sollima
demuestra una vez más ser un maestro en el control del tiempo en la ficción
televisiva.
Su segundo
largometraje, Suburra (2015), me dice
que mi olfato no estaba equivocado y que el director puede convertirse en un
nombre esencial en el cine europeo de los próximos años. La acción nos sitúa en
noviembre de 2011, una semana antes de la caída del gobierno italiano (de
Berlusconi) con el país sumido en una crisis institucional, económica y social
que se presume preapocalíptica. En una Roma caótica, nocturna y lluviosa, la
cámara nos introduce en mundos distintos aparentemente desconectados como el de
la política, cuya figura central es el diputado Malgradi (Pierfrancesco Favini)
preso de sus inconfesables vicios y peligrosos pactos; de las fiestas VIP
nocturnas, con Sebastiano (Elio Germano), dueño de una lujosa villa, cobarde,
pelota y arribista; el de la mafia del litoral romano con Número 8 (Alessandro
Borghi) heredero machito del imperio de una familia cuyo territorio él
administra. También está Samurái (Claudio Amendola) miembro de la familia
mafiosa della Magliana, que mueve los hilos que conectan varias esferas;
Manfredi (Adamo Dionisi) patriarca de una familia usurera de gitanos; Viola
(Greta Scarano) la novia drogadicta de Número 8; y Sabrina (Giulia Elettra Gorietti),
una prostituta que se verá envuelta en lío gordo con una menor de edad. Los
intereses de todos ellos acabarán convergiendo en el proyecto de una enorme
especulación inmobiliaria que pretende transformar Ostia en una especie de Las
Vegas.
En la Antigua
Roma, Suburra era el barrio de tabernas y prostíbulos donde los nobles
senadores se reunían en secreto con criminales para hacer negocios y amasar
fortunas. Desde entonces, nada ha cambiado. En Italia, la gangrena del poder y
sus múltiples formas de corrupción ya ha sido narrada con incomparables
metáforas literarias por verdaderos maestros como Leonardo Sciascia en su
magistral obra “Todo modo” apuntando
a la podredumbre estructural, intrínseca de partidos como la Democracia
Cristiana, un país en donde la metástasis corrosiva del sistema mostró un
superlativo ejemplo en la figura representativa y grotesca del turbio Silvio
Berlusconi, un sucio capo que ha emponzoñado la vida pública de su país
llenando de vergüenza la conciencia colectiva de sus ciudadanos y riéndose de
todos con total impunidad. Suburra es ante todo un film realista a
pesar de la incontinente y visceral violencia que está en consonancia con la ilimitada
cadena de favores e intereses espurios que se mueven en torno a la especulación
inmobiliaria y que derivan en chantajes, fúnebres sentencias y brutales crímenes.
La corrupción no
cree en purezas ideológicas y ve en el adversario a alguien que cualquier día
puede ser un aliado, de ahí que los negocios criminales de las mafias estén
necesitados de cómplices políticos que lo revistan todo de legalidad, como el
diputado Malgradi (un convincente Pierfrancesco Malgradi), que cumple con su
parte y el proyecto acaba siendo aprobado aunque la dimisión del presidente lo
deje todo en el limbo. Ante su temor, una llamada al temible y letal
conseguidor Samurai (eminente Claudio Amendola) le tranquiliza: “tú has
cumplido con tu parte, nos la apañaremos para tocar a otro del nuevo gobierno”.
Suburra
es un excelente film que tomando como premisa la muerte por sobredosis de una
prostituta menor de edad en una noche loca de sexo y droga del político
Malgradi, conecta los tentáculos del crimen en sus distintas capas sociales
durante la crisis económica (también clerical, con la renuncia del Papa
Benedicto XVI) que ha golpeado con dureza a Europa y específicamente a Italia, abonando el terreno para criminales y carroñeros.
Con portentosas interpretaciones, una fotografía imponente de Paolo Carnera, una temática que la emparenta con Gomorra y una excelente banda sonora a cargo de M83, Suburra es un western metropolitano rebosante de pistoleros mafiosos y momentos de gran brillantez plástica. Stefano Sollima denuncia con crudeza la putrefacción de un sistema y la laxitud de una sociedad con enormes tragaderas, el vientre podrido de una Roma convertida en nido de asesinos, amenazante, húmeda, oscura, condenada, una ciudad sin dignidad secuestrada por clanes criminales que sólo entienden de intereses lucrativos y en donde todo tiene un precio. Mientras la única preocupación del corrupto Malgradi es que se apruebe en sede parlamentaria la recalificación de unos terrenos con la guillotina pendiendo de su cuello, el pueblo se hunde cada vez más en la miseria. Mientras el crimen lo anega todo, él lleva una doble vida: la pública, de político respetado y responsable padre de familia; y la privada, montando farras desfasadas de sexo y drogas con prostitutas en la habitación de un lujoso hotel. Pero llega un momento en que la mierda se desborda hasta el punto de ver como su propia familia es seriamente amenazada, lo que le hace tomar conciencia de lo que es: una simple marioneta en un teatro macabro que tiene como trama un cúmulo de intereses bastardos. La asociación política-mafia-iglesia no deja a salvo a nadie, y el saldo de la barbarie es un incontenible reguero de cadáveres. Al fin, el anunciado Apocalipsis es sólo una caterva de criminales que utilizan la extorsión y la violencia movidos por la avaricia extrema y la ley de la selva. Nuevos tiempos, la misma vieja historia.
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