Superproducción con buena factura
técnica pero sin alma
PALMERAS EN LA NIEVE êê
DIRECTOR: FERNANDO
GONZÁLEZ MOLINA.
INTÉRPRETES:
MARIO CASAS, BERTA VÁZQUEZ, ADRIANA UGARTE, EMILIO GUTIÉRREZ CABA, MACARENA
GARCÍA, ALAIN HERNÁNDEZ, LAIA COSTA.
GÉNERO: MELODRAMA
/ ESPAÑA / 2015 DURACIÓN: 163 MINUTOS.
Estaba cantado
que el best seller escrito por Luz Gabás contaría más pronto que tarde con su
adaptación cinematográfica. Más que nada porque el público potencial de la
voluminosa novela es femenino (al igual que lo fue 50 sombras de Grey) y las
féminas suelen acudir fielmente a las
salas para ver las versiones en imágenes de las obras literarias que han
devorado… y de paso arrastrar a un puñado de amigas o familiares que ni
siquiera han leído el texto pero que entienden que el cine siempre es una buena
excusa para romper la monotonía. Personalmente, sólo puedo hablar de la
película y las sensaciones que me ha provocado su visionado. Dirigida por Fernando
González Molina, un director procedente del medio televisivo que ha
obtenido éxitos tan clamorosos en la pantalla grande como 3 metros sobre el cielo
(2010), su secuela Tengo ganas de ti (2012) y comedias tan populares como Fuga
de cerebros (2009), que además de representar su debut cinematográfico
recaudó casi 7 millones de euros. Un director del que nada puedo decir respecto
a su carrera televisiva, que desconozco, pero sí de una filmografía que hasta la fecha no ha
aportado al medio nada relevante. Es joven, tiene tiempo.
El film nos sitúa
en el año 1953. Dos hermanos viajan desde los Pirineos de Huesca hasta la
colonia española de Fernando Poo (actual Bioko) en la isla de Guinea
Ecuatorial, para trabajar en una plantación de cacao. Allí, Kilian (Mario Casas) se enamora de una
nativa, Bisila (Berta Vázquez) un
amor prohibido en una época en la que algunas barreras no se podían traspasar.
Medio siglo después, Clarence
(Adriana Ugarte) descubre accidentalmente una carta olvidada durante años que
la lleva a viajar desde las montañas de Huesca a Bioko. Su misión es visitar la
tierra en la que su padre, Jacobo
(Alain Hernández) y su tío Kilian pasaron la mayor parte de su juventud, y así
resolver los enigmas familiares y desvelar los secretos de lo ocurrido. En las
entrañas de un territorio tan exuberante y seductor como peligroso, Clarence
desentierra el secreto de la historia de amor imposible enmarcada en unas
turbulentas circunstancias históricas cuyas consecuencias alcanzarán el
presente.
Lo más
destacable de esta larguísima película que apenas me ha dejado poso es la
temática del colonialismo español durante la dictadura franquista, un tema poco
explorado por el cine y la literatura. 10 millones de euros es una cifra
considerable –casi desorbitada- para una producción española en 2015. Y el
dinero invertido se nota en el diseño de producción, el departamento de arte,
los variados escenarios (Gran Canaria, Huesca, Colombia), las labores de
ambientación, decorados y vestuario. Otra cosa es que la película resulte
rentable al final de su recorrido comercial teniendo en cuenta que la gran
mayoría del público masculino se va a abstener. González Molina se las ve y se
las desea para mantener el ritmo de una superproducción de metraje elefantisíaco
y armar un melodrama folletinesco al estilo David Lean barnizado por un
erotismo bochornoso y blandorro, un quiero y no puedo que tiene como fondo
exóticos paisajes selváticos y como figuras protagonistas a un mediocre Mario
Casas luciendo musculitos y a una Berta Vázquez (pareja en la vida real) que
junto a Emilio Gutiérrez Caba y Laia Costa se convierten en los más preciados alicientes
de la función; la actriz ucraniana, de nombre artístico español y origen
etíope, se clava en la retina del espectador en ese momento en que canta con el
rumor de la cascada. Por supuesto, el
film pasa de largo por las cuestiones
políticas para centrarse en los códigos
del melodrama clásico en donde el deseo, los tabúes, la envidia y el
poder arden en la hoguera de la pasión sin dejar apenas cenizas.
Que nadie
busque en la función cualquier atisbo de introspección o denuncia severa sobre
el estado de dominación/sumisión, las responsabilidades del colonialismo y la
derivada moral de los personajes protagonistas, el director lo fía todo a un
sentimentalismo elemental de culebrón romántico y los ancestrales cauces de la
herencia sanguínea. El espectador puede disfrutar de la correcta puesta en
escena, de la cuidada ambientación, de la atmosférica ambientación de un
paisaje tropical idílico, pero dudo de que se deje atrapar por un discretísimo
arco dramático sin alma que surca dos generaciones sin lograr profundizar en
los dilemas emocionales, pasando de puntillas por las tensiones sociales y el
contraste cultural. Insisto, el empaque
técnico de la película es muy digno y tanto la música de Lucas Vidal como la
iluminación cálida y de colores quemados
de Xavi Giménez aportan el toque de nostalgia que la trama demanda y que,
supongo, la novelista mantiene latente en su obra, escrita con la melancolía de
su propio árbol genealógico. Es precisamente la majestuosidad y la impecable
factura de esta película-río lo que nos hace añorar una dirección más audaz,
tanto en el apartado político-social como en el aspecto épico y emocional de
una historia en la que los retratos se difuminan pronto y los dramas resultan
más cursis que desgarradores.
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